Se puede pensar, a grandes rasgos y en términos conceptuales, que la rica y variada cinematografía del español Pedro Almodóvar reconoce un tránsito que va desde el grotesco más brillante (ese que inspiró a Joaquín Sabina para componer un delicioso tema titulado “Yo quiero ser una chica Almodóvar”) hasta la más profunda introspección en un crescendo que no sólo marca un itinerario de carácter artístico, sino también y sobre todo, de maduración personal.

Julieta pertenece, sin duda y por derecho propio, a esta etapa de introspección que tiene títulos tan notables como Hable con ella o La piel que habito.

Julieta, interpretada magistralmente por Adriana Ugarte de joven y Emma Suárez de adulta, se muestra como una mujer atravesada por el dolor de las pérdidas.

Con su acostumbrada fluidez en el manejo de las imágenes, Almodóvar va narrando la vida de su protagonista retrocediendo en el tiempo para mostrar los hitos de una historia que la van convocando a un gran dolor, y que la obligan a apelar a sus recursos psíquicos más extremos para sobrellevar aquello que siempre parece a punto de quebrarla y disolverla.

Julieta es una bella mujer en su juventud insegura, y un tanto a la deriva, que se enamora en un tren y que luego, ya embarazada, producto de este fogoso y único encuentro, va en busca de su amor (Xoan, interpretado por Daniel Grao) cuando él le escribe una carta.

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Desde el punto de vista psicológico, se advierte en ella una tendencia a negar la infidelidad del hombre que la llama y con quien va a tener un hijo, esta negación es una defensa contra la angustia de enfrentarse a una situación dolorosa (ya que ella necesita quedarse a vivir con él, lo ama, y, por otro lado, no tiene un lugar adonde ir).

Esto se podría pensar como  una reedición  de su historia: su madre queda postrada y su padre la traiciona con la mujer que oficia de cuidadora; y Julieta queda reducida al papel de pasiva espectadora de esta infidelidad de su padre, y sufriendo por su madre, con quien parecería identificarse. A la postre, elige inconscientemente a un hombre que, a imagen y semejanza de su padre, se ha casado con una mujer enferma y dispuesto a vivir una aventura ocasional en un tren, es en este punto donde la encuentra a ella; Xoan, además, mantiene de larga data relaciones ocasionales con Ava, a la que definirá como una amiga.  Así ha engañado a la que fuera su esposa enferma y continuará engañando a Julieta. Finalmente, cuando esta relación se consolida y ellos conviven en el pueblo y en la casa de Xoan, una telaraña de  alianzas se va gestando alrededor de Julieta (que no puede hacerse cargo de aquello que, precisamente, se va urdiendo en torno a ella). Alianzas que tienen como destacada hacedora a aquella que será una pieza clave en la construcción del drama: una mucama, Marian, interpretada por la actriz emblemática de Almodóvar: Rossy de Palma.

Madre amorosa de su hija (Antia, interpretada por Priscilla Delgado de niña y Blanca Parés de joven), Julieta tampoco podrá percibir qué ocurre en la vida de su hija, dejando pasar señales de alerta que no  decodifica en su debido momento. Una trampa de abandonos, silencios y secretos la colocarán al borde de la angustia más insoportable, que es perder a su hija en una especie de muerte simbólica, ya que, aun estando en conocimiento de que su hija vive, se  tendrá que enfrentar al dolor de saber que esta joven no desea verla, y la condena  al silencio y al abandono durante doce años

Atraviesa este drama la actitud de Antia, atada a su padre por un intenso amor edípico, que parecería mantenerse con mucha intensidad, ya en su adolescencia tardía, y que marcará en gran medida la hostilidad y el enfrentamiento con Julieta.

