Una historia de separación.
O más de una.
Enrique, decidido a vengarse del hombre con el que está su ex mujer, realiza una emboscada que no termina de acuerdo a lo planeado. Es decapitado, pero no muere. Ni su cabeza ni su cuerpo, el cual queda librado a una voluntad propia.
Lo único que le queda a Enrique es su cabeza.
Pierde su cabeza. Su honor.
A partir de ahí, reducido a una cabeza que se ve extorsionado/usado por sus hijos hasta un dúo de malabaristas, Enrique tratará de ver qué queda de él, cómo recuperar su identidad, en quién confiar.
Las dos caras de la tragedia, como forma de crecimiento, ver las cosas de otra realidad;
y por el otro lado, aquellos que van a aprovecharse de los cheques en blancos que el dolor y la desesperación lo hacen firmar.
¿Cómo fue el origen de “La Entereza”
A principios de 2010, no lograba hacer funcionar un material que imaginaba sería mi tercera novela. En ese contexto brotó la idea de La entereza, que me sedujo por parecerme menos pretenciosa y dura que lo que intentaba escribir. Pensé que habría hilo (o cabeza) ahí para cortar, y logré sumergirme en ella un tiempo, para investigar qué se traía la ocurrencia, porque entreví cierta levedad narrativa que me gustaba y un poco había podido encontrar en la anterior novela, La suma del olvido, para despegarla de la densidad de la primera, Lisböe o las partes del agua, que me gustaba también pero que me había agotado.
No tengo fluidez de entrada, o si la tengo después la hago estallar, así que tampoco La entereza me permitió escaparme de una reescritura ardua, porque preciso acercarme y alejarme del material, moverlo, repensarlo, eso lleva años.
En cuanto a la trama, ocurrió lo mismo de siempre: la materia prima de vivencias que se van hundiendo en el humus de la propia biografía y arraigan a veces como prehistoria novelesca, y a las que pueden empezar a caberles las leyes de la ficción, donde se trata entonces de tomar un material de la experiencia, cruzarlo con lo imaginado, lo visto, lo leído, lo soñado, lo callado, lo mal dicho, y hacer de eso los ingredientes de lo que hay que decir, sin jerarquías ni hegemonías entre los distintos ingredientes, que den lugar a una forma específica, aunque por supuesto no se sepa muy bien qué se dice ni cómo. Juega la intuición, uno sabe si ese texto está diciendo algo o está girando en falso, el punto es permitirse saberlo.
La tragedia, la pérdida del cuerpo y la reducción a una cabeza del protagonista. Es interesante ver que la tragedia se presenta como una manera en la que uno se obliga a mirarse a sí mismo y ver cómo volver a crecer a través de esa mirada. Por el otro lado, tenemos los buitres de la tragedia. Aquellos que van a utilizar la desgracia como una palanca a través de la cual crecer. En La entereza están presente los dos aspectos. Me interesa conocer tu opinión.
Efectivamente, creo que en ese doblez que mencionás, se da este juego novelesco: volver a crecer luego de un corte, de una herida, puede ser pensado en forma literal, como el texto intenta todo el tiempo, coqueteando con el simbolismo pero sin meterse de lleno, así como se hizo de miembro muñón, es decir hacer de hombre entero una cabeza, rehacerse al intentar el camino inverso, de muñón miembro, del desastre original a un hombre otra vez, para intentar reparar la pérdida, cosa imposible.
Y por otra parte, siempre he pensado con ridículo énfasis: ¡nada más lejos de mí que confeccionar un artefacto útil con mi escritura! ¡Abajo la intención didáctica! En todo caso, me decía a mí mismo, si algo ha de crecer, al menos ilusoriamente, que sea justamente una escritura. Sin embargo, voy a confesar algo: alguna vez fantaseé con editar La entereza como un libro de autoayuda para padres separados, a ser vendido en quioscos: una especie de chiste. O sea que la intención didáctica, aunque como moneda falsa, estuvo presente.
