Miguel Gaya es abogado y poeta; nació en Ayacucho, Prov. de Buenos Aires, en 1953. Su obra compone un mapa de lecturas y voces diversas que se hacen carne en sus versos. En su poética el agua es una presencia recurrente, mar y río se vuelven devenir constante e infinito.

Entre sus libros de poesía se encuentran La vida secreta de los escarabajos de la playa (Ediciones de la Claraboya, Bs. As. 1982), Levanta contra el viento la cabeza oscura (Ediciones de la Claraboya, Bs. As. 1983), Colección Robin Hood (Editorial Acme Agency, Bs. As. 1994. 2° Edición Ediciones en Danza, 2018), Siluetas en la corriente del río (Ediciones del Cronopio Azul, Bs. As. 2000. 2° Edición Ediciones en Danza, 2018), Los Poetas Salvajes (Ediciones en Danza, Buenos Aires 2003), Lo efímero y otros poemas inestables (Ediciones en Danza, Buenos Aires 2009), Mediterráneo (100 ejemplares numerados y firmados por el autor. Buenos Aires 2010), El alma y otros lugares (Ediciones en Danza, Buenos Aires 2012), Cabeza de Artista (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2016). Publicó las novelas Contemplar ese animal sangriento, Una pequeña conspiración, Resurrección de un comisario y Las hormigas argentinas conquistan el mundo.

Para Gaya, memoria y olvido son los polos cuya tensión es el recuerdo; y la poesía es un modo de adentrarse en la experiencia humana que a veces permite vislumbrar una verdad del lenguaje. Miguel sostiene que la política y el arte se llevan pésimo, porque ambas son disciplinas totalizantes. Para él, el poema debe ser perfecto, como un huevo.

 

La justicia de la espada. / La justicia del gentilhombre. / La justicia / del Comité de Salvación Nacional. / Y la del distrito y sección que pudieren corresponder / según materia y domicilio. // Impávido sale el sol. / Impávida la luna. // Lo que el hombre pide / no le puede ser dado.

“Falsa jurisdicción”

 

Machado, Pound, Pessoa, Zweig, Melville, Cervantes, Renoir, Hopper, Panero… ¿Cómo se construye ese mapa de referentes que es Cabeza de artista?

Se construye a posteriori. De algún modo, es un mapa impensado y sorprendente, en primer lugar, para mí. Cada poema nació solo, y tal vez resultaría más fácil afirmar que nacen al influjo de una lectura reciente, pero rara vez sucede así. Incluso, en algunos casos, la obra es un mero disparador, y hasta una referencia tangencial. Lo que puedo afirmar es que en ningún caso es un comentario sobre la obra, ni una glosa. Es, por supuesto, un punto de partida. Pero como lo es cualquier dato de la realidad en el poema. La materia del poema es otra cosa que el dato, la anécdota o, en este caso, la obra o el autor. En los poemas referidos a Renoir y Pessoa, donde hay una reflexión sobre la obra y autor más, digamos, explícita, tampoco implica una interpretación, y menos una opinión. Utilizo esa materia para una deriva personal, que ni siquiera refleja lo que opino como lector de Pessoa o lo que siento frente a una obra de Renoir.

Con el poema “Fernando Pessoa se lamenta por sus heterónimos” sucedió algo ridículo, y en algún punto siniestro, pero ilustra muy bien los equívocos que se producen cuando alguien lee cualquier texto como si fuera un “recorte” de una experiencia verdadera. Cuando un poema llega a las redes sociales, tiene un derrotero que rápidamente sale de nuestro control. Así pasó con este, que fue leído, en un blog cuyo administrador no conozco, por una profesora universitaria. Esta señora, de cuyo nombre es piadoso no acordarse, le escribió a quien lo había publicado diciéndole que bajara el poema porque era “erróneo” y que Pessoa jamás había experimentado los sentimientos que el autor le atribuía. Y que estaba en condiciones de afirmarlo porque ella, como “diplomada en filología española”, había dedicado mucho tiempo a investigar a “Pessoa y sus heterónimos”. Resulta penoso que una filóloga diplomada y profesora universitaria no pueda distinguir entre una noticia de prensa, una opinión y un poema. Y aún más que penoso, es siniestro que lo califique de “erróneo” y pretenda que se lo dé de baja por esa razón del blog. ¿Puede un poema estar equivocado? ¿Cuál es la verdad del poema? ¿Quién tiene la verdad sobre el poema? ¿Los filólogos diplomados?

