Una reflexión y una propuesta solapada que incomoda.
Un viaje, sin proyecto previo, que deriva en introspección; De México a Nueva York. Del pasado al presente en un ida y vuelta que hace pie en Argentina; patria perdida en la vida de un periodista que, de niño, padeció con su familia las consecuencias del exilio. Todo viaje implica y reconoce una distancia y, asimismo, la idea de paisaje. En este caso la distancia enlaza, en constante relación, el comienzo de una vida, la del periodista, con su presente errático; lo hace desde una serie de circunstancias dramáticas que, años después, intentan explicar su realidad como una consecuencia de aquellos mismos sucesos traumáticos. Y el paisaje estaría plagado de aquellas imborrables sombras que encierran los recuerdos. Una especie de ayer resucitado; es así que esta novela de carretera se debate entre el sentido de los recuerdos, el sentido del tiempo y el vacío del olvido. Un viaje que reúne a tres personajes, durante tres días, con sus huellas propias y ajenas.
Son tres desorientados en un escape imperfecto. Y un clima de frustración que nos habla del íntimo deseo, del deseo postergado, incumplido, insatisfecho. Nos habla de los deseos del niño; en este caso, deseos mal interpretados y, así, de una resignación, de un dejar de elegir. Finalmente, el deseo de olvidar. Y aquí la provocación porque, si bien la realidad y los recuerdos son una interesante fuente de inspiración en materia narrativa, y prueba de ello es este Viaje al fin de la memoria, también es innegable que debajo del olvido siempre crece algo distinto, aunque con parecida intensidad.
Tal vez el tema pase por la construcción de identidad y por reconocerle a la memoria su voz de alarma, más allá de las llamas que amparan el olvido. Sólo resta decir, gracias por el viaje!
¿Cómo aparece la idea de este trío en la carretera? Contémosle al lector, a muy grandes rasgos, quiénes son estos hombres arriba de un auto.
Mario, Merisi y Beto: el equipo de periodistas que deben viajar a NY para cubrir la caída de las Torres. Tres hombres encerrados en un coche durante tres días, escapando de sus propias vidas y con un destino incierto, repleto de ruinas. Por momentos, parece que ellos mismos están hechos de ruinas, como casi todos nosotros. La cuestión que se les plantea es cómo reconstruirse y volver a andar. Mario es el protagonista, un periodista mexicano nacido en Argentina, un argenmex. Le interesan pocas cosas: Michael Jordan, la música de Lou Reed, poco mas. Descubre en el trayecto que recuerda demasiadas cosas y no sabe qué hacer con eso. Quiere y no puede olvidar. Merisi es un fotógrafo de guerra, que llegó a México y no puede irse. Está fascinado por el país. Es un personaje que no para de hablar, de recordar, de rememorar su paso por las guerras más sangrientas de los últimos tiempos. El tercer personaje es Beto, un periodista mexicano de la viaje guardia, que también necesita escapar. A veces parece que cada uno podría los caminos que Mario debería tomar.
Hablemos del recurso simbólico de las Torres Gemelas y de la percepción de ese riesgo de iniciarse una tercera gran guerra.
El atentado a las Torres Gemelas creo que es el trauma de nuestra generación. Nunca antes habíamos visto algo así. Habíamos vivido los traumas históricos de nuestros antepasados: las guerras mundiales de nuestros abuelos, las revoluciones y dictaduras de nuestros padres en los 70’s. Nosotros pensamos que no viviríamos algo así, y de pronto ocurre el 11S. El 11S fue el fin de la inocencia de nuestra generación, y la entrada al Siglo XXI. Perder la inocencia es madurar, y eso no es necesariamente malo. Creo que este sentimiento de madurez a pesar de, es el que acompaña al protagonista.
El 11 de septiembre fue el fin de la inocencia y nos convirtió a todos en sospechosos.
¿Por qué elegiste a un periodista como protagonista? También me interesaría una reflexión sobre el vínculo entre literatura y periodismo.
Elegí a un periodista por dos razones. Por un lado, es la única profesion que en ese momento, desde México, tiene la urgencia de ir a Nueva York a ver el desastre. También podrían haber sido los Topos, un equipo de rescate de elite mexicano que se creó a partir del terremoto del 85 y que va por el mundo apoyando a los locales en rescatar sobrevivientes. Pero no creo que hayan ido ese mismo día, como debía el periodismo. Por otro lado, el cambio de mundo que sufren los personajes, es el que también cambia al periodismo. No hay otro oficio que haya cambiado tanto en los últimos tiempos. No sé qué enseñan en las escuelas de periodismo hoy en día, porque desde mi punto de vista es un oficio cada vez más a la deriva y con enormes riesgos por hacer su trabajo. Y muy mal pago.
