LOS CUENTOS PERFECTOS
La insularidad es una noción que conduce derechamente a la de aislamiento, estado que no suele ser aconsejable salvo para algunas y respetables órdenes religiosas que han hecho del apartamiento del mundo una forma de vida y del inviolable silencio, un modo de aprehender las verdades últimas (en el caso de que tales hubiese). Pero en el plano cultural, la insularidad no sólo no es aconsejable, sino que resulta francamente deletérea. El hombre insular se aboca al tedioso ejercicio de contemplarse el ombligo, se convence de que su microcosmos es el mundo y de que sus afanes y preocupaciones personales merecerían ser declarados patrimonio de la humanidad. Quien esto suscribe se permite estas aserciones –acaso del todo irrelevantes- porque sospecha que la insularidad, al menos en el plano cultural, de la Argentina cada vez resulta más visible y pronunciada. No se podría explicar de otro modo que la mexicana Amparo Dávila sea casi una absoluta desconocida; que los grupos editoriales nos permitan acceder con más facilidad a un escritor sueco que a un latinoamericano; que la narrativa, el ensayo y la poesía escritos en castellano, salvo cuando sus autores pertenezcan al canon editorial o académico, queden subsumidos en un heteróclito cajón de sastre en espera de mejores tiempos y alguna mano curiosa que los rescate del largo olvido. La edición de Cuentos reunidos, de Amparo Dávila, debería ser un acontecimiento literario; por lo que se puede advertir, ni siquiera tiene el alcance de una amable velada.
De los treinta y siete cuentos que componen el volumen (tomados de los libros Tiempo destrozado, 1959; Música concreta, 1961; Árboles petrificados, 1977; y Con los ojos abiertos, 2008) hay veinticinco cuyo remate es soberbio, la trama sabiamente dosificada y que resultan intransferibles a otro lenguaje que no sea el suyo propio; o sea: cuentos perfectos. No es lo antedicho, por cierto, un mero aditamento de carácter estadístico (poca relación guardan las estadísticas con la crítica literaria), pero es de señalar que la confluencia entre cantidad y excelencia no es, precisamente, el artículo que con mayor facilidad se consigue en la narrativa contemporánea.
Tal vez la mayor cualidad de Amparo Dávila como narradora sea la precisión con que transmite el clima, la coloratura, los matices de sus historias. Pero, por sobre toda otra peculiaridad, son cuentos desapacibles, aquello que se transmite al lector es una experiencia desapacible que incomoda, altera e inquieta. No es novedad para nadie que Freud afianzó su concepto de “lo siniestro” a partir de “El hombre de la arena”, un cuento de quien es, acaso, el más original de los cuentistas alemanes del siglo XVIII: Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (hay una excelente edición argentina: Cuentos fantásticos, Librería Hachette, 1944); en términos generales, lo siniestro (unheimlich) es lo extraño, lo angustiante, pero, fundamentalmente (y es allí donde Freud pone el acento), lo familiar que se torna extraño, el espanto que incide y afecta a las cosas familiares. Gran parte del estremecimiento que suscitan las historias de Amparo Dávila se deben buscar a la luz de tal definición: un hombre que comienza a preguntarse si es cuerpo o es simple sombra, una receta sabrosa que se adivina sangrienta, una presencia que nadie advierte salvo quien narra la historia, una muchacha que aprende técnicas de embalsamamiento (el doctor de esta historia, precisamente, lleva el nombre de Hoffman), una piscina que toma las formas de un sarcófago, unos ruidos sospechosos que se reiteran hasta la desesperación… Y un último señalamiento; probablemente Amparo Dávila sea de las escritoras (y escritores) que mejor ha aprendido la lección de tantos maestros del género (Henry James, entre otros): así como en música el silencio es tan importante como la línea melódica, en la narrativa, las deliberadas omisiones son tan esenciales como las palabras.
CUENTOS REUNIDOS, Amparo Dávila, F.C.E., 298 páginas, 2022