Hacinar recuerdos; las huellas, el impacto y la repercusión. Lo imborrable, lo indeleble.
La implicación. Y el significado.
Prever, suponer.
La espesura de cada cuento y el todo, que es lo que cuenta; relatos que se encuentran imbricados como piezas de barro cocido que forman el tejado; su inclinación.
Son cuentos sin enmascaramientos, aunque cubiertos de un óxido que atrae con ilicitudes, o al menos con una buena dosis de emulsión enjundiosa, que lava y plancha un tejido social, las culpas, la incertidumbre de los implicados vestidos de personajes.
Son zonas de una misma sombra bajo el mismo tejado que ampara las pérdidas que se acumulan en el tiempo; sus cicatrices y sus heridas abiertas. Es la impotencia. Y es el arte como consuelo o como burla u obsenidad.
Es la espera. Lo inevitable. El abandono. Y es el bastón del dictador.
Es el regreso; los rostros; los de antes, los de siempre. La suerte compartida y el verdugo. La ilusión y la muerte.
Es la complicidad y la condena.
Y es la obra humana que expresa aspectos de una realidad que ruge en reprobación de una lógica perversa, que exhibe e impone una relación entre dos preposiciones, asumiendo que una de ellas es inevitablemente consecuencia de la otra.
Pero, recién hablábamos de tejas, y ahora recuerdo que así se les decía a los sombreros que llevaban los sacerdotes.
Y hablamos de pérdidas y esperas; y hablamos de un hacerse cargo.
Esto me sugiere La naríz roja de Stalin,de Imanol Caneyada; un libro de cuentos que dan cuenta de lo mal que estamos.
Titulo: La nariz roja de Stalin
Autor: Imanol Caneyada
Editorial: Atrasalante
México, 97 páginas