En el Caúcaso. Allí donde Asia encuentra el límite más occidental con el extenso territorio ruso, un pueblo políticamente incluido en Europa, sostiene formas asiáticas de identidad frente al intento ruso de asimilación: el checheno. Étnicamente emparentado a los persas, religiosamente unido a la península arábiga sunita, agrupado socialmente a la manera clánica turco-mongola, lingüísticamente absorbente de vocabulario turco, árabe, persa y georgiano. En sus tiempos de gloria, los chechenos bajaron de las montañas y ocuparon los valles septentrionales, sumando actividades agrarias a su ancestral pastoreo. Pero la avanzada rusa los volvió a retraer hacia los confines geográficos y culturales asiáticos. Desde ese bastión y en su constante defensa, forjaron su carácter cerril, su obstinado nacionalismo, su célebre bravura. Pero su austeridad no opacó su genio creativo, como podrán los lectores de Seda comprobar mediante la lectura de la siguiente narración, traducida por primera vez al español gracias a Darío Durban y Alice Keiller.
Timor
Había una vez un hombre que sufría por su vieja espalda adolorida y mala vista. Era más de lo que podía soportar, pensó.
Sin más demora, mandó a su hijo mayor en busca de una cura para sus sufrimientos. Obedientemente, el hijo mayor viajó a lo largo y ancho del mundo por un largo tiempo, hasta que llegó a lo que él creyó que era uno de los prominentes fines del mundo, donde la nieve era roja. “¡Qué maravilla! Nunca antes vi un paisaje como este”, pensó.
Excitado corrió de vuelta a su hogar lo más rápido que pudo llevando un poco de nieve roja en su mano con la esperanza de que ésta podría curar los sufrimientos del anciano.
En cuanto llegó, su padre impacientemente le preguntó: “¿Me has traído una cura para mis sufrimientos?” Sentía que la muerte ya se encontraba todo alrededor suyo.
“¡Sí, padre! ¡Si, padre! Te he traído algo nunca antes visto por ningún ojo: nieve roja”, contestó el hijo del anciano.
Esta demás decir que el anciano se encontraba bastante enojado con su hijo mayor. Así que envió a su segundo hijo en busca de una cura para sus dolores. Bueno, el segundo hijo también viajó a lo largo y ancho del mundo por mucho tiempo, dejando atrás el lugar donde caía nieve roja. Viajo muchos días antes de llegar a un lugar que pensó que debía ser con certeza el fin del mundo. Era un lugar maravilloso, donde la hierba crecía de color blanco.
on la hierba blanca en sus manos corrió a casa lo más rápido posible, pensando todo el tiempo que esta hierba blanca que nunca había sido visto por nadie en el mundo seguramente curaría a su anciano y enfermo padre.
En cuanto llegó su padre le preguntó: “¿Que me has traído para curar mis sufrimientos?”
Su hijo le respondió que le había traído hierba blanca que nunca antes había sido vista por nadie. El anciano nuevamente se enfadó. No había más que hacer que llamar a su hijo más joven.
El hijo menor se preparó durante tres días y tres noches. Su padre lo hizo saltar con su caballo sobre una pared de piedra, sólo para ver si era lo suficientemente mayor para salir por sí mismo. Saltó con facilidad tres veces sobre la pared de piedra. Entonces su padre le deseó una travesía segura, pero le prohibió detenerse y recoger nada en su camino o caería en manos de la desgracia.
El día llegó y el día pasó y a la noche el hijo menor llegó al lugar de la nieve roja y siguió su camino. Llegó al lugar donde crecía la hierba blanca y prosiguió también. Se encontraba cabalgando en su caballo blanco cuando vio una pluma dorada. Detuvo su caballo y recogió la pluma. El caballo le dijo: “Has roto la promesa que hiciste a tu padre. Él te prohibió expresamente recoger nada a lo largo del camino”.
Sin embargo, el joven tomó la pluma dorada, la escondió y continuó cabalgando. “No puede haberse referido a nada tan bello como esto”
El joven había viajado ya a lo largo y ancho del mundo por mucho tiempo cuando que llegó a un ovillo de hilo dorado. Detuvo su caballo y recogió el ovillo. El caballo le dijo nuevamente: “Otra vez has roto la promesa que hiciste a tu padre. ¿No recuerdas que te prohibió recoger nada a lo largo del camino? Este ovillo de hilo dorado solo te traerá desgracia”.
