El libro comienza con un cita que refiere a la espera como motor de vida, pero, ¿qué sentimos ante la espera de la muerte?.
En Marcapasos primos y hermanos se reúnen alrededor de una tía agonizante, aislados en medio del campo, entre insectos y un calor imposible, un pasado hediondo y compartido flota en el aire, que se corta con cuchillo por los rencores acumulados en el tiempo. El protagonista, viaja entre la culpa y la victimización por su lugar en la familia, es el menor, el desplazado, al que nadie toma en cuenta, pero también será el más dispuesto, sensible y solidario. A pesar de la rispideces con las que le toca convivir todo el tiempo, lo que sobrevive es la familia, cuya identidad se hace presente en los momentos necesariamente compartidos, las comidas.
Carlos Costa, el autor, logra construir el paisaje de un campo denso cuya calma se vuelve hostil más allá de la molestia que producen los insectos, la humedad, el calor, la lejanía. Diego, el personaje principal, habitando la casa enorme donde pasó sus veranos de infancia, quedará encerrado en sus pensamientos, luchará por no convertirse en un miserable aun cuando todo lo empuje en esa dirección. Su tía está convaleciente y juntos encontrarán en estos últimos momentos compartidos la oportunidad de confesarse y despedirse íntima y honestamente.
Una historia atrapante aun estando sostenida en la agonía, una novela sensible y romántica con un final que sorprende y conmueve.
¿Cómo nació la historia?
Cuando comencé a escribirla solo tenía la imagen de esa mujer agonizante, un cuerpo que guardaba una gran historia. Luego apareció Diego, para investigar, para contar, y en esa búsqueda se convirtió en el protagonista de un acontecer que ocurre en la realidad, pero también esencialmente en su conciencia. El resto lo componen girones de memoria de distintas procedencias.
¿Cómo construyó el personaje de Diego y esa sensibilidad casi desdoblada entre la ternura y el asco ante la enfermedad?
Creo que tiene mucho del personaje “don Diego de Zama”, de Antonio Di Benedetto, lo descubrí hacia el final, por eso le puse como homenaje el epígrafe de inicio.
“Me pregunté, no por qué vivía, sino porque había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. Siempre se espera más.”
El Diego de Marcapasos es esencialmente reflexivo y pasa continuamente del monólogo interior a la acción y viceversa, también es impulsivo, generoso, miserable, y algo paranoico, en todo eso se parece mucho a su antecesor. La diferencia es que este Diego tiene una gran pulsión por la búsqueda de la verdad, una verdad que se le escapa una y otra vez adoptando distintos disfraces. Es esta condición la que finalmente lo lleva a un pensamiento superador, mientras que Diego de Zama es absolutamente consecuente con su “sí mismo” y se sumerge en una persecución autodestructiva.
¿Por qué Diego no le hace a Amanda las preguntas que habitan en él sobre el pasado familiar?
Creo que es por respeto, es uno de esos momentos en los que la proximidad de la muerte impone actuar con generosidad pensando más en el otro que en sí mismo.
De algún modo Diego vive con angustia el resentimiento de sus primos hacia su padre, ¿hay aquí un vínculo con la idea de que la culpa se hereda o lo que aparece es la incertidumbre sobre el pasado familiar?
Diego está donde no quiere estar, su lugar en la familia, las culpas de su padre, todo le es asignado, heredado si se quiere, pero tampoco él se ha generado un lugar propio, un lugar de deseo y no de resentimiento. Encontrar ese lugar es en definitiva la transformación que la historia produce en él.
Mientras cuida de Amanda a Diego le tocó encontrarse con mucha miseria humana, convivir con seres despreciables ¿Qué es lo que profundiza, a su entender, estos comportamientos en contextos donde hay que cuidar de un convaleciente?
La miseria humana está siempre presente, los roles sociales preestablecidos suelen ocultarlos, en situaciones de aislamiento e inactividad forzada, surgen espontáneamente. Creo que el cuidado de los enfermos, cuando la enfermedad no tiene cura, genera impotencia y fastidio, esto contribuye sin duda a levantar algunas inhibiciones.
El cambio de actitud de Diego con respecto a la posibilidad de una donación ¿se debe a la verdad que descubre sobre el vínculo de Amanda con su padre?
Comienza a pensar en él, a desear algo para sí mismo, a superar el rencor que lo llevaba a un continuo padecimiento y autodestrucción. Al contrario del determinismo negativo que suelen tener las novelas existenciales, yo sentí que Diego podría aprender algo de esta experiencia, de la misteriosa vida de su tía, que seguramente debió superar muchas cosas para rearmar una historia de amor con Pirincho. Creo que ese fue ese el verdadero legado que ella le dejó y que importa más que el dinero.