Finalmente, es cierto, si se ha tenido suerte al escribirlos, de la lectura de los poemas surge un mapa y tal vez una ruta, que antes de su escritura no existía. Rara vez se sabe qué va a decirle un libro a un lector, pero lo más asombroso es lo que tiene para decirle al mismo autor. Como siguiendo con la yema de un dedo las nervaduras de una hoja, siguiendo de poema a poema, a veces uno ve surgir frente a sí un árbol entero, impensado y propio.

Hay una presencia fuerte de la pintura en tu poética, ¿cuál es el núcleo de esa articulación?

Lo ignoro. Es probable que haya más presencia de la pintura que de la música, pero mucho más presente está la literatura, pero tal vez sea ese solo un punto de partida. En todo caso, mi experiencia con la pintura, aunque intensa y bienaventurada, no es producto de un interés primario y mucho menos de estudio o formación alguna. La música y la pintura producen estados similares, con percepciones intensas y difíciles de transcribir por fuera de sus propias reglas. La poesía, con el uso alterado del lenguaje, tal vez permita recrear o remedar algo de ello, de allí el interés.

De todos modos, me parece que las imágenes tienen un peso relevante en mis poemas. Muchos de ellos comienzan con la descripción de una imagen, donde la luz y el punto de vista, y el tiempo, se llevan mi atención. En estos casos, siento que las palabras son algo así como maneras de hacer surgir ante el lector la materia que evoco.

Memoria, recuerdo, olvido atraviesan tus versos: “Ahora mismo recuerdo cosas que nunca sucedieron / y endulzaron mi vida / con un dolor amable: / el dolor de haberlas perdido para siempre / sin haberme adueñado de ellas de algún modo” (“Después de una lectura de El Quijote”, Cabeza de artista). ¿En qué términos se funda ese diálogo?

Memoria y olvido son los polos cuya tensión es el recuerdo. El recuerdo siempre es algo más que el olvido, pero mucho menos que la memoria. Ni siquiera es un reflejo fiel de ella. En ese diálogo imperfecto, cabe la experiencia.

El paso del tiempo, y lo que de él queda en nosotros, como memoria y como ruina, es un tema recurrente. Pero lo es de toda la poesía de occidente, para ser justos.

“no hay error posible: / todo es cierto. / y la verdad es apenas / una línea paralela / a la mentira. nunca sabrás / a cuál apostar / para tener certeza. / esto es cierto” son las primeras líneas de “El corazón descarnado de Leopoldo María Panero” (Cabeza de artista). ¿Hay una revelación de la verdad en el poema? Si es así, ¿en qué sentido? ¿De qué modo acontece?

No sé si se revela la verdad en el poema. Desconozco algo tan abstracto como la verdad, y desconfío de su búsqueda en el poema. Sé que a veces, si el poema lo logra, se revela algo, tal vez la verdad del poema, la verdad de su existencia. Pero no sé si es factible extrapolar lo que dice el poema, verdaderamente, bellamente, a otra categoría de indagación de la verdad.

Sospecho que hay ecos entre filosofía y poesía, pero no son en modo alguno intercambiables, y menos aún la poesía es un atajo para acceder a las formas de verdad que persigue la filosofía. Digamos que la poesía es un modo de adentrarse en la experiencia humana que a veces nos permite vislumbrar una verdad del lenguaje. Indecible, por otro lado. O que solo se puede decir en los términos de la poesía.

