Cuando la gente le toma a uno por un monstruo, solo puede hacerse una cosa…
¡Sobrepasar sus expectativas!
Con Jeronimus Quint, Dorison crea al antagonista perfecto para nuestro antihéroe. Quint es un sociópata narcisista absolutamente brillante, el mestizaje perfecto entre Sherlock Holmes y Jack el destripador.
En lo personal, habiendo sido víctima reciente de un personaje semejante, también cirujano, el personaje ha logrado congelarme la sangre: “La partera da la vida, los soldados la quitan… solo yo puedo hacer ambas cosas” es su forma de razonar.
La señorita Praire es presa de la bestia, quien la ha lisiado de un brazo con la promesa de operarla o abandonarla al destino de la amputación o la gangrena. Un Undertaker desbordado se da a la cacería sin reparar en costes. Lin conoce los saldos que dejan balances semejantes y confronta la situación de Undertaker con su pasado en China.
Quint opera como un hábil maestro de ceremonias en una gran función de marionetas haciendo bailar a todos a su tempo hasta el climax, que Dorison maneja de manera brillante y absolutamente honesta. Un cierre perfecto para un arco argumental que indudablemente merece quedar en la memoria de los lectores y saltar pronto a otros formatos. Undertaker sigue creciendo.