8 de Noviembre de 2009
Estaba en FEDUN, la Federación de Docentes Universitarios. Salí de una reunión y, casi como en un acto reflejo, abrí el correo electrónico. Un mail sobresalía entre unos cuantos: «Con hondo pesar informamos que hoy a las 9 y 30 de la mañana falleció el Profesor Aníbal Ford».
¿Ford? -Me pregunté- ¿El que me llevó a leer a Jauretche y Scalabrini? ¿El del ensayo sobre Homero Manzi? ¿El primero que vio en Rodolfo Walsh una mismidad entre sus tareas literarias y militantes’? ¿El que nos permitió ver la línea histórica entre el yrigoyenismo y el peronismo? ¿El de Crisis, el de EUDEBA? ¿El que sí sabía de qué la iba la comunicación? ¿En serio? Sí, era Aníbal nomás.
La verdad es que la muerte no es un tema que me conmueva especialmente. La entiendo como parte indisoluble de la vida. Sí me asustan las muertes colectivas, las masacres, las tragedias y, sobre todo, las muertes jóvenes. Aníbal no era precisamente joven, tenía 75 años. La suya sí me conmovió.
Empecé una cadena de llamadas a amigos, necesitaba compartir la noticia para mitigar ese dolor. Llegué a moquear un poco. Me acordé de la noche de Cromagnon, probablemente la última vez hasta hoy en que la dama de la hoz logró quebrarme los lagrimales.
Casi sin pensar comencé a escribir esto, a recopilar datos, a buscar nuevamente a Aníbal. Encontré muchas cosas que ni necesitaba buscar, de tan presentes que estaban (y están). Y decidí recordarlo vivo, dando sus clases de Comunicación y Cultura (Teoría y Prácticas de la Comunicación II en la jerga) o de Teorías sobre el Periodismo, tomando café o cerveza en el bar de la esquina de Uriburu y Marcelo T., discutiendo en la Junta de la Carrera de Comunicación o en donde fuera.
Vamos a tratar de poner un poco de orden: Aníbal Horacio Ford Von Halle nació en Buenos Aires el 13 de Septiembre de 1934. Sus seis hermanos anteriores nacieron entre 1910 y 1918. El tercero, cuarto y quinto nacieron en Budapest, en el Imperio Austrohúngaro, durante la Primera Guerra Mundial.
A mediados de los años cincuenta comenzó a estudiar Medicina en la UBA. Abandonó la carrera para iniciar Letras, donde se licenció en 1961. En Filo conoció a Jaime Rest, uno de sus mayores maestros, quien lo adentró en los territorios de la sociedad de masas y los estudios culturales. Ford dice que con Rest aprendió a ver la historia desde las transformaciones sociales, no desde los hombres ni los discursos.
En 1963 y 1964 hizo su primer experiencia docente, dando cursos para educadores de adultos en Extensión Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Su otro gran maestro fue Boris Spivacow, con quién trabajó en EUDEBA hasta la Noche de los Bastones Largos, en 1966. Ese año marchó preso, como tantos. En EUDEBA fue primero fletero, luego corrector y editor de colecciones. Escribió Historia del Movimiento Obrero, una colección de varios volúmenes que nunca vio la luz.
Su primer publicación no fue en EUDEBA sino que llegó de la mano de otro amigo. En 1967 Rodolfo Walsh llevó Sumbosa, su libro de cuentos, a la editorial de Jorge Álvarez y recomendó su publicación. Walsh también publicó la primera crítica del libro de Ford en Primera Plana. La nota se llamó “Sumbosa, una literatura de la incomodidad”. En ella Walsh reflexionaba acerca de algunos signos que le permitían señalar que «La narrativa argentina está por sufrir una renovación sin precedentes a manos de autores cuya edad oscila alrededor de los veinticinco años y que todavía no han publicado un libro». Además de Ford y su Sumbosa, hablaba de La invasión de Ricardo Piglia, de Villa Feder de Ricardo Frete y de Nanina de Germán García.
Mientras tanto, y hasta 1969, siguió a Spivacow y fue uno de los fundadores del Centro Editor de América Latina (CEAL). Luego fue Jefe de Redacción de la revista Crisis, entonces dirigida por Eduardo Galeano, Director de los Cuadernos de Crisis y columnista de La Opinión, El Porteño, Clarín y Página/12, entre muchos otros en el país y en el exterior.
En 1972 produjo Walsh, la reconstrucción de los hechos, que Jorge Lafforgue incluyó en Nueva Novela Latinoamericana, y que quince años después Ford reeditaría en su Desde la Orilla de la Ciencia.