¿Cómo maneja el clima, la atmósfera, en sus narraciones?
Me imagino la situación, me meto en la cabeza del personaje, siento por él. Escribir es siempre un ejercicio de empatía. Después trasmito significantes respetando siempre el punto de vista. Si la elección es correcta, el lector reconstruye la escena y tiene la percepción plena de lo que el personaje está viviendo. Un poco la inversión del proceso que describe Stanislavski de cómo convertir un libreto en interpretación teatral.
¿Cómo aborda en su obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?
El argumento determina el lenguaje. Generalmente los acontecimientos encajan bien dentro del habla cotidiana de los argentinos, porque la locación de mis historias se da en ese ámbito. Mantengo el mayor grado de austeridad contemplando la poética y cierta cadencia en el ritmo de la novela. Creo que abundar en los recursos narrativos puede resultar placentero para el escritor, pero a su vez generar una dificultad innecesaria al lector. En cuanto a la trama; la elección de los personajes, las escenas, los conflictos, están estrechamente vinculados con lo que comentábamos en el punto anterior, la cadena de significantes.
Me parece un beneficio importante para la historia cuando logro llevar la narración en el estilo indirecto libre, es como lograr una versión casi cinematográfica de lo que uno quiere contar, con la ventaja de acceder al monólogo interior. Acabo de terminar una novela “Sobrevida” escrita prácticamente toda mediante ese recurso. Es una historia que se sustenta desde el punto de vista de nueve personajes que se alternan en una narración coral, a mí me conforma cómo quedó, habría que esperar la opinión de los lectores cuando se edite.
Los argumentos me importan mucho. Cada historia es una tesis sobre una forma concreta de realización del ser. Contrariamente a la opinión predominante, de que ya todos los argumentos han sido escritos, yo creo que hay una fuente inagotable de ellos. Narrar es en última instancia un abordaje de la realidad, una forma de indagar en la condición humana, y salvo que hagamos un reduccionismo conceptual extremo, la existencia de enésimas personas en diferentes circunstancias a lo largo del tiempo, dan un número infinito de historias posibles, a las cuales solo hace falta aplicar un esfuerzo creativo para convertirlas en narraciones interesantes.
¿Cómo funciona la memoria –olvido y recuerdo- en su literatura?
Somos el resultado de la suma algebraica de los olvidos y recuerdos. Cada cual se asume con esa convicción original, después está la realidad que nos negativiza. La libertad empieza y termina cuando alguien se puede despegar de esa maraña y elegir quién puede ser. Digo puede, porque el “quiere” está siempre contaminado por las convicciones y la imposibilidad. El “puede” reúne lo posible con el deseo y presupone un proceso creativo, que por supuesto tiene resultados aleatorios. Esto es lo central de mi narrativa. Podría decir que “Al margen del cielo” “Marcapasos” “Sobrevidas” son una trilogía y cada una tiene como leitmotiv a uno de esos condicionantes; la imposibilidad, la elección dentro de lo posible, y el resultado aleatorio.
¿Cómo es su proceso de escritura?
Cuando comienzo una historia tengo poco, quizás una intuición, pero cuando avanzo con la escritura aparece la historia, entonces me sobreviene la urgencia. Escribo en los ratos, en cualquier momento y lugar. No miro hacia atrás, eso lo dejo para la etapa de corrección. El final se me presenta más o menos a la mitad del libro y desde allí me propongo conducir las cosas para que este acontezca. Luego corrijo, edito y se lo mando a algún colega, recojo el guante de sus observaciones y la retoco. Le sigue un periodo refractario, a veces largo, a veces corto, hasta que se me ocurre otra idea y me vuelven las ganas de escribir. No escribo absolutamente nada entre medio. En este momento me está dando vuelta por la cabeza una historia que gira sobre una idea que ya expresé en un cuento que ha tenido muchos seguidores, “El presente”, se trata de la vida cuando ya no hay futuro posible ni pasado memorable.
¿Qué le interesa leer?
Quizás por mi condición de sociólogo, prefiero las historias que se abocan a temas existenciales. Personajes psicológicamente consistentes. Realidades de contexto histórico, aunque sea como construcción conceptual. Como “El gatopardo” de Lampedusa. Me gustan las historias narradas en abismos y la intertextualidad. El paciente inglés de Ondaatje está montado sobre “Egipto” de Heródoto y la concepción griega de la tragedia. .
¿Cuáles son sus referentes?
Suelo volver mucho a algunos autores, Borges, Lampedusa, Tolstoi, Hemingway, Di Benedetto, Camus, Ondaatje, Faulkner, Joyce, entre otros.