A pesar de no haber sido un partícipe directo de la guerra, Michio Takeyama sufrió sus desgarradoras consecuencias en su Japón natal. Como profesor universitario, Takeyama fue testigo impotente de la partida hacia el frente de muchos de sus estudiantes y ex estudiantes, y del regreso a casa, en el mejor de los casos, de sus cadáveres, ya que en muchos funerales el difunto sólo se encontraba representado por un objeto personal, como una espada. Como japonés, tuvo la experiencia del hambre y la desazón de una patria devastada. En estas vivencias, y en un par de anécdotas del frente, Takeyama funda la historia de Mizushima, un cabo de una compañía asentada en el Sudeste Asiático durante los días previos a la rendición. Su capitán, un director de coros en su anterior vida civil, utiliza el canto como forma de afianzar los vínculos de un grupo heterogéneo conocido como la “compañía de las canciones”. Takeyama mismo utiliza el simbolismo de la música de forma magistral, como hilo conductor en el que ensarta las cuentas de una historia que es tanto un relato inspirador como una afirmación antibélica. Los personajes de esta obra se estremecen y emocionan al compás de hermosas melodías, y todos vibran al unísono en los acordes de un arpa birmana. La pérdida de esta arpa, y de su tañedor, traerá la confusión y la discordia a las filas.
Probablemente, lo único que se le pueda criticar a este relato de impecable lirismo, es que su autor no tuvo un conocimiento de primera mano de Myanmar y su cultura. Todo lo que escribe al respecto es el fruto de una pequeña investigación que debió realizar a fin de escribir esta obra. Sin embargo, este desconocimiento puede resultar interesante al lector occidental, ya que se trasluce en una cierta idealización de lo otro (como una alteridad de la alteridad), error en el que Occidente suele caer al escribir sobre Japón.
Destacable es el hecho de que esta historia fue adaptada para la pantalla grande y fue filmada por el ilustre director Kon Ichikawa, trabajo por el cual se lo nominó al León de Oro del Festival de Venecia en 1956, mientras que la película fue nominada a un Oscar como mejor película extranjera en 1957.