En 1973, y con Paco Urondo como Director de la Carrera de Letras, volvió a la Facultad como Docente. Era titular de la cátedra de Introducción a la Literatura cuando invitó a una clase a Rodolfo Walsh. Juan Gelman era el JTP. Una alumna preguntó:
– Dígame Walsh… ¿Qué ideales lo llevaron a escribir Operación Masacre?
Respondió: – ¿Ideales? Yo quería ser famoso… ganar el Pulitzer… tener dinero…
En 1974 dejó la vida académica, y no regresó sino hasta 1988.
Luego de la clausura de Crisis, Ford intentó trabajar en otras revistas pero sus directores fueron asesinados por la Triple A. Contó que entonces había escrito en un pizarrón: «No nos van a ganar». Pero reconocía que sí, les habían ganado. También habían caído Rodolfo Ortega Peña y su gran amigo y compañero de viajes, Haroldo Conti.
Haroldo, el mismo que en la presentación de Balada del Alamo Carolina, en su Chacabuco natal, dijo: «Acepto inclusive la posibilidad de contradicciones, cosa que no me desmoraliza, porque no me preocupa la rigidez de mis posiciones mentales». Ford compartía con Haroldo esa permanente desestructuración de los saberes, y solía ilustrarlo con una anécdota de un viaje que hizo justo con Haroldo: se sorprendieron en La Pampa profunda, años setenta, cantando A desalambrar, de Viglietti, para así darse cuenta que los pobladores lo que querían era, justamente, alambrado, porque el alambrado implicaba trabajo.
Durante la última dictadura se dedicó a sobrevivir como Director de Proyectos en una fábrica de productos químicos, dirigiendo a químicos e ingenieros. Contaba que durante esa experiencia: «El haber visto a un obrero reemplazar una pieza que valía dos mil dólares por un piñón de bicicleta me enseñó tanto como muchos libros».
No fue casual que se replegara durante los años de plomo. Ha sido muy claro al decir que debemos “descartar esa tramposa valorización que hace que un Robin Hood sea más valioso que un padre de familia que se encierra para mantener no sólo a sus hijos sino a su identidad”.
En 1983 comenzó a criticar la idea de la «transición democrática». Decía que esa metáfora encerraba la idea de que se llegaba a la democracia como se llega a una estación de tren. Le gustaba desentrañar metáforas y, más aun, clarificar lo que podían significar sus puestas en circulación, lo que ocultaban, lo que ponían en juego.
En 1988 fue el primer Director designado por elecciones de la Carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA. En dicha carrera fue profesor titular de la cátedra de Comunicación y Cultura y de Teorías sobre el Periodismo. También fue Director de la Maestría en Comunicación y Cultura.
En Comunicación compartió una lujosa plantilla docente con Nicolás Casullo, Ricardo Forster, Christian Ferrer, Oscar Landi, José Vazeilles, Eduardo Romano, Jorge Rivera, Carlos Campolongo, Oscar Bosetti, Eduardo Aliverti, Washington Uranga, Pablo Alabarces, Oscar Steimberg, Eduardo Luis Duhalde, Damián Loretti, Héctor Schmucler, Eduardo Jozami, Sergio Caletti y Jorge Saborido, entre otros. Lujos que nos dimos quienes cursamos en los noventa, muchas veces sin saberlo.
Ejerció la docencia también en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad de La Plata. Fue miembro de los consejos editoriales y/o de las comisiones directivas la Maestría en Análisis del Discurso en la Facultad de Filosofía de la UBA y de instituciones como ASAICC (Asociación Argentina de Investigadores de Comunicación y Cultura), ALAICC (Asociación Latinoamericana de Investigadores de Comunicación y Cultura), de América Latina como FELAFACS (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social), y el ININCO (Instituto de Investigaciones en Comunicación de Venezuela). Fue investigador del Instituto Gino Germani. Dirigió la colección “Comunicación, cultura y medios” en la editorial Amorrortu y la Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación en la editorial Norma.
En 2005 la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata le otorgó el Premio Rodolfo Walsh por su trayectoria académica. No me lo imagino en esa situación. No era un amante del bronce, no creo que significara mucho para él.
Dirigía una investigación para UNICEF sobre la imagen de los adolescentes en los medios y el proyecto UBACYT «Los problemas críticos de la agenda contemporánea. Mediaciones, comunicación y producción de sentido en la formación de la opinión pública y el imaginario social».
Sus últimos esfuerzos fueron puestos en la creación y la dirección de la revista digital Alambre: Comunicación, Información, Cultura. El Comité Asesor que lo acompañó impresiona: Carlos Altamirano, Eliseo Colón, Emilio De Ipola, Eduardo Galeano, Jorge Lafforgue, Gustavo Lins Ribeiro, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz, Rossana Reguillo, Eduardo Romano, Lucas Rubinich, Juan Sasturain, Héctor Schmucler, Armando Silva, Muniz Sodré y Eliseo Verón.