Sin embargo, el joven guardó el ovillo de hilo. “¿Qué? ¿Has perdido la razón? ¿Como podría algo tan bello traerme desgracias?”
A la puesta del sol, el hijo más joven había llegado un país raro y desconocido. Pronto vio a un pastor pastando sus vacas. El joven le preguntó: “¿Quién vive en este país extraño y desconocido que tenga la reputación de ser un hombre virtuoso y amable con sus invitados?”
El pastor señaló una torre muy alta a lo lejos. Dijo que allí, se rumoreaba, vivía un príncipe rodeado de gente respetable y que amaba a los invitados. El joven fue a ver a este príncipe. Después de muchas preguntas en el portón de entrada, le permitieron quedarse y se unió a todos los de la casa para rezar juntos.
Cuando el joven se inclinó para hacer sus postraciones, la pluma dorada cayó de su vestido. El príncipe la recogió y le rogó al joven que encontrara al pájaro al cual pertenecía esa pluma. Si no lo hacía, el príncipe dijo que moriría. El joven replicó que tendría que consultarlo con su caballo, de otra forma no podría contestar. El joven fue hasta el caballo y le contó del pedido del príncipe.
“Bueno, vayamos y veremos cuál es el resultado de todo esto”, dijo el caballo. “Solicita al príncipe que prepare una vianda liviana y rica para nuestro viaje. Digamos un kilo de harina de maíz y una jarra de Karaki1”.
El príncipe hizo preparar todo, y al día siguiente el joven salió en busca del pajarito.
Viajo a lo largo y ancho del mundo por mucho tiempo. Entonces llegó a uno de los confines del mundo. El caballo se detuvo en lo alto de las montañas y le dijo al hijo más joven: “Si miras un poco para todos lados, verás un monstruo elevándose en los cielos. ¿Ves? ¿No se parece eso a su alto sombrero de piel?”
“Ese es el pájaro del cual hablaba el príncipe. Yo trataré de traerlo hasta aquí, y será mejor que tú te prepares para engañarlo. Él te preguntará de qué pueblo vienes y tú deberás responderle que vienes del pueblo donde vive Timor. Entonces te preguntará cómo se siente Timor estos días. Tú responderás que Timor se lastimó la espalda y que su visión empeoró mucho. Si el pájaro te pregunta por el caballo de Timor, respóndele que si su amo se encuentra enfermo, el caballo puede irse al demonio y que lo han puesto a pastorear. Es mejor no comentar más nada con relación a esto. El pájaro entonces bajará de la alta montaña y comenzará a bañarse en el rió para limpiar su plumaje. Entonces será el momento de echar el Karaki pegajoso al rió y esparcir la harina de maíz alrededor suyo”.
El joven hizo todo lo que se le había dicho. El pájaro comenzó a bañarse en el río y luego se acercó al joven para mirarlo más detenidamente. El joven saltó sobre él y se aferró muy fuerte. El pájaro se retorcía en sus manos, pero el no lo soltó. “¿Eres tú Timor?”, le preguntó temblando.
El joven respondió: “Soy el tercer hijo de Timor”.
“Oh, ya veo. Debo rezar mis oraciones de la noche y tengo que limpiar mis plumas, por favor, déjame ir”, comenzó a rogar el ave.
Así que el joven lo dejó libre. El pequeño pájaro dorado se baño y después se acomodó sobre el hombro del joven para descansar. De este modo, con el ave sobre su hombre y el sol ocultándose, el joven volvió al país extraño y desconocido donde vivía el príncipe.
Algún tiempo después, mientras el joven se encontraba haciendo sus oraciones, el ovillo de hilo dorado cayó de entre sus ropas. El príncipe tomó la madeja dorada de hilos y dijo: “Moriré si la muchacha que armo esta pelota de hilo dorado no es traída a mí”.
El joven consultó con su caballo. Éste le dijo que le pidiera al príncipe que preparara una comida liviana y rica para el viaje.
Al día siguiente el joven salió con su caballo en busca de la muchacha. Viajó a lo largo y ancho del mundo por mucho tiempo, y pronto se encontró nuevamente en los confines del mundo. Entonces su caballo le dijo: “¿Puedes ver esas montañas altas, y ves esa alta torre que no tiene entrada ni salida?