Los poetas salvajes está dedicado a Álvaro Colombo, detenido-desaparecido en 1976 por la dictadura militar, y termina con un poema que se centra en la figura de Paco Urondo. También en otros libros, otros poemas, la dictadura se hace presente en tu obra. ¿Cómo viviste aquellos años oscuros? ¿Creés en una función política del arte?

No los viví muy bien que digamos, ni siquiera pasablemente bien. Durante muchos años me resistí a verme como un damnificado directo de la dictadura, ya que en lo personal no pasé por la experiencia de la cárcel, cautiverio, o tortura. Sin embargo, y como para centenares de miles, la dictadura implicó un quiebre profundo en mi vida, casi un cataclismo personal y social, del que todavía padezco las secuelas. Las víctimas directas de la dictadura fueron, qué duda cabe, los 30000 detenidos desparecidos, y las decenas de miles de presos, torturados y exiliados, sus familiares, y entorno afectivo y cultural. Pero el daño económico y social provocado, las vidas quebradas, los proyectos frustrados, el país más desarrollado y menos desigual que podría haber sido, no ha podido ni remotamente paliarse. La derecha argentina, profundamente antidemocrática, jamás ha sabido gobernar, pero ha logrado arruinarnos.

No creo en la función política del arte, menos en su inocuidad. La política y el arte se llevan pésimo, porque ambas son disciplinas totalizantes, y quien las quiera tomar en serio habrá de subordinar todo a ellas, pero exclusivamente a una sola de ellas. Si el arte se acerca a la política, la política lo usará a sus fines, y otro tanto al revés. No hay inocencia en ninguno de las dos, no debe haberla, o fracasan.

Esto no significa que el arte no tenga efectos políticos, profundos, duraderos, transformadores. Incluso es posible afirmar que, sin arte, la política pierde mucho de su efectividad y profundidad. No afirmaría lo opuesto, aunque cuando el arte se ocupa de la política es temible y grandioso. Puede hacer marchar multitudes a su perdición, o salvar a un hombre con solo contemplar una pintura.

Álvaro Colombo era un amigo entrañable, que fue secuestrado y asesinado por el ejército argentino en noviembre de 1976, a la edad de 24 años. Era ya entonces un gran hombre, y nos arrebataron el gran poeta que debería haber sido.

“La justicia de la espada. / La justicia del gentilhombre. / La justicia / del Comité de Salvación Nacional. / Y la del distrito y sección que pudieren corresponder / según materia y domicilio. // Impávido sale el sol. / Impávida la luna. // Lo que el hombre pide / no le puede ser dado” reza tu poema “Falsa jurisdicción”. ¿Qué es eso que llamamos justicia? Sos abogado de formación y me interesa en particular tu mirada sobre la relación entre ley y justicia. ¿Y entre ley y poesía?

Este poema es una posible indagación sobre sus tensiones. Es que siempre pedimos lo imposible: que dejen de suceder, en forma retroactiva, el sufrimiento y la pérdida. Y, por supuesto, que nos sea dado aquello que creemos merecer. Si lo pensamos un poco, llamaremos justicia a restablecer el equilibrio dañado, o a volver a tener lo que nos ha sido quitado, o devolver el daño recibido. “Dar a cada uno lo suyo”, se dice, y rara vez nos ponemos de acuerdo sobre quién dirá lo que es de cada uno: los dioses, los guerreros, las castas, el partido, la burocracia estatal.

El primer deber del abogado será entonces distinguir entre ley y justicia, y entre justicia y el modo en que se administra. Ley y administración de justicia se inscriben en la historia de los hombres, y son tan inestables como sus organizaciones. Aunque nos resulte extraño, hoy la esclavitud es legal, como el acceso carnal entre personas del mismo sexo es delito, o la mujer no tiene autonomía de voluntad equiparable al varón, y esa legalidad es simple cuestión de fronteras. Y de la administración de justicia sabemos que es apenas una de las formas en que el poder político se ejerce en una sociedad. En definitiva, un buen abogado será, para mí al menos, aquel que ayude a garantizar la dignidad humana y la resolución pacífica de sus conflictos.

