Decir que Yan Lianke (Henan 1958) es una de las voces más destacadas del panorama literario chino es un formalismo servil y teñido de un orientalismo perimido, se trata de una bestia literaria, un escritor absoluto. Uno de los últimos ejemplares de esas bestias fabulosas que alguna vez fueron capaces de conjugar el arcano arte de las palabras. En sus obras no teme apelar al lirismo poético, al humor o al realismo. Lo mismo se vale del entramado mítico que del cross a la mandíbula. Controvertidas, inquietantes, incómodas y profundamente bellas, muchas de sus obras continúan aún hoy silenciadas en su país, un dato que, de alguna manera, de este lado del mundo pareciera sumarle algunos puntos de interés en el morbo-cholulismo ilustrado.
Yan Lianke fue galardonado con premios como el Franz Kafka, el Lu Xun, el Lao She y el Flower Trade of World Chinese Literature Award de Malasia. Ha sido candidato al Femina Prix y finalista en dos ocasiones del Man Booker International, así como propuesto para el Príncipe de Asturias de las Letras y el Nobel de Literatura y, sin embargo, en nuestro país continúa siendo un secreto a voces, impulsado por un seleccionado de libreros y algunos lectores fervorosos entre los que se cuenta Eduardo Berti, que lo ha mencionado abierta y solapadamente en varios de sus escritos tratando de impulsar el interés en sus novelas. Es cierto también que hasta no hace mucho sus obras sólo podían conseguirse en librerías boutique, de esas que cotizan sus libros en oro, o traerlas a pedido, problema que vino a solucionar en Argentina y Chile la distribuidora Big Sur, pues salvo por la novela Los cuatro libros, editada por Galaxia Gutemberg, el resto de su obra viene siendo el caballito de batalla de Automática, que hasta el momento ha publicado Los besos de Lenin; El sueño de la aldea Ding (novela imprescindible); Crónica de una explosión; Días, meses, años (la pieza que nos ocupa) y La muerte del sol, de reciente aparición en España.
Días, meses, años nos sitúa en la sierra de Balou durante una sostenida y sórdida sequía que lleva al éxodo a los habitantes de una pequeña aldea. A todos menos a un anciano y un perro ciego, que deciden permanecer para cuidar y defender la única planta de maíz que ha brotado esa temporada.
Parábola sobre la voluntad, la resistencia, el valor de la comunidad, la vejez e incluso del amor y cercana a la fábula por su lirismo y estructura, la obra podría instalarse in illo témpore y ser leída como una pieza destacada del aparato narratorio filoecologista asiático, asimilando el recurso de dar personalidad a diversos elementos de la naturaleza con su tendencia al fantástico más o menos contenido (como en el caso del animador japonés Hayao Miyazaki) pero es importante reconocer que como todo gran autor, Yan Lianke pinta su aldea y, en este sentido, es menester recordar la llamada “Gran Hambruna China”, también denominada como los “Tres Años de Desastres Naturales” periodo que suele establecerse entre 1959 y 1961, en pleno “Gran salto” de la República Popular de China. En este sentido la obra sobrepasa el uso de mitologemas y los pone al servicio de describir poéticamente y sin patetismo la cruda realidad del campesinado.
El relato es también un tour de force desesperado contra los elementos y entre los habitantes de la tierra; como diría el poeta: Unido al árbol y a la bestia, el hombre sólo tiene un clamor: ¡Queremos agua!
Lianke subvierte el paisaje rural a través del uso del sonido, la luz, el color y los olores. Todo es en esta nouvelle un ejercicio de belleza amarga, resignificada y acentuada por el golpe de muñeca de los últimos párrafos.
Título: Días, meses, años
Autor: Yan Lianke
Traducción: Belén Cuadra Mora
Editorial: Automática
114 páginas