La aparición de un milagro es un hecho maravilloso y pesado al mismo tiempo. Para quienes surcamos las sanas y angustiantes aguas del ateísimo o agnosticismo (aunque, para ser justos, no habría que menospreciar la angustia del devoto religioso), los milagros son hechos extremadamente infrecuentes e improbables. No fruto de la mano divina, sino de una muchas veces inexplicable combinación del azar. Algo que parecía imposible, pero deja de serlo (al menos de momento, ya que en general vuelve a convertirse en imposible en apariencia). Ese aspecto de gloria, de victoria suprema de los milagros, los convierte en maravillosos. Pero, al mismo tiempo, el simple hecho de que hayan existido, que lo imposible haya sido derrotado, lo transforman en una, si se quiere, responsabilidad de la especie supuestamente dominante o superior en el planeta. Es decir, si ocurrió, ¿por qué no vuelve a ocurrir? Si existió lo trascendente, ¿por qué entregarse con mansedumbre a la mediocridad?

En muchos sentidos Time, la miniserie que estrenó la BBC este año, es un milagro. Es infrecuente por su inteligencia (que en los productos televisivos, tras el boom de la primera década del siglo, comenzó a verse opacada por la intervención cada vez más firme de los productores, que salvo contados casos son militantes fervorosos de las distintas formas de lo mediocre), pero sobre todo es milagrosa (es decir, la cúspide de lo infrecuente) porque alcanza la perfección. Podría plantearse una especie de juego: que el lector imagine una virtud que podría o debería tener una ficción televisiva y luego contraste con Time, y es casi seguro que corroborará que la posee. Ya sea en los aspectos técnicos como en los artísticos, Time cumple. Y a eso se agrega lo ideológico, la inteligencia de la mirada, tanto en lo intelectual como en lo emocional. Y a eso se agrega lo ético, ya que en definitiva Time no es un producto mercachifle de respuestas, sino que plantea preguntas de diverso tamaño y tenor, todas dirigidas a las llagas de la sociedad.

El género carcelario suele ser, primordialmente, un subgénero del policial. Sin embargo, es en las excepciones a esa tendencia donde se encuentran sus mejores exponentes (The Shawshank Redemption, a la cabeza en casi todo listado, es más un drama que un policial). La cárcel funciona como espacio cerrado (motivo por el que atrae a productores: menos decorados implica menos presupuesto), casi como un pequeño pueblo. Pero, a diferencia del pueblo, el espacio cerrado de la cárcel es aquello que el resto del espacio, la sociedad, mantiene bajo siete llaves. El pueblo funciona dramáticamente como reducción o resumen de lo social, mientras que la prisión funciona como aquello que la sociedad repele. La cárcel se convierte en motivo de temor (“no hagas tal cosa porque podés ir preso”) pero también de otro tipo de irracionalidades (“la cárcel está para que sufran los presos”, lo cual se suele decir pero carece de presencia en la doctrina del derecho, o sea que es una estupidez que sostienen quienes confunden justicia con venganza). La cárcel es, según se mire, el infierno o el purgatorio.

Time cuenta la historia de un profesor de colegio secundario, alcohólico, que, manejando, atropelló a alguien. Si bien es el mismo disparador de la excelente serie Oz, en la ficción de Tom Fontana se buscaba mostrar cómo si se introduce a una persona en el infierno terminará por ser otro demonio, mientras que en la de Jimmy McGovern la pregunta que subyace constantemente, y que incomoda, es múltiple: ¿es un enfermo alguien culpable? ¿tiene lógica que alguien que mató por un acto voluntario e involuntario a la vez deba convivir con criminales violentos?

La contrafigura del profesor condenado es uno de los guardiacárceles. Al igual que en el caso del reo, que siente culpa por lo que hizo y no le parece mal que lo castiguen de esa forma, el guardiacárcel es honesto, o todo lo honesto que puede en ese contexto. A medida que la trama se desarrolla, lo que se ve es que ambos personajes, ambas caras de la moneda si se quiere, están encerrados en la misma cárcel, con la diferencia de que uno puede salir cuando termina el turno y el otro debe aguardar cuatro años.

Lo interesante, entre muchas otras cuestiones, que plantea Time, es que el protagonista es culpable y que en ningún momento pide clemencia ante la condena. Cuando ingresa a la cárcel, otro de los condenados le pregunta por qué está ahí y él dice “porque maté a alguien”, para generar que el otro le diga al resto de los presentes en tono de risa y amenaza al mismo tiempo “miralo al abuelo, dice que es asesino” como queriendo decir que no tiene el perfil de un asesino al que se vaya a respetar entre los reos. A diferencia del Andy Dufresne de Shawshank, que era inocente y la empatía con el lector/espectador se generaba justamente por eso, y el salir limpio luego de atravesar dos kilómetros de mierda en una cloaca funcionaba como paroxismo, liberación del personaje y del espectador/lector, el protagonista de Time es culpable, y el drama busca con éxito entablar lazos empáticos que le generen al espectador preguntas acerca del sentido del sistema carcelario, de qué esperanzas pueden tener las sociedades que basan sus castigos en la crueldad. Hay un punto de la trama donde ya no importa tanto si el profesor va a sobrevivir esos cuatro años de condena, sino que la pregunta que casi asfixia es por qué somos como somos, por qué mandamos ahí a alguien así (lo que a su vez deriva en por qué mandamos ahí a otros que no sean así).

Como se dijo, el guión es perfecto. El cierre circular es extraordinario. Posee una de las mejores escenas de funeral que se hayan visto. Los diálogos no caen en demagogias sino que son dardos punzantes. Corre con la ventaja, es cierto, de poseer el amparo de la BBC, que suele construir sus ficciones de acuerdo a las lógicas dramáticas, sin imponerles un corset de duración: no se extiende más ni menos capítulos de los que debe durar. Corre con la ventaja, además, de poder elegir entre los actores que forman una especie de elenco estable de la BBC, pero también es cierto que Sean Bean logra una actuación descomunal, histórica, nada que ver con sus Boromir o Ned Stark, como si quisiera decirnos que él también puede ser partícipe de un milagro. Stephen Graham como el guardiacárcel también está estupendo, pero en su caso el impacto es menor porque siempre está estupendo.

Time es perfecta, y por eso mismo es un milagro. Resulta maravilloso encontrarse con ella y descubrir que algo semejante puede existir. Resulta incómodo preguntarse, a partir de ese instante en el cual termina y uno hubiera deseado que se extendiera por siempre, por qué no ocurre algo así con más frecuencia, por qué se asume que la mediocridad es una condena en una cárcel de la que no se saldrá jamás.

 

 

Time

Miniserie

Cantidad de episodios: 3

Dirección: Lewis Arnold

Guión: Jimmy McGovern

Elenco: Sean Bean, Stephen Graham y otros

Disponible en torrent

Sobre El Autor

Escritor, periodista y licenciado en sociología, Diego Grillo Trubba ha ganado diversos premios de relato y novela, destacando entre su obra títulos como Los discípulos o Crímenes coloniales.

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