Sin más brújula que una ira templada, un joven se abre paso en las calles vencidas del Buenos Aires de la década del noventa. Sus huellas, un montón de sangre y carne reventada.

Forjador de catástrofes, lleva el control del caos en sus manos. El riesgo, siempre presente, una manera de sentirse vivo en esa jungla del neoliberalismo. Violencia y sexo van de la mano en esta historia. Una suerte de cacería urbana donde la cobardía es otra forma de culpabilidad.

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Arranquemos hablando de cómo surge Ningún Infierno.

La historia se me ocurrió cuando tenía veinte años, o el personaje, más bien. Fui madurando la historia de a poco, metiendo vivencias y situaciones de las que fui testigo. A mediados de los noventas empecé a escribir la novela pero con muchas interrupciones, trabajos, mudanzas de país y esencialmente falta de carácter para sentarme a escribir todo el día y mandar al carajo lo demás. Así se fue postergando el final varios años, escribía de a pedacitos y por temporadas. Creo que la terminé porque realmente necesitaba terminarla. Algo importante que me gustaría aclarar es que no me propuse escribir sobre los noventas, sino que la escribí en los noventas, que era el presente, mi realidad inmediata. No hay revisión ni una ida hacia atrás en Ningún Infierno, el mundo que trata la novela es el que se vivía día a día.

La ciudad moderna, ese medio hostil, que es coartada y a la vez agresor, donde anonimato e inmediatez amparan cierta impunidad. Me gustaría que habláramos del rol de Buenos Aires en tu novela.

Buenos Aires es esencial. Yo estaba profundamente enamorado de la ciudad, hacía largos recorridos de a pie, por distintos barrios, igual que el protagonista. Sentía que Buenos Aires tenía una personalidad increíble, que era única y que debía ser narrada. No es que ahora ya no me guste, pero con el paso del tiempo quizá uno pierde el entusiasmo en muchas cosas, o yo lo perdí, no sé. Me llevo mejor con la ciudad cuando vivo lejos y la puedo extrañar, ahora, estando acá, estoy siempre a las puteadas y me quejo de obviedades como el tráfico, la gente, etc. Pero bueno, eso no importa, volviendo a lo que preguntás, creo que en Ningún Infierno hay dos grandes idealizaciones que tiene el personaje: una es Julieta y la otra es la ciudad. Incluso quizá lo único que el personaje verdaderamente ama -aunque es difícil usar ese término refiriéndose a él- es la ciudad. No lo dice pero se percibe. No podría vivir ni matar en otro lado.

El escenario de la ciudad como habilitadora del crimen, ¿podría representar, en algún punto, a un sistema que manipula el temor social desde determinados sectores, para imponer un modelo represivo so pretexto de “garantizar seguridad”, focalizando la “inseguridad” exclusivamente en hechos delictivos evidentes, mientras que es ocultada la inseguridad provocada por el poder real?

Creo que lo que mencionás es algo más actual, son preguntas que hace no tantos años se empezaron a hacer. En aquella época no había mucho devaneo (o eso recuerdo yo) con la inseguridad, eso arrancó más bien a fin de siglo. Justamente, en el mero final de la novela, se habla de una manifestación de vecinos pidiendo seguridad como algo novedoso. De todas maneras, la sociedad sólo le tiene miedo al robo, a la violencia del pobre, si los de arriba los manosean, los ningunean y le sacan su guita de maneras menos evidentes que a punta de pistola, les parece muy bien. Lo asumen como civismo, responsabilidad del ciudadano. Esa gente es la que el protagonista más desprecia.

Ponés el acento en los pecados de omisión de una sociedad, adjudicándole a dicha pasividad/cobardía cierto grado de responsabilidad. ¿Podrías ampliar la idea, relacionándola con el protagonista y con su manera de encarar la vida con grandes dosis de perversidad? ¿Nuestra sociedad genera perversos?

Bueno, vuelvo a lo que sentía en el momento en que escribí el libro. El cinismo del menemato tocó una fibra en la sociedad argentina, quizá la fibra más miserable y rastrera, que hasta entonces no se había desatado con toda su potencia, la de ser un chanta legitimado que afana, le va bien y hasta es figura pública. Menem fue el reflejo de lo que mucha gente quería ser, un garca millonario y canchero que se las sabe todas. Ahora lo quieren repetir con Macri pero ya no es lo mismo, es tarde, el mundo cambió. Menem, en cambio, tuvo apoyo de una gran parte de la población y por mucho tiempo, no importa lo que digan o analicen ahora, eso lo veías por todas partes, en ricos y pobres. Y fue el momento en que, sobre todo los porteños, empezaron a volverse unos cavernícolas ramplones, embebidos de shoppings y Miami, la tilinguería más analfabeta que puede haber. Quedaba atrás, para siempre, la tilinguería clásica, esa con ínfulas de cultura y de mundo. París murió y vino Miami. Y parece que Miami sigue ahí, ja. De todas formas, mi personaje es una anomalía, así lo plantee desde el vamos. Yo quería hacer literatura, no un tratado sociológico. Por lo demás, no creo que nuestra sociedad genere perversos, no activos, al menos, sí genera un gran ejército de muerdealmohadas que se las dan de compadritos a los que nadie “les hace una”, cuando no se dan cuenta que ya la tienen bien adentro, tanto que ni les duele.