Como resultado de las vanguardias, y la persistencia del espíritu romántico, tendemos a pensar a la poesía como un espacio lingüístico sin más ley que la del autor. Un pensamiento que hubiera resultado muy extraño hace apenas doscientos años. La poesía ha sabido tener sus leyes, su normativa y costumbres, y bien férreas. Métricas, formas, temas, han sido sistematizados, aceptados y cumplidos por siglos. Desde hace muy poco, hemos asistido al estallido de todo eso y mucho más. Si se trata de un desvío o una culminación, no estaremos allí para saberlo.

Me ha interesado siempre la diferente pulsión del lenguaje jurídico y del poético, por mero ejercicio personal. El lenguaje jurídico no solo debe ser preciso, sino también unívoco. La ley se postula general, y pretende impedir el equívoco. La ley se presume conocida (y comprendida) por todos. Es un postulado que fundamenta su obligatoriedad, de allí que la palabra deba ser precisa. La palabra que utilice debe elegirse de tal modo que impida cualquier otra interpretación que aquella que ordena.

La poesía, por el contrario, y al menos en nuestros tiempos, busca la apertura máxima del lenguaje, al pretender decir lo que el lenguaje apenas alcanza a nombrar. Para ello, debe permitir a la palabra irradiar todo cuanto puede de sí. La construcción de la frase, el roce de las palabras, su música, valen tanto como su sentido usual, para ganar en sentidos.

Podríamos decir que en la poesía la palabra tiene un movimiento centrífugo, donde su sentido se expande o carga de ambigüedad, y en el lenguaje jurídico la palabra tiene un movimiento centrípeto opuesto, donde el sentido se condensa y no permite más interpretación que aquella que postula.

“El transcurrir de un río es sencillo / si es un río y tiene / un lugar antes y otro / después” (“Club Regatas. Río Luján”). También el río es protagonista de tu poética, y especialmente de Siluetas en la corriente del río. ¿Dónde nace esa obsesión, ese remanso?

Otra vez me produce extrañeza algo que resulta evidente. La presencia del agua, del mar y del río es recurrente en mis poemas. Sin embargo, no ha sido premeditado, ni tienen para mí más carga simbólica que la habitual. El agua como caldero de vida, y el anegamiento como catástrofe nutricia. El río como devenir, como lo ha consagrado occidente en general, y el mar como su signo temporal contrario: infinito y simultáneo.

Esto no quita que formen, todos ellos y la llanura bonaerense, parte de mi paisaje biográfico. En muchos casos, los poemas se disparan por anécdotas personales, por observaciones directas o como recuerdos recurrentes, y si logran levantar es porque se alejan de la anécdota para ganar otro significado.

Siluetas en la corriente del río es otra cosa. Es, junto con Colección Robin Hood, un libro temático y personal. La primera edición de Siluetas … traía un mapa del Tigre en papel calco, donde se podía seguir el derrotero del libro a través de los accidentes geográficos y lugares que nombra, en su gran mayoría reales. El paisaje del Delta del Tigre es único. Te sumerge en una especie de universo lacustre, cambiante y barroso, donde lo primordial y lo efímero van impregnándote lentamente, mientras sientes girar la maquinaria del mundo.

Ambos libros, Siluetas y Colección, fueron editados a cuatro manos con Juan Viera, amigo personal, con quien fue tanta alegría armarlos como escribirlos. Si hay libros felices, estos lo han sido para mí, por su luminosa compañía.

Colección Robin Hood traza también un mapa, el de tus primeras lecturas: Aimard, Alcott, Amundsen, Barrie, Cané, Defoe, Dumas, London, Orwell, Quiroga, Salgari, Twain… Contanos de aquellos inicios. Contanos también cómo entraste en la poesía.

