Siempre el crimen, la muerte, es el origen de las novelas de Guillermo Orsi, que pone en marcha el motor afónico de una justicia. El amor y la muerte, y el corazón roto o abandonado que sangra y empantana los rastros que van dejando los que ya no están, los que son difíciles de seguir en una neblina que confunde recuerdos y rostros y muertos. En Siempre hay alguien a quien matar, Una búsqueda por algo que se parezca a la verdad, porque en el teatro de la tragedia griega de Orsi hay más de dos caretas.  

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La muerte como disparador de la historia es un clásico en tus novelas. Ese quiebre del status-quo empuja al personaje a replantearse ciertas verdades talladas en mármol. ¿Es ése el fin de las novelas policiales?

La ficción literaria no tiene, al menos para mí, un fin determinado. Escribo novela negra desde hace poco más de diez años. Antes he escrito novela y nunca me propuse insertarme en un género determinado. También he escrito algo parecido a ciencia ficción, que por ahora está en digital –Lektu-, en una colección que surgió a iniciativa de Cristina Macía y que dirige Jesús Lens. Digo parecido porque, como te dije, no me propuse lo del género hasta “descubrir” que la novela negra me permitía divertirme sin abandonar mis preocupaciones esenciales –el amor, la muerte, el poder- y publicar esos libros con menores dificultades. Fines prácticos, que le dicen.

La seguridad y la justicia que debería estar en manos de instituciones como la policía y los juzgados, en tus novelas recae en ciertos personajes tangenciales -policías quijotescos, conocidos de la victima- y cuando aparece la cana y el poder, la verdad suele empastarse. ¿En qué medida los ciudadanos, en la realidad, se involucran más en el esclarecimiento de un hecho criminal que los organismos, resortes del Estado?

Los organismos del Estado se involucran mucho más que el simple ciudadano. Pero no para esclarecer nada sino para cometer los crímenes que luego unos ciudadanos de a pie se ven obligados a esclarecer para recuperar cierta dignidad y sentido de justicia. La historia argentina reciente acredita esto que digo. Un Estado terrorista bajo la dictadura y un Estado complaciente, corrupto y encubridor en los gobiernos democráticos. Hubo diferencias y mucho se ha avanzado en los últimos años, aunque siempre bajo la presión de los ciudadanos.

Las búsquedas de la verdad y de la justicia son los pilares sobre los que se construye el género negro. En la narrativa negra de nuestro país, en la que te inscribís, la búsqueda es netamente de la verdad, como si no pudiera accederse a la idea de justicia. Podrías desarrollar el tema.

Basta con echar un vistazo a los procesos judiciales y a quiénes son sus víctimas para tomar conciencia de hacia dónde apuntan los mismos: a encubrir al poder y a perseguir a sus críticos y opositores, tanto como a los que abandonan el poder tras experiencias de gobiernos populares. Una justicia que se ensaña de esa manera se parece más al cazador que apunta al animal herido, al pescador que pesca con redes, que a quien trabaja por proteger a las víctimas.

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En la presentación del libro junto a Molfino y Del Árbol

Este descreimiento de las instituciones policiales, ¿de qué manera lo ayuda a la hora de sentarse a escribir a los policías que rondan sus novelas? ¿Esa impunidad real le da una impunidad ficcional a la hora de pergeñarlos?

No es descreimiento, me gustaría creer que hay tipos armados que nos protegen de otros tipos armados. La realidad me muestra que todos están armados para lucrar con nuestra indefensión. No pergeño policías, están por aquí a la vuelta, vienen a mí en cuanto me siento a escribir.

Tus personajes le hablan a aquello que amaron y perdieron. ¿Es más fácil comprender lo que se perdió?

Uno sabe siempre qué hacer mientras mantiene el control de la nave, aun ante la amenaza de tempestades. Pero sucede que estar enamorado es la tormenta perfecta.

Escriben para que les digan que son herederos de Hammett o Chandler. Si bien es claro que vos no escribís para eso, ¿heredero de quién te considerás? ¿Tizziani? ¿Podés contarnos algo de él que ayude a recuperar su obra?

Que un día empecemos a escribir no quiere decir que la literatura empiece con nosotros. Somos “herederos” de todo, lo mucho o poco que hemos leído y de lo que leeremos mientras nos impulse la curiosidad por el texto ajeno, ese instinto casi animal por explorar otras realidades y que es parte de nuestro equipaje a la hora de escribir, pero también lo es cuando leemos. De lo contrario, leeríamos sólo aquello que nos recomiendan, lecturas consagradas por otros –por la academia, las modas, la publicidad-. Y un animal que pierde el instinto difícilmente sobreviva.

Rubén Tizziani es el autor de novelas ejemplares del género negro argentino: “Noches sin lunas ni soles” y “El desquite” son de lectura indispensable. Contra la difusión de su obra –pese a que estas dos novelas fueron llevadas con éxito al cine- conspiró la enemistad de Tizziani con Clarín, el “gran diario argentino” del que supo ser editor de Cultura, hasta ser despedido en plena dictadura.