La mirada sobre uno mismo tiene que ver, además, con el psicoanálisis. Por eso en la novela hay una sesión, si bien la última, o justamente la última. La costumbre de la autoobservación va al frente, y de forma bien explícita: cómo la cabeza ve al torso, cómo ve su vida anterior, incluso su presente, al ver en un espejo sus ojos rojos por el vino. Antes de salir a la sesión se vuelve a mirar al espejo, como parte de un ritual. Y cuando la artesana le confecciona la máscara facial, va al espejo también, para vislumbrar su nuevo ser. Es más, la falta de reconocimiento de la psicoanalista hace crecer el camino novelesco, seguramente más que una mirada certera. En ese desvío de la mirada ajena, se produce algo disruptivo. Cuando Enrique no resulta identificado como lo que es, o lo que cree que es, se rebela y avanza la novela, me parece. Es la propia mirada lo que manda hacia adelante, efectivamente, no sé si en sentido de crecimiento, pero lo hace. Para que la mirada sobre sí funcione, creo que contribuye además ese narrador en primera persona, que permite la picardía y la burla sin la rigidez o petulancia que podría tener desde un narrador en tercera.
La palanca es la desgracia, sí: cada nueva dificultad compone la fuerza para salir hacia adelante, a fracasar mejor.
Me interesa el abordaje de la tragedia en la novela, alejado de la oscuridad y vislumbrado desde un tono más próximo al humor negro. Qué nos podés contar acerca de esto.
No diré nada nuevo: como ocurre con los chistes de velorio, si por los insterticios de la tragedia se cuela algo cómico, la cosa se hace más soportable, no sólo al lector, sino antes, al lector que uno es al escribir. También me gusta la idea de poder encontrar una naturalidad en ese tratamiento, que haga de la lectura el efecto de un déjà vu: es algo que sabemos no haber leído nunca, pero se desliza de un modo a veces sorprendente, aunque bastante lógico, y en esa lógica es que nos parece haberlo ya leído.
En el taxi que los lleva a casa, llamar a su padre con el nombre del gato para despistar, puede ser quizás cómico, feroz, absurdo o triste y, a la vez, perfectamente lógico: en un punto, ¿qué otra cosa podría ocurrir? ¿En ese momento habría acaso otra forma de llamarlo?
De todos modos, hablamos siempre de una tragedia un poco discreta, que camina por la cornisa del es no es onírico, creo.
Junto con la ironía, el humor negro es el que me atrae más, quizás porque alimenta la ilusión de romper la inocencia, y sin embargo me pregunto: ¿hay mayor inocencia que la de intentar alejarse de la escena mediante el humor, para no ser rozado tan de lleno por los hechos? El humor negro, por otra parte, y por ese mismo efecto, es paradójicamente iluminador, y ayuda a ese narrador protagonista a no ser signado por la derrota sino por la esperanza, vana o desenfocada por momentos, como una especie de emprendedor que avanza contra todo obstáculo.
El reconocimiento de algo por ausencia, en lugar de aquel que opera por presencia, tiende a operar con mayor fuerza. Vemos muchos rasgos de disolución, como el matrimonio, el cuerpo y los vínculos ligados a la identidad. Podrías ampliar la idea.
Bahía Blanca y el torso, los motivos en los que ancla bien fuerte esa presencia de lo ausente que mencionás, y da lugar esa cosa tanguera que lleva a nostalgia, y que me parecía productivo utilizar bajo la capa de la burla, no porque el tango me merezca burla, al contrario, de hecho la descripción del tango es una de las partes más graves, pero esa añoranza del torso, era hacer intrínseca la necesidad de una nostalgia al acecho, que espera un objeto al cual adherirse, como si la nostalgia fuera un personaje, y eso me salió naturalmente, ni lo pensé, es algo muy próximo, muy a mano y funcional que liga bien con el absurdo, ¿no? Respecto de disolución e identidad, creo que la crisis, o lo que el narrador tímidamente llama trauma (en sentido profano, nada técnico), da origen a la desarticulación de todo, familia, hogar, lengua, género, espacios. Es una crisis total, como dice el dicho: no queda títere con cabeza, hay que empezar de nuevo.
¿Cuál fue la decisión detrás de la elección de ese registro narrativo?
Hay una imbricación entre la historia y su registro, que no siempre involucra decisión. Es algo químico, orgánico y emocional, como en el amor: cómo explicar esa atracción. Se impone, y en todo caso luego uno ve si funciona, si manda el texto hacia adelante, si arroja la piedra como el Stalker, para indagar qué hay más allá. Creo que la cosa un poco zumbona era funcional a los acontecimientos narrados, y se hacía un acontecimiento en sí. En ese cruce de fronteras creo que es cuando la narrativa puede aspirar a rozar, por momentos, la poesía.