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Sigmund Freud describe como complejo de Edipo a las inclinaciones amorosas y hostiles, en la modalidad que ha de llamarse positiva: “El hijo, ya de pequeño, empieza a desarrollar una particular ternura por la madre, a quien considera como su bien propio y a sentir al padre como un rival que le disputa esa posesión exclusiva; y de igual modo, la hija pequeña ve en la madre a una persona que le estorba su vínculo de ternura con el padre y ocupa un lugar que ella muy bien podría llenar. Bajo esta forma, la madre es objeto de amor del varón y un rival para la niña, quien ha cambiado ahora de objeto de amor debido a la decepción, y se ha volcado así al padre…”

Julieta intentará recuperarse vía el amor de un hombre (Lorenzo, interpretado por Darío Grandinetti con su acostumbrada solvencia), con quien sentirá que inicia una nueva vida, pero otra vez el silencio, la negación y el ocultamiento que hará ella de su historia le pasarán la factura y abandonará a su pareja de una manera desgarradora y brutal, sin darle la menor explicación. Hará con Lorenzo activamente aquello que ella sufrió pasivamente cuando su hija la abandonó: sin explicaciones ni palabras. O, para decirlo en términos más ajustados: una puesta en acto de su propia necesidad, donde el otro no es visto, no existe; allí está solo ella con su drama: el infinitamente demorado reencuentro con Antia.

Julieta posee aquello que se define como un Trastorno Narcisista de la Personalidad, “cuyos síntomas  incluyen deficiencias significativas en el comportamiento y se manifiestan cuando alguien sobrestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación Estos desórdenes pueden presentarse en un grado tal que se ve severamente comprometida la habilidad de la persona para vivir una vida feliz o buena, al manifestarse dichos rasgos en la forma de egoísmo agudo y desconsideración hacia las necesidades y sentimientos ajenos. Además carece de empatía: una aguda incapacidad para reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás; pero excesivamente en sintonía con reacciones de los otros sólo si éstas las percibe como relevantes para su propia imagen o la importancia que los otros pueden asignarle.”

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El espectador, guiado por la sabia mano de Almodóvar, participa de la lenta y angustiosa manera en que  esta mujer reconstruye, a lo largo del filme, los puntos ciegos del vínculo con Antia, todo aquello que, en su momento, sucedió, y ella no advirtió.

La trama de alianzas donde ella va quedando excluida, vía su negación rayana en la desmentida, queda sin poder hacerse cargo de su vida en el momento oportuno, hasta que los hechos la enfrentan inexorablemente con lo peor. Desde el psicoanálisis se define desmentida o re-negación de la siguiente manera: “La desmentida es un mecanismo de defensa ante la angustia de la amenaza de castración y apunta a la percepción de la realidad externa. Dicho proceso defensivo no implica en este caso una anulación de la percepción (cosa que resulta del rechazo psicótico), sino más bien una acción sumamente enérgica para mantener renegada una percepción traumatizante para el yo” (Bleichmar).

Julieta escribe un Diario personal y en él define la necesidad de reencontrar a su hija bajo el término de “adicción”: basta una mínima señal de su paradero para que renazca la esperanza y, paradójicamente, recaiga en la desesperación. El  dolor, que creía  calmado, reaparece con toda intensidad, hay una pregunta que todo el tiempo necesita respuestas, y éstas le son esquivas, como su propia hija que se separa de ella sin decirle jamás qué le pasó. Y hasta parecería haber matices sádicos en el comportamiento de Antia: en un determinado momento le remite una postal absurda y sin palabras, lo que le genera a Julieta  un ataque de desesperación habida cuenta de que parece confirmarse aquello a lo que está condenada, al peor de los castigos: el silencio como una barrera infranqueable.

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El deterioro de Julieta es progresivo y conmovedor: se la ve demacrada, envejecida y ella también se condena al silencio: sólo formula preguntas: a Tere, la amiga de su hija, y a Ava, quien fuera la amante de Xoan y quien, al cabo, le develará la verdad.

