El cadáver del lago
Y el fantasma de la casa Indebetavska, un crimen atroz. Dos hombres, que nunca antes se habían conocido, quedarán unidos por razones ajenas a la voluntad. Ninguno de los dos acepta el desafío de involucrarse en esta historia y, sin embargo, por imperio de las circunstancias se reconocen inmersos y comprometidos, poniendo de sus respectivas capacidades y experiencias; la sagacidad del letrado, y la fuerza bruta de veterano de guerra se combinan de modo tal que, más allá del cansancio, la fatiga, el agotamiento, lejos de rendirse ante la adversidad y las apariencias, dan rienda suelta a la obsesión de querer conocer la verdad y hacer justicia. Para ello apelan a las virtudes del alma humana, el entendimiento, la sensibilidad, la voluntad y la memoria. Lo que le falta a uno, le sobra al otro. Así, en aquel tiempo oscuro, haciendo causa común, “un saco de huesos y un tullido harapiento”, recorren estas páginas que nos ubican en tiempo y espacio.
Estocolmo, Suecia, 1793.
Una muerte aberrante es el punto de partida y la razón de ser del vínculo fortuito que reúne a un moribundo con un desposeído cuyo trauma se potencia al tener que rescatar del agua un bulto, una persona, o lo que queda de ella. Este hombre ebrio e interrumpido en su peor pesadilla, la de la guerra en Rusia, recuperó el cadáver después de una odisea que, sumado al sueño que tuvo, lo puso cara a cara con el pasado que lo martiriza. Es Micke Cardell. El otro hombre que protagoniza esta historia es Cecil Winge, otro venido a menos por tener los días contados y no poder detener el paso del tiempo, aunque arme y desarme rutinariamente su reloj de bolsillo para confirmar su pretensión acerca de cómo debería funcionar el mundo, de forma racional y comprensible, con cada pieza en su lugar; la reclamación de un derecho, una reivindicación de lo previsible.
La proximidad de la muerte por el avance de la enfermedad pulmonar, la tisis, la tuberculosis que lo fue consumiendo no es algo que estuviese en sus planes cuando, inició su carrera, merced a su vocación, sus valores de hombre de bien.
Winge alquila una habitación en la casa de verano del conde Spens; ha tomado distancia de su mujer embarazada, cuando la enfermedad se convirtió en un verdadero obstáculo, y no por desamor, más bien por todo lo contrario, de hecho frecuenta a una prostituta que se parece en algo a su esposa, y le pide que se ponga un perfume que él lleva, que usa su mujer, para dormir con ella. Winge no ha llegado a cumplir los 30 años de edad, el jefe de la policía, Johan Gustaf Norlin, lo manda llamar con carácter de urgente. Al recibirlo le informa que esa noche encontraron un cadáver en el lago Fatburen, en Sodermaln, y agrega que el hombre que lo sacó del agua es un guardia municipal Winge le recuerda que, después del último caso habían acordado que se retiraría, Norlin le expresa su gratitud por todo lo que ha colaborado Cecil, pero también le recuerda los favores recíprocos y sus convicciones de joven idealista en tiempos de recién graduados ambos, y le dice que afuera acecha un monstruo disfrazado de ser humano; que el cuerpo fue trasladado al cementerio de Santa María Magdalena. Norlin insiste en pedirle este último favor argumentando que él es el único, que si pudiera confiarle el asunto a otra persona, no dudaría en hacerlo, pero no hay nadie tan capaz.
Winge finalmente acepta ocuparse del caso y decide visitar el cementerio sin saber que ahí mismo conocería a Jean Michael Cardell, el guardia; un tipo avejentado a consecuencia de la guerra; grandote, espalda ancha y hombros también anchos, con piernas como troncos. Le falta un brazo, un solo puño. Ambos hombres se encuentran sin proponérselo, en el osario de la iglesia y ambos terminan visitando esa noche al sepulturero Dieter Schwalbe, quién les dice que, alguien como él, que se pasa tanto tiempo cavando tumbas ya puede percibir ciertas cosas, que a otros se les escapan. Les dice que, si bien los muertos no tienen voz, igual comunican a su manera. Este está muy enojado; les dice, también, que nunca había sentido algo semejante. “es como si su ira estuviera a punto de hacer que se desmorone el enlucido de las paredes de piedra que nos rodean” y agrega que «No deberían enterrarlo en una tumba sin nombre: quien entierra un cuerpo anónimo, está sembrando un fantasma…” Winge piensa y considera que, efectivamente, puede resultar útil llamarlo de algún modo. En eso, el sepulturero comenta que a los no bautizados, usualmente, se les pone el nombre del rey. Lo discuten y finalmente deciden llamarlo Karl Johan. Cardell recuerda a los ahogados en el golfo de Finlandia; volvieron a Suecia meses después, en otoño los encontraron al pie de las murallas de la fortaleza Sveaborg: «los que sobrevivimos del tifus, los sacamos del agua”, los cangrejos los habían mordido por todas parte; los cadáveres se movían y hacían sonidos de todo tipo, eructaban y gemían. Estaban plagados de anguilas allí dentro. Ello no tiene nada que ver con este cadáver; este cuerpo no ha estado mucho tiempo en el lago, apenas unas horas.