La novela presenta una multiplicidad de ambientes, desde las costumbres porteñas hasta el clima neblinoso y fantástico del final. ¿Cómo trabajaste el clima y la atmósfera en la novela?
A mí me funciona el abordaje lateral a las escenas y al tema en sí, si le voy de lleno no pasa nada. La mirada silenciosa, un poco de espía, de testigo, me resulta mejor.
Hay elementos que uno arroja sobre el material que lo hace multiplicar y otros que no y terminan siendo expulsados o silenciados a medias, como caminos sin salida, que también suelen ser importantes en las novelas, para que generen incertidumbre, la idea de que no todo está pensado ni cerradito como un paquete, sino que es el efecto de vacilaciones vitales. En cada caso puede haber más necesidad de precisión de ciertas descripciones ambientales o climáticas, en otras no, como si te dijera que algunos fragmentos precisan una pincelada fuerte, de línea, y otras piden una cosa más general, como una acuarela, que cubra el territorio de un color, sin mayor definición, de acuerdo a en qué instancia se esté de lo narrado, quizás.
En ese sentido, retomando el motivo que expusiste en un par de preguntas anteriores, creo que ese deambular de Enrique al final es un poco propio del extravío trágico, en medio de la tempestad de su desgracia, un modo no fatal de terminar, una zona que debe tener menos precisión que los detalles de las cosas y espacios del principio, por ejemplo, cuando la historia recién empieza a tallarse y tiene que sumar anclas para evitar ciertas inconsistencias.
La Entereza abreva de diferentes tradiciones culturales. Me interesa conocer quiénes fueron tus referentes a la hora de escribirla.
A la hora de escribir, los referentes no juegan mucho, son peligrosos, quizás logro esconderlos, en todo caso imagino que estarán agazapados opinando, dictando, condenando, burlándose de mis esfuerzos, a veces aprobando algo. Américo Cristófalo, el editor, me hablaba de los Lamborghini, del Murena de Caína muerte, de Kafka y Poe transfigurados, reprocesados, qué sé yo. Si busco un poco, me es posible agregar algo a eso: el tono puede tener relación con Gógol, algún tratamiento con Copi, con El pájaro judío de Bernard Malamud, con Cómo me hice monja de Aira. Por el lado del tema, Las cabezas trocadas de Thomas Mann, que alguien me sugirió leer en algún momento, y aunque no tenga nada que ver, hasta La piel de caballo, de Zelarrayán, depende si hablamos de zonas graves, de los momentos más livianos, si te digo que el lirismo de la traducción de algunas obras de Shakespeare pudo influir, ¿te estoy diciendo algo o más bien nada? No sé, y me debo olvidar de muchísimo más. De todos modos esas lecturas habrán hecho su base de barro y ahí se mezcló todo, no es para nada programático.
Publicaste tu primera obra hace treinta años, ¿cómo ves, en la actualidad, el estado de situación de la literatura en general y cuáles creés que fueron los principales cambios desde que empezaste?
Como soldado raso de la escritura, me siento más identificado con el gusto por los libros singulares que con la idea de Literatura como área, como materia, que se me hace inabarcable, requiere especializaciones, de tan vasta que es, pero eso está del lado de la ciencia, yo ahí no me hallo, más bien voy picoteando, pesco un poco sin ton ni son, soy un lector atolondrado.
Veo mucha producción, el tiempo dirá qué queda de tanta letra navegando, supongo que está muy bien eso, es un acceso y circulación más plural.
Al mismo tiempo los blogs, las web, facebook, permiten visibilidad, pero también hacen creer que cualquier cosa es poesía, y la verdad es que veo mucha redacción sin escritura, pero eso pasaba en los talleres literarios también en los 80, es natural. Ahora veo mucho foco en el tema, mucha ciencia social leyendo literatura, no me va, me aburre, soy anticuado y pienso más en términos de autonomía. La escritura puede desplegarse sin todo eso, quizás mejor, porque lo social literario, ya sea virtual o real, si bien muchas veces necesario, también puede engañar.
Prefiero quedarme en una trinchera más solitaria, conozco bastante gente que escribe narrativa y poesía, pero un poco me mantengo alejado salvo cuando empiezo a chocarme contra las paredes, por eso mucha opinión no puedo dar.