Creo que los poemas del libro no han envejecido tan mal, pero tal vez lo ha hecho su referencia. Cuando salió en 1994 su título era una contraseña generacional, entendida por todos los lectores. Aludía, junto con sus tapas duras amarillas, el papel interior y la tipografía, a la legendaria colección de autores juveniles en los que se formó mi generación y varias más. Fue, dicho casi en serio, nuestra Enciclopedia Británica. De ese modo lo concebimos con Sergio Kern y lo editamos con Juan Viera. Y quiso mi buena suerte que además fuera impreso con amoroso cuidado en los mismos talleres originales de Editorial Acme, la histórica editorial de la colección. Sin embargo, cuando lo reedité en el año 2018 encontró lectores que comprendían el sentido del libro, pero quedaban fuera de su experiencia. La Colección Robin Hood, con sus piratas borrachos y sus pieles rojas feroces, de dudosa corrección política, había entrado en la historia con beneficio de inventario.

Mi entrada a la poesía fue fortuita. Como muchos, fui herido por la lectura apenas aprendí a descifrar las letras. Mi exposición a la poesía fue relativamente tardía, hacia la mitad de la secundaria, y de la mano de mi amigo desde entonces Jonio González. Con él, por él, me llegó un modo distinto de leerla, me llegaron los poetas de la generación del 27 y la Guerra Civil Española. Como muchos adolescentes, intenté escribir, intenté copiar y recrear lo que leía. Lo insospechado vino después. Todos escribimos versos de adolescentes, pocos intentamos escribir poesía después de un modo sostenido. Razones supongo que hay unas cuantas; justificación, no encuentro. Podría haber hecho otra cosa, supongo, pero he disfrutado lo que elegí.

“No es velado el sentido de lo visto / por los ojos?” son los primeros versos de “Paraná Miní” (Siluetas en la corriente del río), que me llevan directo a tu narrativa. ¿Cómo se articulan en vos literatura de género y poesía?

Otra vez, el “no lo sé” es la respuesta más atinada. Supongo que otra respuesta sonaría a epitafio. No lo digo por pose, sino porque escribir es indagar sobre el mismo acto, sin hallar respuestas cerradas. Supongo que, como la vida, sencillamente en un punto se la abandona.

Siempre escribí poesía. Toda mi vida adulta. Esto significa muchas cosas, y entre ellas no es menor la disposición al hecho poético, a sentirlo y escribirlo. No podría explicar mi vida sin la presencia, casi determinante, de la poesía. Obviamente, no hablo del resultado de una presunta obra, sino de una actitud vital, o una elección de valores que constituyen el eje de una vida. Tampoco le otorgo un valor relevante o más prestigioso, y no es necesario señalar que socialmente tampoco se lo considera así. Es un hecho, y no sé si una elección.

La narrativa sí, ha sido para mí una elección. Hoy mismo me puedo pensar sin escribir narrativa. Es un acto volitivo escribirla. Comencé tarde, con más de cincuenta años. Antes había hecho varios intentos, pero todos desastrosos. Comencé con la que fue mi primera novela, Contemplar ese animal sangriento, y la pude terminar y me gustó. Publiqué cuatro novelas, y tengo dos más inéditas. No está mal.

Poesía y narrativa funcionan distintas en mi cabeza. Los poemas vienen. Puede sonar remanido y pretencioso, pero es así, suceden. Comienzan a suceder, a latir o sonar, o pugnar por ser escritos, y más te vale atenderlos, pero no hay modo alguno de convocarlos. Como dijo Gelman, “la Señora te visita cuando quiere”. Ese primer impulso puede luego corregirse, o desecharse, pero no puedo, ni quiero, desoírlo. No hablo de inspiración, o musas, no hay nada ajeno a uno mismo, a profundamente uno mismo. No sé decirlo de otro modo.