En el número 2 de Alambre, Toto Schmucler escribió: «Querido Aníbal, recién termino de desenredarme de los alambres que arroja para todos lados Alambres, nuestra revista, me animo al gesto de posesión compartida. En realidad es tu revista, no porque no quieras repartirla, sino porque es casi una síntesis de tu larga, variada y rica vida. Al menos yo te veo así: peleando con alambres para que un mundo que merece buena memoria no deje de funcionar».
Fue el habilidoso uno de sus temas recurrentes. No era un capricho: en su figura, como en la del baqueano, se encuentran y se plasman saberes que la academia desdeña. Es el síntoma de que existen distintas formas de conocer y de comunicar.
Solía rescatar bastante seguido el informe Estado de las clases obreras argentinas que el catalán Juan Bialet Massé preparó a pedido de Roca en 1904. Ahí se encuentra una de las primeras documentaciones sobre el habilidoso:
«Es ahí donde se encuentra el habilidoso, tipo original que sólo allí se cría. Se rompe un anillo, él lo suelda; la soldadura es tosca, pero sirve; se rompe una pata a una silla, él toma un palo de tala y le pone el pie; es desarmónico, rudo, chocante, pero la silla sirve; él saca su cuchillo y corta un tiento para componer una montura; él trenza lazos, es albañil y sabe afilar un barreno; todo lo hace imperfecto y rudo, pero lo hace y le saca en más de un apuro. Vivo, inteligente y rápido en la concepción, nada lo sorprende y para todo halla salida. Generalmente fue soldado y viajó, algo le queda de todo lo que ha visto, y en la oportunidad lo aplica, mejor o peor, pero sale del paso y saca del pantano. Ese habilidoso, puesto en un taller, es un excelente oficial en cuatro meses».
Bialett también señala en el informe su admiración por el «rastreador riojano, que sin saber leer ni escribir, sin cuadrículas ni pantógrafos, con su solo talento y su constancia, tiene aún mucho que enseñar a Bertillon y a los modernos médico-leguistas, a grafólogos y peritos».
En su juventud, Ford ingresó a las filas del Partido Justicialista, y no lo abandonó hasta el 29 de Diciembre de 1989. Los indultos firmados por Carlos Menem asquearon a miles de militantes. En 2007, mi compañero y amigo Andrés Guevara lo reafilió.
Solía decir que no podía «diferenciar con claridad la literatura de otros quehaceres políticos, cotidianos o científicos». Fue uno de los primeros en hablar de transdisciplinariedad, y fue un firme partidario de ella.
Ford marcaba, por ejemplo, que tanto el personaje llamado Daniel Hernández como su autor, Rodolfo Walsh, habían descripto a su tiempo al Fotocomparador Belaúnde: Hernández en “La aventura de las pruebas de imprenta”, Walsh analizando el proceso de identificación del arma que mató a Marcos Satanowsky. Cuarenta y cuatro años después de uno, y veintiuno luego del otro, efectivos de la KGB, la Sureté, Scotland Yard y el FBI no lograban ponerse de acuerdo en cuanto al arma con que le dispararon a José Luis Cabezas.
También tomando el trabajo de Walsh como exemplum (desvío: Aníbal amaba usar esa palabra), Ford decía que gracias a sus aficionados conocimientos de criptografía logró descifrar unos cables comerciales en los cuales iba codificada información sobre la futura (inminente) invasión a Bahía Cochinos que la Cancillería de Ydígoras, en Guatemala, le enviaba a la CIA norteamericana. La CIA creyó que un poderoso equipo de inteligencia soviética estaba trabajando en Cuba. Y no, era Walsh: “Un hombre que pensaba simultáneamente la comunicación, la cultura, la política… que manejaba la honda de David”.