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A lo largo de la historia pareciera que la diferencia entre el protagonista y la gente que se cruza en su camino es que, en estos últimos, la represión de ese instinto destructor termina por volverlos vulnerables. Algo que el personaje no puede, ni quiere, permitirse. ¿La ira es la contrapartida de la vulnerabilidad? ¿O es su manifestación más extrema?

Buena idea la tuya. Tomo lo que decís: la ira es la manifestación más extrema de la vulnerabilidad. En el caso del protagonista no es pasiva, él actúa, no podría quedarse quieto, eso sí lo consideraría inmoral (según sus valores, claro). También su ira podría ser una forma retorcida de sensibilidad. El personaje es un asesino pero es sensible, entiende y percibe muchas cosas que el resto de la gente normal no ve ni le importa. Claro que eso no lo hace bueno, pero sí diferente.

¿El caos, más que el bienestar, opera como desenmascarador de lo que realmente somos?

Quizá los dos. El bienestar también desata resentimiento en la gente, no apacigua, porque en sí no es una meta moral. Me refiero al bienestar que se interpreta como un alivio económica, no emocional. No equilibra nada internamente en una persona. No hay que ponerse zen, tampoco, pero es cierto que en los últimos años vimos muchos que tenían, que querían tener más y sobre todo que otros no tengan. El caos a veces une, momentáneamente al menos, como cuando vino la debacle de 2001 y todos íbamos a la plaza. Hubo una ilusión de unión, que duró hasta que se marcaron las clases dentro de los mismos caceroleros, cuando venían los piqueteros a la plaza los caceroleros “puros” se iban. Ellos querían sus ahorros y los otros querían más dignidad, así que mejor no mezclarse, ja.

Hasta qué punto podemos hablar de una catarsis de autor en Ningún Infierno.

En todos los puntos. La escribí lleno de frustración y furia, asqueado de lo que teníamos que vivir. Y digo vivir no en abstracto sino por lo que padecía mi generación en carne propia: falta de trabajo, perspectiva, un futuro. Para no ponerme tan solemne también puede ser que una parte mía siempre fue amarga y desconfiada y quería darle voz.

¿La literatura nos permite expresar aquello que en otros ámbitos generaría reproche y sanción -inclusive legal-?

Yo creo que la literatura nos permite de todo, depende de nosotros darle un uso creativo y sugerente. Digamos que es una responsabilidad. Si los excesos te hacen pensar o reflexionar creo que está bien, es válido, si se trata nomás de shockear entonces ya no es literatura, mejor andá a laburar en publicidad o en pornografía.

Siendo el padre de la criatura, ¿cómo imaginaste la sexualidad del narrador y cómo fue evolucionando a medida que avanzaba la escritura?

La sexualidad y la violencia es parte de lo mismo, es extrema, igual que es extremo el protagonista. Todo es mostrado, todo es excesivo, no hay medias tintas. Pero esto parte del lenguaje primero, recién después pasa a la acción. Me refiero a que si el lenguaje no es extremo entonces la violencia y el sexo quedarían como adornos macabros de la acción, como algo exterior, superficial. El tipo coge y mata con la misma contundencia con la que habla y dice lo que piensa. De otra forma, si la prosa fuera más meditativa o sosegada, no le hubiera metido ni tanta violencia ni sexo, hubiera sido un anticlímax.

Me interesa centrarme en la presencia de Julieta, esa suerte de luz -muy difusa- en la novela. Frente a este personaje hay un cambio de registro en el protagonista, que lo aleja de la furia. Hasta podríamos decir que posee un sentimiento adolescente hacia ella. Daría la impresión que el amor, o algo que se le parece bastante, es un medio para retrasar el desastre. Me interesa tu opinión.

Es adolescente su mirada sobre ella, totalmente. Yo creo que porque es joven, al margen de que es un asesino desbordado. Dice que no cree en el amor, que es una idealización, pero su mirada sobre Julieta está idealizada, la ve como una contracara genuina y poderosa de lo que es él, algo bello y radicalmente distinto, quizá la siente hasta como una contrincante, alguien que con su pureza se le opone nomás por existir. Si el protagonista fuese mayor quizá ya no tendría esa potencia idealizadora. Pero claro, ¿quién la tiene después de los treinta? Nadie siente el amor como antes y es más difícil ilusionarse. El mundo te va cacheteando o quizá es uno mismo que entiende que la madurez tiene que ver con aceptar las cosas de otra manera, que la pasión deja espacio a la reflexión, que es simplemente otra etapa. Igual hay que tener cuidado con eso, mucha reflexión te paraliza. El protagonista de Ningún Infierno es una mezcla absoluta de acción y reflexión, no puede detener su violencia así como tampoco puede dejar de cuestionar. De alguna manera es un joven eterno, no puede madurar en el sentido clásico del término porque la madurez no le haría cambiar lo que siente: que la humanidad está podrida y que es indigno adaptarse a ella.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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