Con la narrativa es cuestión de trabajo. Un trabajo que ocupa una parte de tu mente todo el tiempo. Una novela en escritura es un mundo metido en la cabeza, funcionando casi en forma autónoma del resto de tu mente, que va a tus propios asuntos. Ese mundo completo que es una novela no escrita tiene una relación mediata y laboriosa con la forma en que uno finalmente alcanza a escribirla. Y esto se logra con horas/escritura, dicho esto en el sentido más material posible. A veces es desesperante la marcha de caracol de la escritura, comparada con la marcha de la novela desenrollándose adentro tuyo. Pero no es un mal trabajo ocuparse de eso. Mal pago, tal vez, pero nadie te pidió que te metieras en eso.

“Mis ojos / Mis / antiguos ojos / Quiero que me los des / Quiero / caminar con / mis ojos / que / como peces volaron / a tu mirada / y allí se quedaron / mecidos en tus pechos de puta / Devuélvemelos!” son versos del primer poema de Los poetas salvajes, “En 1968 Jack Kerouac paga a una prostituta en Lisboa para que lo mire durante una hora a los ojos”. Como en este, en otros de tus poemas el yo poético se hace carne en otra voz (Gelman, Borges, Urondo…). ¿Cómo encontrás la voz de un poema? En otra línea, ¿sabés cuando empezás a escribir si el texto que llega es poema, novela, o qué es? “¿Oyen mi voz / empecinada? / ¿Es poesía? / ¿Es humana? / ¿es mía?” son los últimos versos de ese libro, en los que habla Paco Urondo. ¿De quién es la voz del poema, Miguel?

Una novela que se va gestando es muy diferente de un poema. Nacen distinto. Borges decía que se le aparecía una primera oración, y con ella en la cabeza sabía si era un cuento o un poema. Yo no tengo dudas cuando aparece un poema, porque lo que aparece es un verso, una música, y luego viene la deriva de las palabras hacia la concreción del poema. El poema debe ser perfecto, como un huevo. No puede tener arrugas, ni enmiendas, ni digresiones. El poema, su voluntad de formarse, va a lo suyo. Uno lo va llevando, es cierto, pero también obedeciendo. Sabés cuando termina, cuando ha logrado llegar, adonde debía llegar. En sentido, emoción y forma. Puede ser que tarde mucho en hacerse, que requiera correcciones y aún versiones. Incluso lo podés dar por terminado, pero si la forma no es la adecuada, si el final no es el que merece, te lo hace saber. En ese sentido, el oficio puede jugarte una mala pasada, puede inducirte a finalizar un poema de la manera “adecuada”, y el poema suena superficial, que no ha dado todo de sí. Por eso el oído, en el poema, es casi todo. Hay que escucharlo.

La novela, para mí, también es un gran poema. Un poema gigante, que una vez leído se comprende como poesía. Esto es, de una manera abierta y viva. Si la novela es buena, te ilumina de incerteza, como la poesía. Pero la forma en que va presentándose en mi cabeza es como una imagen parcial de una historia, algo que requiere explicación. Una historia que requiere ser contada para saber qué va a pasar, pero sobre todo qué significa lo que pasa. Y lo que pasa, claro, no es lo que la novela cuenta. Es lo que esa novela deja en mí, y puede dejar en el lector, pero esa es otra historia.

Huyo de la poesía confesional, como escritura y lectura, y no sé de qué manera la detesto más. Siempre el yo poético es una impostura, al modo en que toda autobiografía es una impostura. O un artificio, si queremos ser amables. Creo que es de buena educación advertirle al lector que la escritura no es, no puede ni debe ser, como la vida misma. Dicho esto, no creo que haya placer mayor que ser el que se lee. Sumergirse en la lectura como si fuera el mundo y uno mismo los que dicen. Con ese criterio me ha gustado ponerme en el lugar de otros autores para hacer como que hablo por ellos. Pero al modo de tomar posesión de un actor que representa su papel. Que no es tampoco el que suponemos que ha representado en su vida la persona que asumo. De igual modo he hecho con los libros. Instalados en el libro, en su selva, voy por otro camino que el que abrió esa escritura. “Qué fatigoso ser uno para los otros/ cuando se ha sido invisible/ para uno mismo”.

Buenos Aires, abril 2021

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

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