Aunque parezca una extravagancia, aún hoy sigue existiendo el cine de autor. Y es que aún en el arte hiper-devaluado que es el cine, todavía hay voces personales, diferentes; voces que tienen algo para decir. Es el caso del coreano Joon-ho Bong, director, escritor y/o productor de films como Memorias de un asesinato (2003); The Host (2006); Mother (2009); Okja (2017) y la que hoy nos ocupa, Parasite (2019).
Ninguno de los proyectos de Joon-ho Bong es ajeno a los intereses y las encrucijadas sociales del momento. Suele tratarse de películas tremendamente divertidas (de género) pero así también profundamente incómodas de ver —característica del buen cine—, lejanas a la autocomplacencia de las grandes producciones.
La primera mitad de Parasite está filmada como una comedia negra perfecta. La familia de Kim Ki-taek (Kang-ho Song) está desempleada y vive (subsiste) en los suburbios marginales. Su barrio es poco menos que un leprosario y su vivienda dista con creces de ser un “hogar, dulce hogar” Se trata de un núcleo familiar (papá, mamá, hermana, hermano) acostumbrados a pasar hambre y a malvivir de changas y subempleos[1] hasta que un conocido de la familia cae con una oportunidad de oro: “—Hacete pasar por un graduado y dale clases de inglés a la hija de esta familia acomodada.”
Así Kim Ki-woo (Woo-sik Choi) ingresa en el seno de una familia de oligarcas, los Park, y se hace partícipe de sus épicas modestas y dramas de cotillón. No tarda en ver la oportunidad de hacer ingresar a su hermana (So-dam Park), haciéndola pasar por una terapeuta artística profesional que conoció en un simposio.
Así, mientras él enamora a la hija adolescente de los Park con la secreta intención de “pertenecer” en el futuro, su hermana se hace cargo de los traumas del más joven de los Park.
Con los dos hermanos recibiendo altos estipendios la familia Kim comienza a enderezarse, pero como el anhelo de todo pobre es la riqueza, comienza un plan para hacer despedir al chofer y la ama de llaves de los Park. Puestos a ser ocupados por mamá y papá Kim.
La película se explaya entonces en una serie de estratagemas que finalmente tienen éxito. Los Park han adoptado a los Kim al completo y sin enterarse. Los Kim no sólo cuentan con sus estipendios, sino que hacen usufructo de la mansión siempre que pueden. Pero aquí es donde la película se tuerce y la conciencia de clase comienza a vislumbrarse. Los Park siempre van a ser los patrones, los Kim siempre serán los vasallos y así comienzan pronto a percibirlo.
Lo curioso con los pobres es que cuando dejan de tener hambre comienzan a buscar dignidad y lo curioso con los ricos, con sus épicas de papel maché, es que nunca están dispuestos a compartirla. Para peor la antigua ama de llaves reaparece una noche de tormenta con un secreto que va a cambiar el destino de las dos familias.
Así y todo, Joon-ho Bong no está conforme con su obra, tras su torsión al thriller más desesperante, Parasite incluye una coda demoledora: A los desclasados siempre les quedará la esperanza. A pesar de ser literalmente imposible.
[1] Esos que algunos tratan de convencernos que son dignos cuando cae de maduro que son parte de un nuevo paradigma, más cercano a un neo-esclavismo que a un modelo económico viable y democrático —cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia—.