Él mismo intentaba pensar simultáneamente varios campos. Su producción escrita aborda el análisis de los medios, la relación de la literatura con otros géneros, los problemas de la identidad nacional, la comunicación y la cultura. Una lista incompleta puede ser la siguiente: Sumbosa (Cuentos, 1967), Homero Manzi (1971), Medios de comunicación y cultura popular (en colaboración con Eduardo Romano y Jorge Rivera, 1985), Ramos Generales (Novela, 1986), Desde la Orilla de la Ciencia: Ensayos sobre identidad, cultura y territorio (1987), Los Diferentes Ruidos del Agua (1987), Arturo Jauretche, La Colonización Pedagógica y Otros Ensayos (Compilador y Prologuista, 1992), La Tribu Televisiva (1994), Navegaciones: Comunicación, Cultura y Crisis (Ensayos, 1994), Ciberculturas: en la era de las máquinas inteligentes (en colaboración con Alejandro Piscitelli, 1995), La Marca de la Bestia: identificación, desigualdades e infoentretenimiento en la sociedad contemporánea (Ensayos, 1999), Oxidación (2003), Treinta Años Después (2004), Resto del Mundo (2005), El Faro del Fin del Mundo y otros Textos (Relatos, 2006), Sobre Experiencia y Discurso (en colaboración con Eliseo Verón, 2006), Del Orden de las Coníferas (Relatos, 2009).
Creo que, por sobre todo, el tema de Ford fue el de la identidad y su vinculación epistemológica. Era fundamental porque “Si la identidad está fragmentada, bloqueada, desviada, si no tenemos conciencia de desde dónde o cómo conocemos, no podemos discutir la idoneidad de las opciones que nos presenta la realidad», como dice en Navegaciones.
Sobre este libro escribió en Perfil Pablo Alabarces, uno de sus muchísimos discípulos: «En 1994 publicó Navegaciones, un libro descomunal, lleno de hallazgos y sugerencias: entre otras, la de que lo popular no es una lista de bienes sino un modo de pensar, una manera de relacionarse con el mundo y con la vida tramada con el cuerpo y la oralidad, con el olfato y el humor».
Ford solía desarmar los aforismos de moda. Se cansó de destrozar la tesis del Fin de la Historia de Fukuyama, e insistía en que no todo pasa en los medios. Textualmente: «La producción cultural y social pasa tanto por los medios como por fuera de ellos. Son tan erróneas las tesis de la massmediatización social como su reverso alternativista, negador de los medios. Los medios son poderosos pero también es poderosa la producción social cultural que pasa por afuera de ellos».
Cuando la Carrera de Comunicación pasó del viejo edificio de Marcelo T. al de la calle Ramos Mejía, en Parque Centenario, Ford abrió su primer teórico allí con acidez: «Este es el sueño de Marx, que las fábricas sean universidades». Algunos se escandalizaron, pero el mismo Ford ya lo había aclarado antes, a propósito de los sketches de Olmedo: el prejuicio ve al humor como idiotizante, pero «no es evasión, es precalentamiento».
Era cauto frente a aquellos chicos que a mediados de los noventa tratábamos de imaginar qué sería de nuestra vida con las nuevas tecnologías. Y hace un par de años insistía con que «menos del tres por ciento de la población mundial tiene la posibilidad de navegar por Internet». Todos tendemos a ser etnocéntricos, pero Ford no.
No era un semiótico ni un semiólogo, aunque sabía llamar a esas ciencias en su ayuda. No era sociólogo. No era filósofo, ni un estudioso de la tecnología («no soy un especialista en nuevas tecnologías, sino en los problemas culturales que ellas generan»), ni venía de las ciencias duras. Ya no era un hombre de Letras. Era Profesor, claro que sí, pero no era un académico. En realidad, supongo, era todo al mismo tiempo.
Apelaba a la semiótica cuando nos avisaba que “Como en los manuales de supervivencia, en la crisis hay que leer más signos que en una etapa normal”. O cuando señalaba que «No son los sistemas comunicacionales los que van a resolver los problemas de este mundo, donde sobran símbolos pero falta alimento”. O más aun, cuando señalaba que «La pobreza se transformó en el discurso sobre la pobreza. Y, como sabemos, todo será simulacro, pero de que la gente se caga de hambre no hay duda”.
Fue Norberto Croqueta Ivancich en 2005, fue Nicolás Casullo el año pasado, es Aníbal Ford ahora. Supongo que no debemos llorarlos, sino aprender a aprovechar la suerte de haberlos tenido con nosotros.
¿Cuántos de aquellos posadolescentes que entre 1988 y 1998 cursamos la incipiente carrera de Comunicación en Marcelo T. nos acercamos al peronismo de su mano? ¿Cuántos abandonamos una izquierda difusa y consignista para sentarnos en la mesa de la izquierda nacional y popular?
Se trataba de asumir un lugar desde donde mirar la historia. Fue Ford quien en Navegaciones propuso empezar de nuevo, revisar lo que se ha conformado en la identidad nacional y enfrentar la crisis desde un lugar, desde «la posibilidad o el derecho de mantener un punto de vista, una mismidad, la visión desde un grupo social, desde un lugar, desde una forma de concebir la cultura del hombre. Aunque el lugar que elija, pierda».
En eso andamos, Profe, y en eso seguiremos.