Ángeles Durini nació en 1957 en Maldonado, Uruguay, y siempre vivió en Bueno Aires, Argentina. Es escritora y su especialidad es la literatura infantil y juvenil. Las novelas ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov?, traducida al portugués, y ¿Qué esconde Demetrio Latov?, cuyas primeras ediciones se publicaron en 2002 y 2009, tuvieron varias ediciones y llegaron a numerosos lectores. Otras de sus novelas son De la Tierra a Kongurt (2005), también de numerosas ediciones, Príncipe Melifluo en sueño de manzana (2010), Doña Rosita y don Cocoliche (Quito, Ecuador, 2010).
Los títulos de sus libros de cuentos son Amor sin fin (2008), donde se encuentra Levemente hacia atrás, cuento ganador del Concurso Imaginaria Educared 2004, y Amapolas y tomates, traducido al inglés e incluido en la Antología del cuento infantil argentino del siglo XX, por Adela Basch. Frasco gitano, bellamente ilustrado por Gustavo Aimar, Mientras el lobo, edición bilingüe español portugués, ilustrado por Alexiev Gandman, Sopa de gallina, ilustrado por Horacio Gatto. Y De pueblo en pueblo, donde se mezclan la tradición y la transgresión. Participó en numerosas antologías, también ha hecho adaptaciones para niños de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y su obra de teatro Los cinco caramelos obtuvo el 2°premio en el concurso organizado por el Gobierno de la Ciudad, en 1996/97. En los últimos años, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ha elegido varios de sus libros para participar en el programa Mi biblioteca personal. Gran parte de su obra se lee en varios países de Sudamérica.
¿Cómo llegaste a la literatura infantil?
Nunca salí. Mi abuela me contaba muchos cuentos tradicionales desde que era muy chica, se murió cuando tenía 8 años, y era una gran narradora. Yo decía que iba a ser escritora cuando fuera grande, para escribir los cuentos que me contaba ella. Escribir me da el mismo placer que me daba el escucharla.
¿Cómo repercutió en tu estilo tu formación docente?
Elegí estudiar el profesorado de lengua y literatura en el Instituto Summa porque por ese entonces era el único que tenía la especialidad en literatura infantil y juvenil, y yo sabía que era lo mío. Allí me introdujeron en el folklore de los cuentos orales, los mismos que me contaba mi abuela, pero desde otra perspectiva. Observar los motivos que se repiten cuento a cuento, por ejemplo. Todavía recuerdo con alegría la lectura Marc Soriano y su análisis de los cuentos de Perrault. Por otro lado, disfrutaba mucho de las clases de gramática, cómo olvidar la sabiduría del profesor Balderrama, que me ayudaban a conocer mejor la estructura de mi propia lengua. Y las clases de latín me hacían sentir que le estaba viendo el esqueleto a la lengua española. Allí conocí a algunos autores que no había leído. Aunque a los autores más actuales los fui conociendo en los talleres literarios a los que asistía. No sé si todo esto que digo influyó en mi estilo, que está en constante búsqueda.
Debutaste con ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov?, que se ha convertido en un clásico instantáneo. ¿Cómo surge esta obra? ¿Cuál fue tu acercamiento a la sensibilidad infantil?
Por aquél entonces iba a un curso para aprender a escribir guiones de televisión. Una de las propuestas del profesor fue que imagináramos una serie, que pensáramos en los personajes, lugar donde vivían, tiempo, circunstancias. Comencé por recordar las series y películas que veía cuando era chica: Los locos Adams, Sombras tenebrosas, el inolvidable Drácula de Bela Lugosi. En eso andaba cuando se me apareció el personaje, un chico de 9 años. En el libro, Demetrio cumple 12 años, confieso que le cambié la edad por consejo de una profesora y de la editora, pero todavía tengo mis dudas. Cuando tenía 5 años soñaba con tener 9, y jugaba a ser un chico de 9 que se llamaba Chester Binder, calculo que ese nombre me sonaría a personaje de televisión.
Creo que el libro tomó algo de cada una de estas cosas que nombro: de Los locos Adams, eso de sentirse muy normales y ser muy raros a la vista de otros. De Sombras tenebrosas -me dio mucha emoción enterarme de que Tim Burton veía la misma serie que yo cuando era chico, más allá de que la versión que hizo en largometraje no me dejó de una pieza como me hubiera gustado- el cementerio en el jardín, la mano de Barnabas Collins saliendo de la tierra, la niñita del pasado que cantaba: el puente se va a caer… una familia de vampiros en la época actual. Bueno, actual era en los años setenta. Ah, el hecho de que nunca se dieron todos los capítulos de esa serie, que siempre terminaba en suspenso, me hicieron extrañarla por años. O sea que por estas latitudes nunca nos enteramos del final.
Vampíricamente tomé la estructura de la novela Drácula para contar mi novela, mediante diarios íntimos y cartas. Pero también recordé el regalo que me había hecho mi abuela para un cumpleaños: una caja donde estaba escrita la palabra carmesí, que contenía un cuaderno de tapas acolchadas y rojas, con una inscripción en letras doradas y cursivas que decía mi diario. Recuerdo que pregunté qué significaba carmesí, más allá de que ya me había imaginado su significado. Así que en realidad, empecé por mi recuerdo.
Y seguramente Chester Binder tuvo bastante que ver con mi acercamiento a la sensibilidad infantil. Y la costumbre que todavía existía en mi infancia, de ir a visitar la tumba de los parientes muertos, el día de todos los santos o de los muertos. Y la muerte de mi abuela, claro. Y mi señorita Dorita.