Respecto al vínculo de literatura y periodismo: lo que une a la literatura y al periodismo es la belleza y lo que los separa es la verdad. Cada género tiene sus reglas claras, pero cuando uno lee a Martín Caparrós, Juan Villoro, y a la Nobel Svetlana Alexiévich, se da cuenta que el placer de la lectura es enorme sin importar mucho el género. El periodismo y la literatura se retroalimentan en beneficio de todos, pero también se autofagocitan: ahí tenemos esta moda –que espero no dure mucho- de los nuevos-cronistas que solo escriben con el ombligo.
La novela entra en la infancia de este personaje. Ahora me gustaría que hablemos de la infancia del escritor, de tus primeras lecturas, de tus preferencias.
Nací en un pueblo de la provincia de Córdoba, en el medio de la pampa. Un pueblo de inmigrantes italianos y españoles. Crecí en una casa con una buena biblioteca, una biblioteca caótica y sin orden, pero con una gran espíritu por el conocimiento.
¿Cómo describirías, en tu caso, el proceso de escritura?
Cuando creo que tengo la historia, dibujo el mapa en unos cuadernos. Luego me siento a escribir. Sentarse es la parte más difícil, el mundo está lleno de distracciones que te impiden sentarte a escribir. Una vez sentado, trabajo por horas, meticulosamente. Todo este tiempo de escritura es muy placentero para mi, muy divertido. El asunto viene a la hora de editar, cortar, podar. Y hasta aquíes todo lo que me gusta. Todo lo que viene después, nunca está en manos del escritor, asi que me importa poco.
Un tema latente es el deseo, los deseos; ¿qué podrías decirnos al respecto?
Es la mejor manera de escapar de la muerte. Deseamos para sobrevivir. Asi lo entienden estos personajes, que no tienen más nada.
El título de la novela, Viaje al fin de la memoria, y una suerte de apelación al olvido, obliga a preguntar acerca de tu postura personal en relación al tema.
No tengo una postura sobre el asunto. Solo tengo la duda. ¿Qué pasaría si olvidáramos un poco? Vivir con tanta memoria es insoportable, pero sin ella es imposible. Ahora, tenemos que diferenciar la memoria personal y la memoria social, política, histórica. En los últimos años hay un debate interesante sobre esto. Olvidar es políticamente incorrecto. Una marea de conciencia nos convirtió en los Funes borgeanos impedidos de dejar atrás cualquier recuerdo. Nada de lo que ha pasado en este momento puede ser olvidado, porque hay en ese recuerdo una falsa reinvindicación social y política. ¿Qué pasaría si olvidáramos Auschtwiz o La Perla? Imposible de responder. David Rieff dice en su libro “Contra la memoria”: “la memoria es una deformación de la historia. No existe la memoria colectiva, esto es un artefacto de la política o de la religión, de la tradición”. Esto porque la memoria aplicada a la historia no puede ser crítica, porque es absolutamente emotiva, personal y por lo tanto subjetiva. La memoria es un mito, y por supuesto que un mito necesario a nivel personal, familiar, pero tenemos que saber que siempre nos dará una visión parcial de la realidad.
La memoria es encantadora y también una trampa. Ahora pienso en Georges Perec, que tuvo un proyecto fascinante sobre la memoria: las camas. Quiso escribir sobre todas las camas en las que había dormido en su vida.
Otro asunto es “la sucesión de cabezas cortadas, que caen al piso, ruedan y recorren el mundo.” Te agradecería desarrollar el tema desde tu idea de ingresarlo en esta historia.
Es la violencia que permea la historia y los días en los que transcurre la novela: desde Nueva York en el 2001, a la Argentina de los 70’s. Y por supuesto México. México ya no sabe que hacer con tanta violencia. Es un país desbordado. Todas las violencias tienen que ver entre sí, no hay violencias independientes.
También me gustaría escucharte ampliar el concepto inmerso en otra frase: “Todos somos un avión a punto de estallar.”
“Ya no quiero regresar a ningún lado. Ahora voy hacia adelante. No puedo regresar, no puedo, y no tiene sentido nada de eso.” Insisto sobre el tema de la memoria y el olvido, para preguntarte sobre esta frase, sobre la desmemoria y el real olvido en nombre del recuerdo, sobre las fisuras de la realidad y sobre los recuerdos no confiables.
Son gritos de desesperación, que creo que es una característica del personaje principal. Su debate y su angustia, pero también su deseo, es ir adelante. Andar, caminar, seguir, una de las más hermosas características del ser humano. El hombre, desde que se puso de pie en África hace millones de años, lo primero que hizo fue caminar. Y así pobló al mundo, y hasta acá llegamos. Andar, seguir, está en nuestro ADN. Tenemos medio mundo migrando, apostando por estar vivo, y por vivir mejor.
Por último, memoria y culpa.
La memoria es la trampa de culpa, y viceversa. Diría que hay que curarse de la culpa. Es una carga imposible. Y, entonces, por qué no, también hay que curarse de la memoria.
Muchas gracias por la lectura y esta charla. Abrazos desde México. Gastón García Marinozzi.