Winge le pide a Cardell que, en base a su experiencia, habiendo perdido su brazo para impedir el avance de una gangrena, intente determinar la fecha de la amputación de los miembros de Karl Johan. Es así que Cardell estudia los muñones y luego dice que, primero perdió el brazo derecho, luego la pierna izquierda, el brazo izquierdo y por último la pierna derecha.
Winge lo toma a Cardell, por su experiencia, como una suerte de perito, diría que el brazo derecho se amputó hace tres meses. En cuanto a la pierna izquierda, hará tal vez un mes.
¿Le fueron cercenando sus miembros? Uno a uno en distintos tiempos y lo dejaron ciego a propósito, y no le queda un solo diente y tampoco la lengua? y todo había empezado el verano pasado y se completó recién hace apenas unas semanas, la muerte se produjo ayer o anteayer, sería la conclusión.
En el primer encuentro que sostienen Winge Cardell, una mentira de éste último es puesta en evidencia por el más joven y, es así que, el otro se siente incómodo y, por ello, ensaya un insulto que Cecil pasa por alto: “No come lo suficiente. En su lugar, yo trataría de pasar más tiempo en la mesa y menos en la letrina”.
Luego Cardell se arrepentiría de aquella falta de consideración. El discurso ético y Moral de Winge se orienta a convencer, al recién conocido, a sumarse a la tarea de dilucidar el caso: si desea ayudar venga a verme, señor Cardell. Le alquilo una habitación a Roselius en la Casa de verano de Spens. El hombre se retira con la idea de desestimar la propuesta del joven que le sacó la ficha. Sin embargo, está en la lona y, la necesidad invita a reflexionar y a hacerse cargo de las circunstancias que enlazan en aquel marco, social y político, hechos presentes con los del pasado. El moribundo rey Gustavo ya está muerto. El proceso revolucionario en Francia se inició hace cuatro años y, el año pasado (1792) estallaba la guerra entre los franceses y los austríacos. La Convención Nacional proclamaba la República Francesa. Se condena a muerte a Luis XVI. Luego le llegaría el turno a María Antonieta. La lucha entre la Comuna y la Convención. Guerra civil en Francia. Se inicia la época del Terror. La guillotina a diestra y siniestra. Luchas intestinas, pasiones, odios, caos e inquinas; monarquías que entran en crisis aún antes de la gesta de Napoleón. Todo es un hervidero.
En Suecia, el príncipe heredero tiene tan sólo trece años de edad, y la lucha por el poder no se hizo esperar, se inició en vida del monarca agonizante. El entonces jefe de la policía, un confidente del rey Gustavo, que ejerció la jefatura durante unos treinta años, desde el ejercicio de ese poder, hizo pública su voluntad de impulsar el proyecto de ungir al hermano menor del rey , el duque Carlos, como regente y tutor del príncipe. Pero la jugada orientada a manejar a su antojo al duque, le salió mal y otro ocupó ese lugar que éste ambicionó para sí. En ese nuevo escenario es que Norlin es nombrado en el cargo, aunque quién lo sentó en ese lugar, ahora está arrepentido toda vez que el fiscal Johan Gustaf Norlin resultó ser lo que siempre fue, un hombre honrado.
El autor de esta novela, de este thriller de connotación histórica, nos guía a través de un tiempo pasado que quedó en la historia de la humanidad como un antes y un después. Un tiempo en el que campesinos, burgueses, nobles y religiosos, interactúan en una sociedad de marcada desigualdad en la que la vida de los hombres y mujeres comunes no encaja en ninguna idea peregrina de libertad, de igualdad y fraternidad. Esas ideas aún no germinaban en el inconsciente colectivo. Reinaba la violencia y el caos en Estocolmo. En ese tiempo y lugar Winge es reconocido en el ambiente judicial como un maestro del razonamiento. Él llevaba siempre consigo el libro de Rousseau, tenía una cabeza privilegiada. Pero le jugaba en contra su falta de carisma. Su esposa era una mujer muy bella, fantástica, sensible, encantadora. Él tiene fecha de muerte estimada, le queda poco tiempo, tiene los días contados. Algo en común soportan Wingel y Cardell, sus respectivos dolores físicos, uno por el avance de la tuberculosis y el otro por la pérdida del brazo, cuya ausencia no registran sus sentidos. El primero recurre al opio por la infección que avanza; el otro a las peleas y el alcohol, por su desgracia. Uno se dirige hacia la muerte y el otro hacia la nada.