En la cima de esa torre se encuentra la muchacha que armó la madeja de hilo dorado. Haremos que la pelota se desarme aparentemente sola, aunque tú estarás secretamente detrás de todo. Ella te preguntará cómo se siente Timor estos días, y tú deberás responderle que Timor se lastimó su espalda y que su visión ha empeorado mucho. Si la muchacha te pregunta por el caballo de Timor, dile que si su amo se encuentra enfermo, el caballo puede irse al diablo y que lo pusieron pastar. Para ella eso va a ser una gran alegría. La muchacha dirá que teme salir de la torre por causa de Timor, y que por eso permanece encerrada haciéndose vieja. Ella también dirá que toca la harmónica, y lo hará en el balcón más bajo si tú eres un buen jinete y puedes cabalgar unas vueltas alrededor de la torre. Debes responder que estás apurado, pero que para darle tranquilidad a su corazón, cabalgarás alrededor de la torre. Daremos tres vueltas alrededor de la torre, y a la cuarta, yo saltaré al balcón. Entonces tú la tomarás.”.
El hijo de Timor cabalgó hasta la muchacha. Ella preguntó: “¿De dónde eres?”
El respondió: “Soy del mismo pueblo que Timor”, y se puso un poco nervioso por estar hablando con una muchacha tan hermosa. Ella le preguntó por Timor y el joven contesto: “Timor la esta pasando mal estos días. Se lastimo la espalda y su visión le esta fallando. Temo que las legiones de la muerte se encuentren ya a su alrededor”.
“¿Qué hay de su caballo?”, preguntó la muchacha.
“Cuando el amo se encuentra enfermo, el caballo puede irse al diablo, así que fue puesto a pastar”. La muchacha estaba encantada de oír esto, así que bajó hasta el balcón más bajo y comenzó a tocar su harmónica. Le pidió al joven que cabalgara alrededor de la torre algunas veces. El joven y su caballo cabalgaron alrededor de la torre tres veces, y a la cuarta vuelta el caballo galopó y saltó aterrizando con sus pezuñas sobre el balcón. El joven sujetó a la muchacha. Ella comenzó a golpearlo pero el joven la sostuvo firmemente aunque su nariz dolía y sus ojos picaban.
“¿Tú eres Timor?”, preguntó la muchacha.
“No soy Timor. Soy su tercer hijo”, respondió el joven.
“Hice el juramente que me casaría con el hombre que me sacara del balcón”, dijo la muchacha.
El joven y la muchacha cabalgaron de vuelta hasta el extraño país. El príncipe se aproximó a la muchacha y ella le dijo con frialdad: “A menos que te asees con la leche de un caballo de mar, no tendrás ningún derecho de tocarme.” Y se mantuvo firme en este punto y toda la corte se enteró, en especial el príncipe.
El príncipe ordenó a todos aquellos que estaban bajo su poder que salieran a buscar esta leche especial. Sin embargo, su gente no logró encontrar la leche, así que dijeron al príncipe que el que había traído el pájaro dorado y la muchacha quizás fuera capaz de encontrar la leche de una yegua de mar. El príncipe consultó con el hijo más joven de Timor, y él respondió que primero debía consultar con su caballo.
“Bueno, esto es lo que temí todo el tiempo”, suspiró el caballo. Solicita al príncipe que mate a tres de sus caballos, de sus cueros que confeccione ropa brillante, y también pídele que nos proporcione algo de pegamento”.
Ambos viajaron a lo largo y ancho del mundo por mucho tiempo, y pronto se encontraron en la costa del mar. El caballo dijo al joven que cavara dos agujeros lo suficientemente grandes para que ellos pudieran esconderse. El joven untó el pegamento sobre la ropa brillante y envolvió al caballo. Cuando estuvo hecho, el caballo pateó con sus cascos el agua y se escondió en uno de los agujeros.
No mucho después, un semental del mar saltó fuera del océano, corrió a lo largo de la costa y luego volvió al mar. “Qué tontos, pensé que estaban todos muertos”, fue todo lo que se pudo escuchar que dijo.
El caballo le preguntó al joven: “¿Cómo era el caballo cuando saltó fuera del océano y cómo era cuando volvió al mar?”
“Cuando saltó fuera del mar, había un laso con tres nudos alrededor de su cuello. Cuando volvió al mar, uno de los nudos se había soltado”.