La dirección del filme es magistral. Almodóvar, como le es habitual, no juzga ni condena; comprende y perdona; y, en verdad, resulta difícil no disculpar a un personaje como Julieta, que paga tan alto precio para aprender las lecciones de la vida. Baste señalar que, sin la densidad de Bergman, por ejemplo, pocos han indagado tan profundamente en el alma femenina como Almodóvar. Parafraseando a Carl Jung: “el destino es el encuentro con la Sombra”, o sea, lo que uno no ha podido ver de sí mismo arma el propio destino. Y tal es lo que le fue reservado a Julieta. Quizás esto sea la síntesis a partir de la cual se puede comprender la vida de esta mujer, y de esta hija, que convertida en madre comprenderá, vía su propia tragedia, qué terrible es perder a un hijo; este será el punto de encuentro de estas dos vidas, dos mujeres, que se vuelven a encontrar luego del aprendizaje, del destino doloroso que tienen que atravesar.

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Julieta (España, 2016, hablada en español) / Dirección: Pedro Almodóvar / Guión: Pedro Almodóvar, basado en cuentos de Alice Munro / Fotografía: Jean-Claude Larrieu / Edición: José Salcedo / Música: Alberto Iglesias / Intérpretes: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Darío Grandinetti, Rossy de Palma, Inma Cuesta, Michelle Jenner /Distribuidora: UIP / Duración: 99 minutos /

Sobre El Autor

Dolores Alcira De Cicco nació en Buenos Aires. Se recibió de licenciada en Psicología en la UBA en 1977, se especializó en Coordinación de grupos terapéuticos en el Hospital Aráoz Alfaro, y allí mismo coordinó el primer grupo que se realizó con técnicas psicodramáticas en el año 1986. Se recibió de Psicodramatista en el Instituto de Martínez Bouquet. Fue docente en la Sociedad Argentina de Psicodrama (SAP), en la Universidad de Buenos Aires en la cátedra Teoría y Técnica de Grupos y en la Universidad de las Madres. Colaboró durante dos años en el centro del Dr. Eduardo Pavlosky, en el área de Adolescencia. Trabajó veinte años en el Hospital Álvarez, como psicóloga clínica especializada en Urgencias y en Consultorios Externos de Salud Mental atendiendo pacientes adultos y coordinando grupos terapéuticos con técnicas psicodramáticas, por lo cual recibió una mención especial por su trabajo publicado en el Congreso de Salud Mental en el año 2001. Dirigió y coordinó durante ocho años el curso de post grado de “Psicodrama: Nociones Introductorias”, en el hospital Álvarez. Realizó múltiples presentaciones en congresos nacionales e internacionales presentando talleres coordinados con Técnicas Psicodramaticas. En el año 2014 se recibió de Facilitadora en Constelaciones Familiares en el Centro Latinoamericano de Constelaciones Familiares. Actualmente se desempeña como supervisora clínica de psicólogos y atiende en su consultorio a pacientes adolescentes y adultos. Colabora en las críticas de cine y teatro junto al profesor Osvaldo Gallone en la revista Evaristo Cultural. doloresdecicco@hotmail.comOsvaldo Gallone nació en Buenos Aires. Es escritor y periodista cultural. Publicó los libros de poemas Crónica de un poeta solo (Botella al Mar, 1975) y Ejercicios de ciego (Botella al Mar, 1976); los ensayos La ficción de la historia (Alción, 2002) y Lectura de seis cuentos argentinos (San Luis Libro, 2012; Primer premio en la Convocatoria Nacional Cuento y Ensayo, 2010). Y las siguientes novelas: Montaje por corte (Puntosur, 1985), La niña muerta (Alcobendas, España, 2011; Primer premio a la Mejor Novela en el III Premio de Novela Corta, 2011), Una muchacha predestinada (V.S. Ediciones, 2014; Primer premio a la Mejor Novela V.S. Editores, 2013), La boca del infierno (Evaristo Ediciones, 2016). Ha ganado diversos premios literarios tanto en España como en Argentina. Y colaborado, como periodista cultural, en medios nacionales e internacionales. Coordina desde hace tres décadas Seminarios de lectura y crítica literaria. Actualmente colabora, junto con la licenciada Dolores Alcira De Cicco, en la revista Evaristo Cultural ejerciendo funciones de crítico de cine y teatro. osvaldogallone@hotmail.com

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