Ambos saben que la mayor parte de su ser ya murió. Los dos se embarcaron en esta especie de desquite que implica vengar al muerto desconocido que solo cuenta con el nombre que ellos le pusieron, transitoriamente.
Después de que Cardell le cuenta a Wingel la historia de su amigo, de cómo murió en la guerra con los rusos, se genera una empatía entre ellos dos. En algún punto, más allá de las diferencias, los dos se necesitan mutuamente en esta instancia. Cada uno se abre frente al otro. Los dos son perdedores, los dos son víctimas del destino, como los marginados y las prostitutas que abundan en la ciudad. Deben encontrar al asesino de Karl Johan. La suerte de Norlin depende del resultado, Wingel le explica a Cardell porqué. Él sabe que el crimen que investigan no es obra de un asesino común. ¿Quién sabe qué habría detrás de esto? se pregunta Winge. Por su parte Cardell, que conoció el infierno en la guerra, le dice a su ahora compañero en la desgracia: “Aprovechemos el tiempo que nos queda, así podrá disfrutar de la parte que le toca en este aluvión de mierda». Ambos intuyen que se encuentran ante un enemigo formidable. Buscan rastros. Cardell se acerca a una posible pista que le da el comisario del barrio de la parroquia Sta. María Magdalena, con quién quedó en encontrarse por medio de Winge; el hombre en cuestión es Henric Stubbe, quién en respuesta a una pregunta de Cardell, le cuenta acerca de una silla de manos, vacía y rota, que luego desapareció; era verde con adornos dorados. Cara, pero ya gastada.
La silla y más tarde la tela que envolvía al muerto, serán la punta del ovillo de un tejido peculiar por sus detalles. El estampado oculto de la tela en cuestión.
“El hombre es un lobo para el hombre”.
Alguien le indica una pista a Winger y después le dice: «Ahora que lo he ayudado a dar con el rastro, sólo tiene que seguirlo hasta el bosque, para encontrar a su presa…” . El paño es la única esperanza.
Cardell busca por un lado y obtiene también información, no sin dificultades y peligros que lo ponen en desventaja y lo obligan a sacar fuerza de flaqueza al quedar en minoría y sin su brazo de madera. Winge lo espera y él no aparece, hasta que su compañero lo da por muerto.
Un periodista se da por enterado de la investigación confiada al joven letrado y el avance de la misma. Norlin lo encara a Winge y le pide explicaciones del porqué del trascendido cuando lo convenido era actuar con discreción. La respuesta de Winge es clara; le explica el sentido de su maquinación, la trama para conseguir el fin, generando la intriga política. Un anzuelo, una carnada.
El plan del astuto moribundo arroja resultados: tres cartas en las que, por distintas razones se pide que se abandone la investigación. El dato que vincule a los tres firmantes de esas cartas, lo aporta el secretario de la jefatura de policía que sólo se lo brinda a Winge a cambio de una promesa macabra, condición aceptada por el joven letrado.
Así es que sale a la superficie y queda en el centro de la investigación una sociedad secreta llamada EUMENIDES, esta Orden celebra sus reuniones en la Casa Keiser, cerca de las Barrancas Rojas. Esa Casa acoge uno de los prostíbulos encubiertos a los que la policía le permite funcionar. Es ahí donde la Orden tiene su sede. Es propietaria del edificio.
Winge y Cardell se reencuentran en circunstancias muy particulares, el joven está inconsciente, el opio le generó alucinaciones y perdió su capacidad de raciocinio y toda noción del tiempo. Cuando despierta, Cardell está en una habitación, y no era el fantasma que Winge creyó ser en el jardín de la casa. Se cruzan la información que cada uno había obtenido en ausencia del otro. Y todo coincide. Deciden tomar el toro por las astas y visitar la Casa Keiser: el hombre negro que los recibe, la joven Nana que los guía, y la Madame Sachs que, en cuanto los ve les dice: ustedes no son las personas que esperaba.
Así comienza esta historia que describe con lujo de detalles una realidad social que, en el fondo, más allá de las apariencias, se mantiene inmutable en lo que hace al abismo entre el poder real, no importa quién lo ejerza, y los condenados de la tierra.
Título: 1793
Autor: Niklas Natt Och Dag
Traducción: Ebba Segerberg
Editorial: Salamandra
432 páginas