Otra vez el caballo fue hasta el agua y pateó con sus cascos el mar, y saltó al agujero para esconderse. Como había pasado ya, del océano saltó un caballo de mar, corrió por la costa y al no encontrar nada, volvió al mar. “Qué tontos”, dijo, “yo creí que estaban todos muertos”.
El caballo preguntó al joven: “¿Como era este semental cuando saltó fuera del océano y cómo era cuando volvió al mar?”
El joven respondió: “Cuando saltó fuera del mar, dos de los nudos se habían desatado, y cuando volvió al océano, quedaba sólo uno de los nudos”.
El caballo fue hasta el agua una tercera vez, pateó el agua con sus cascos, y rápidamente salto al agujero para esconderse. El semental marino saltó fuera del mar, corrió por la costa sin nudos en el laso alrededor de su cuello y después volvió al océano.
La siguiente vez que el caballo chapoteó en el mar con sus cascos, permaneció parado en el agua.
El semental marino saltó fuera del agua y comenzó a pelear con el caballo del joven. El semental de mar rompió las ropas brillantes del caballo. Sin embargo, el caballo logró herir al caballo de mar y de esta forma ganó la pelea.
“Tengo el poder de este gran mundo y de este mar, así que por favor permíteme hacer todo lo que me ordenes”, rogó el semental marino.
“Haz que salgan todas las yeguas y potros de mar, pues sino voy a vaciar de agua el océano.”
El caballo de mar condujo a todas las yeguas de mar y a todos los potros de mar fuera del océano; el joven montó su caballo y volvió hasta el príncipe con todas las yeguas marinas.
Hirvieron un gran cuenco de leche de las yeguas de mar. El príncipe sugirió que el joven se aseara primero y después lo haría el príncipe. El joven dijo que primero tendría que consultarlo con su caballo. El caballo le dijo: “Dile al príncipe que si tu caballo se encuentra cerca del cuenco, entonces te asearás primero”.
El joven dijo todo esto al príncipe. El príncipe ordenó que el caballo fuera traído y colocado junto al cuenco de leche hervida. Cuando el joven comenzó a meterse en el gran cuenco, con un soplido el caballo enfrió la lecha. El príncipe vio todo esto y ordenó que el caballo del joven también estuviera cerca del cuenco mientras él se bañaba. Mientras se introducía al cuenco, el caballo con un soplido de aire caliente, mató al príncipe.
Como no había nada más para decir, el hijo más joven de Timor se preparó para el regreso a casa. Llevó consigo a la muchacha. El pájaro dorado viajaba sentado sobre su hombro y el semental marino arreaba a todas las yeguas de mar. En el camino el joven había perdido mucho peso. La muchacha le preguntó: “Tienes el pájaro dorado, al cual nunca nadie había visto, un rebaño entero de yeguas de mar y me tienes a mí. ¿Cómo es que has perdido tanto peso entonces? No tienes motivos para afligirte.”
Me enviaron lejos de casa en busca de una cura para el sufrimiento de mi padre. No encontré ni una sola cura, y como resultado, ahora yo estoy perdiendo peso.
El pájaro dorado sentado sobre su hombro dijo: “Si tomas una pequeña pluma dorada de mi ala y la pasas suavemente sobre tu padre, entonces él se volverá más joven que tú”.
Sin nada más que decir, llegaron a casa.
Llegaron justo a tiempo, pues el anciano ya se encontraba peleando la muerte con sus puños desnudos. El joven tomó una pluma del ala derecha del pequeño pájaro dorado y la pasó suavemente sobre los ojos de su padre. El padre rápidamente se puso más joven que su hijo más joven. Se dio la vuelta y miró al pájaro sin entender, una chica que nunca podría haber tenido antes y un rebaño de yeguas de mar con las cuales sólo podría haber soñar. Le dijo a su hijo menor: Me has superado ampliamente en todo lo que yo he hecho. Has hecho más que yo, y pareciera además que sin gastar energía”.
El hijo sonrió y no le dio mayor importancia. Le entregó la muchacha a su padre.
Siete días y siete noches celebraron la boda. Habían preparado comida tan rica, que fue una pena que mis dientes no la pudieron saborear. Habían preparado un vino tan bueno, que mis labios nunca se mojaron.
Yo estaba allí. Le di a cada uno un golpecito y volví a casa. Si no me crees, entonces vete.
Traducido del inglés por Alice Keiller y Darío Seb Durban
Recontado por Troy Morash en http://www.fables.org/winter02/timor.html