Siempre estuve obsesionada con la muerte. Particularmente con la mía. Me fascina el momento previo, aquellos instantes donde todo se detiene y luego acaba. Esos ínfimos segundos donde todavía no se está muerto pero tampoco vivo. El paso intermedio hacia la destrucción total.

Todos los días me surgen ideas nuevas. Saltar de un edificio no es para mí, a pesar de que la caída hacia el vacío me resulta intensamente poética. Me imagino cortándome las manos lentamente y sin lágrimas, observando cómo la carne se desprende de a poco de mis brazos. También fantaseo con morir en la bañadera, dejar de sentir mi cuerpo y percibir cómo mis pulmones se llenan de agua y mi vista se nubla, hasta que ya no queda nada.

Pero mi muerte preferida es quizás la más larga, esa en la que puedo sentir cómo mi cuerpo se destruye lentamente. Pequeños pájaros y roedores se alimentan de mí, sin notar que todavía no estoy muerta. Devoran cada rincón de mi cuerpo mientras siento cada mordida y comienzo a notar qué partes de mí van desapareciendo. Pero nunca logro morir completamente. Siempre imagino este estado de agonía interminable, en el cual la muerte nunca llega a pesar de que mi alma le pide a gritos que venga.

Busco la muerte en todas partes. Cuando cruzo la calle espero a que la señal titile de rojo. Nunca corro, camino sin mirar hacia los costados, preguntándome si este será mi último suspiro. En los balcones y en las terrazas me aproximo al borde, miro hacia abajo y cierro los ojos. Me inclino hacia adelante y siento el vértigo que invade todo mi cuerpo. Permanezco en esa posición por unos minutos, aferrándome a ese sentimiento de peligro. Bajo las escaleras con los ojos cerrados. Clavo las uñas en mis brazos. Me quedo sin respirar en pileta. Me corto con un cuchillo. Me hundo en el océano. Trago pastillas de colores extraños. Caigo en un abismo. Sueño que muero de diferentes maneras y cuando despierto intento volver a soñar. De día cierro los ojos y fantaseo que es de noche. Veo una soga que cuelga y me imagino ahorcada, colgando como una muñeca perversa, con los ojos abiertos y fijos en la nada. A veces me pregunto por qué imagino tantas formas de morir si ya estoy muerta.

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Sofía Leibovich nació en Buenos Aires en 1999. Fue una de los ganadores del concurso literario del Centro Ana Frank 2014 y del concurso de proyectos educativos del Centro Ana Frank. Actualmente cursa cuarto año en el Colegio Paideia.

Sobre El Autor

Sofía Leibovich nació en Buenos Aires en 1999. Fue una de los ganadores del concurso literario del Centro Ana Frank 2014 y del concurso de proyectos educativos del Centro Ana Frank. Actualmente cursa quinto año en el Colegio Paideia.

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