¿Cuáles son las características que te no te agradan y las que sí de los libros para chicos en general?
Las características que sí me agradan de los libros para chicos son las mismas que me agradan de los libros para grandes: encontrarme con una voz muy personal que cuenta. Me gustan las maneras originales de contar, más allá de lo que cuentan. Me molestan mucho los lugares comunes, Y de los libros para chicos en especial, me molesta el didactismo, el exigir que muestren valores de buen comportamiento y buen pensamiento y demás; en fin, los que no arriesgan nada en su manera de contar. Y me molesta que las editoriales sigan dividiendo sus colecciones por edades, lo veo como una censura. Por suerte hay editoriales nuevas que no lo están haciendo.
¿Qué otros autores, escritores o ilustradores te han nutrido, te han influenciado? ¿Cuál es tu búsqueda como escritora?
Mi búsqueda como escritora es encontrar mi propia voz, mi propia manera de contar. Escritores que me gustan mucho y de los cuales aprendí y seguiré aprendiendo: Felisberto Hernández, Hebe Uhart, Mario Levrero, Antonio di Benedetto, entre otros. A veces lo que cuentan es ínfimo, pero lo cuentan de una manera tan particular que lo hacen extraño. Y creo que tanto Marina Colasanti como María Teresa Andruetto lograron escribir lo que soñé de chica: cuentos con el clima de los cuentos de hadas que me contaba mi abuela. Y me gustaría también tener la libertad de escritura que tiene la pluma de Lygia Bojunga o de Javier Villafañe. Y yéndome atrás y hablando de plumas, Oscar Wilde, Julio Verne. Y si nombro un ilustrador, elijo a Luis Scaffatti y su juego con lo siniestro.
¿Cómo influyen tus propios recuerdos infantiles en tu construcción literaria?
Creo que mi infancia siempre está en mi construcción literaria. Escribo para y desde mi yo niña, a la que siento como un baúl lleno de secretos que fue juntando de mirar tanto. Creo que todo lo que escribo parte de un recuerdo, más allá de que por el camino se mezcle con un montón de cosas.
A partir de la pregunta anterior, ¿cuáles son los elementos estéticos y las estrategias narrativas fundamentales que utilizás?
Mi mayor estrategia es dejarme llevar por el texto, sin presiones, que tome su rumbo propio para seguirlo detrás, a ver qué pasa en la siguiente página. A veces hay un personaje que crece, como Demetrio Latov, y todo va girando a su alrededor. Otras, me dejo atrapar por lugares en donde estuve, para poner un ejemplo, el pueblo de Tumbaya en la Quebrada de Humahuaca de donde nació el cuento Levamente hacia atrás, y son los lugares los que crecen como un personaje y se vuelven fantásticos.
En la novela De la tierra a Kongurt hay una metáfora sobre los derechos humanos. ¿Se puede crear conciencia a partir de la ficción? ¿Habría entonces una responsabilidad en la tarea del escritor infantil o es una decisión estética como cualquier otra?
La novela De la Tierra a Kongurt, siguió algunas reglas sobre la utopía y la anti utopía. Me parece que la novela, como tantas otras de ciencia ficción, muestra un mundo lejano que es mucho más solidario y más inteligente que el que conocemos. Hay una crítica social, hay un mostrar cómo deberíamos ser, que se puede enmarcar dentro del género de la ciencia ficción. Creo que la tarea de enseñar a los chicos a ser mejores nos corresponde a todos los adultos, más que nada con el ejemplo, pero no le corresponde a la literatura. A la literatura le corresponde crear, como a cualquier otro arte, y en todo caso, ayudar a los otros a crear, como le corresponde a cualquier arte. Lo que pasa es que la literatura está hecha de palabras, si estuviera hecha de notas o de trazos, no le exigiríamos ser lo que no es, no se intentaría usarla para algo útil. El arte hace pensar, ayuda a leer el mundo, el arte se mezcla con la realidad y sus problemas, pero eso no significa que un escritor, sea que escriba para chicos o grandes, deba decir a los otros cómo vivir.
Lo siniestro está presente en muchas de tus obras y personajes, aunque siempre abordado desde una cercanía cotidiana y hasta cómica. El enano maldito, Demetrio Latov, la madre araña en el príncipe Melifluo… ¿Qué es lo que te seduce de lo siniestro y cómo planteás tu acercamiento a ello en tu obra?
Lo siniestro me atrae, es verdad, no solo escribirlo sino también leerlo. Los cuentos de Hoffmann, por ejemplo. Creo que en lo siniestro hay siempre una duda, una ambigüedad, una desestabilización interior. Lo siniestro es el lugar donde la realidad y la mente se encuentran y comienzan a mezclarse y se desdibujan los límites entre una y otra, entre el afuera y el adentro. Y de allí, de esa conjunción, siempre nacen criaturas nuevas. Pero además, supongo que lo siniestro me viene directamente de los cuentos de los hermanos Grimm, a los que sigo leyendo.
Asimismo ¿cómo es abordado el tema de “los miedos infantiles” en tu proceso de escritura?
Me parece que los miedos tienen que ver con lo siniestro. Los miedos nacen de la mezcla de situaciones reales y de situaciones mentales. Unas se alimentan de las otras. Y creo que escribir desde lo siniestro, no obviarlo, es una manera de poner los miedos sobre la mesa, de observarlos, de reflexionar sobre ellos, de poder ir desmenuzándolos poco a poco para mirarlos con tranquilidad. Y con risa también, por qué no.
Por Josefina Goggi y Ángel Alza