Soy un entusiasta de las películas de cine catástrofe. De alguna manera los grandes tanques cinematográficos han dejado de resultarme atractivos hasta hacerme pensar en que la civilización se enfrenta no a una decadencia cultural sino neurológica, pero el cine catástrofe todavía me bancaba la parada. Por más mala que fuese la película en cuestión, la catarsis y el vértigo de las escenas de destrucción siempre me resultaron funcionales, siempre, hasta que en las últimas semanas la plataforma Prime de Amazon estrenó su nueva producción (cualquiera que navegue por Facebook debe haberse enterado gracias a la pésima idea del amigo Mark, que debe estar cayendo en la indigencia mental, de interrumpir cualquier video con publicidades). La película en cuestión se llama en idioma original Greenland pero aquí le pusieron el friolero nombre de El día del fin del mundo, título que anticipa la carencia de ideas que hará que la definición “divertimento” le quede más grande que el nobel de la paz a Obama.

El filme está protagonizado por Gerald Butler como John Garrity, un ingeniero que está perdiéndolo todo por una cana al aire, la bella Morena Baccarin en el papel de Allison Garrity, la mujer abnegada que trata de entender la infidelidad de su esposo y Roger Dale Floyd, el niño que hizo del pequeño Dan Torrance en Dr Sleep y que aquí hace de Nathan Garrity, el pequeño hijo diabético que le pregunta al papá si va a volver a vivir con ellos. Con estos elementos bastante pedestres el director Ric Roman Waugh y el guionista Chris Sparling, tratan de crear carnadura en los personajes para suplir la falta de presupuesto y de talento a la hora de hacer cine catástrofe como corresponde.

Los Garrity viven en algún tipo de suburbio acomodado para la clase media alta norteamericana. Familias de profesionales blancos, aunque algún afroamericano desteñido se me puede haber escapado camuflado entre la corrección política que impera en este presente decadente.

El niño diabético cumple años y los amigos y vecinos se han juntado a festejarlo a pesar de la retumbona noticia de que un asteroide colisionará con el planeta.

John Garrity ha vuelto a su ex domicilio para preparar hot-dogs para todos, pero de repente una alarma se enciende en su celular, es un llamado de la Casa Blanca, él y su familia han sido seleccionados para integrar un grupo de supervivientes que serán protegidos en búnkeres secretos para reconstruir el mundo (Estados Unidos) luego del apocalipsis. El señor Garrity, que esa mañana se había despertado siendo un “cuatro de copas” -la democracia norteamericana abandona a al 99,9% de la población pero está bien informada sobre quién es capaz y quién no y la supervivencia está condicionada por el talento y no por el dinero- atina a meter a su familia en el coche en medio de una lluvia de fragmentos de meteoros que impactan como estallidos atómicos y sus vecinos, como fieles exponentes de la clase media ilustrada –“blancos buenos”- no los frenan y despedazan, sino que le piden que tenga la gentileza de acercarle sus referencias al gobierno, a ver si luego deciden salvarlos también a ellos y a sus hijos…

Una película que comienza con un despliegue de estupidez tan insolente, sólo puede continuar de una manera, los protagonistas van a afrontar una travesía que los enfrentará con la parte más intransigente de las instituciones y “más oscura” de una sociedad atemorizada por una posible aniquilación, pero también encontrarán en su camino variopinto lo mejor del espíritu humano, la piedad que traspasa gobiernos, religiones y sectarismos y que “también nos define como especie”…

Claramente esta orgía de lugares comunes termina con un mensaje de esperanza tan mal elaborado que da más vértigo que las escenas de destrucción masiva.

Stanisław Lem afirmaba que los nazis perdieron la carrera atómica cuando se deshicieron de sus mejores físicos teóricos en la persecución a los judíos… ¿Que carajo habrá hecho Hollywood con sus guionistas para pasar de 12 hombres en pugna a esta esterilidad manifiesta?