Nicolas Ferraro, Guillermo Orsi, Horacio Convertini, Jose Maria Gatti, Martín Sancia Kawamichi y Ana Julia Schwarz

Ferraro, Schwarz, Orsi, Convertini, Gatti, Sancia Kawamichi

A veces da la impresión, especialmente en Siempre Hay Alguien a Quien Matar, que el género negro es el dispositivo sobre el que montás una historia de amor. ¿Es así?

Insisto ante quien quiera oírme que mis novelas son de amor. Que los amores que cuento no sean historias rosas es una deformación profesional, mi prosa es algo impaciente para alcanzar finales felices y los romances a los que me acerco literariamente acaban a los tiros.

Abundan las novelas acerca de los peones criminales, ¿por qué creés que no se escriben aquellas que hablen de los verdaderos reyes y reinas?

No tengo opinión al respecto. Habrá crónicas periodísticas o memorias de los propios protagonistas que agotan el tema y/o satisfacen la curiosidad del lector, que no hagan necesario transformar en ficción lo que la ramplona realidad dicta con elocuencia. Pero es sólo una conjetura.

Desde Sueños de Perro a Siempre Hay alguien a quien matar, son más de diez años de empaparte en el género negro, los festivales en Argentina y los numerosos congresos al otro lado del Atlántico ¿Qué opinión te merecen? ¿Cómo ves el panorama en general de la literatura criminal y, además, en relación con España?

El panorama es muy estimulante en cuanto a creatividad, innovación formal, desafíos temáticos, intertextualidad y otros ítems que hacen las delicias de los académicos que proliferan en el análisis del género.

Si este “boom” llegara con sus esquirlas al mercado editorial, los autores de novela negra seríamos ricos y famosos, o por lo menos no andaríamos penando para que nos publiquen, dependiendo de agentes literarios que reservan sus limusinas para los autores de coyuntura política, autoayuda y a lo sumo novela romántica, pero que a los de género negro nos llevan en el estribo.

En España se edita mucho más que en Argentina aunque, como aquí, se lee muy poco. Las tiradas son en general reducidas y la inversión promocional de los editores, escasa o nula, relegando esa tarea a la frecuentación de redes sociales.

Siempre fuiste muy generoso con tus colegas, sobre todo apoyando a los que recién empezaban. ¿Quiénes son hoy los autores que sentís que deberíamos estar leyendo?

No voy a nombrarlos porque seguramente olvidaría a varios. Hay mucho talento joven. También hay oportunismo, improvisación, ansiedad por ser reconocidos. Pero eso sucede en todos los oficios, aunque parezca más evidente en el nuestro, tan “egodependiente”.

Me gustaría que habláramos de la relación que podemos encontrar en tu obra entre la literatura y la política.

Lo político impregna mis textos porque estoy en un mundo atravesado por relaciones de poder desiguales, injustas, despiadadas, alrededor de las cuales se teje el hoy remanido “relato”. El objetivo de ese relato es encubrir, reclamar la complicidad del explotado con su explotador, diluir el conflicto de clases. Contar una historia –que de eso se trata la novela negra- opera como una suerte de “contrarrelato”, la necesidad de desmontar las trampas, de despejar el camino. Como en “El salario del miedo”, aquel clásico del cine de Clouzot, transportamos material altamente explosivo, pero el objetivo es apagar el incendio, no alimentarlo.

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A lo largo de la novela se desprende en repetidas ocasiones la necesidad de la existencia de los pobres y el absurdo de hablar de la libertad y el derecho de los excluidos. Desde Rastros: Observatorio Hispanoamericano de Novela Negra y Criminal, tendemos a pensar que la novela negra surge del crimen en una sociedad particular, donde, a fin de cuentas, se está hablando de una cuestión acerca de lo que está dentro y fuera de las leyes y el derecho. Me interesa conocer tu opinión.

Dije por ahí que la novela negra es la “selfie” de la sociedad capitalista. Ninguna sociedad está exenta del crimen. Pero es en el capitalismo donde confluyen las líneas maestras de esa suerte de “plan perverso” con el que pretendemos organizar el universo. Como en la energía atómica, jugamos con el aniquilamiento de la especie como si se tratara de simples ensayos de laboratorio.

Me gustaría que habláramos un poco del proceso de escritura. A la hora de sentarte a pensar la novela, ¿la base está en el personaje o en la trama?

Me aliviaría mucho la tarea tener “una base”. Aunque me temo que también me aburriría contar con algo sólido, con una materia original y limitarme a moldearla de acuerdo a mis recursos y posibilidades. No sucede así, sin embargo. Parto de la nada, como la vida en su origen: tal vez en algún lugar del inconsciente haya una pareja copulando para gestar luego lo que daré a luz cuando ponga el punto final. O aborte antes en algún clandestino consultorio de la impotencia y la frustración.

¿Cómo manejás el clima, la atmósfera, en tus narraciones?

No lo manejo, se me imponen, a veces desde lo descriptivo y otras desde la propia acción de lo narrado y desde la exigencia de los personajes que, como todo actor, tienen sus brotes de vedetismo.

¿Cómo abordás en tu obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?

El lenguaje es la herramienta. La tecnología no ha logrado desterrar, en mí, al menos, ese solitario duelo entre el escritor y sus palabras. La trama se tejerá luego, con mayor o menor pericia o fortuna, para hacernos creer que lo hemos logrado.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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