Era una noche cálida, pero de frío viento; este acariciaba la cintura de una bella mujer que admiraba las estrellas, cuerpos celestes que muestran la agonía del desaparecer en el pasado.
No lloraba, a pesar de que un recuerdo atroz atormentaba su mente. Junto a ella, una niña de no más de seis años descansaba en su regazo. Los cabellos de la pequeña, oscuros y finos, acariciaban la arena pálida y lisa; mientras que la corta cabellera de la mujer era peinada por las ráfagas del viento. La naturaleza ofrecía a ambas un escenario admirable, del cual eran las protagonistas. A lo lejos se podía escuchar lo que parecía el aullido de un lobo, junto al graznido de urracas, o tal vez gaviotas. El mar, ante ellas, ofrecía una luna espléndida.
Una mujer sin familia y una niña sin padre, o tal vez dos hermanas huérfanas que solo se tenían la una a la otra, nunca se podrá saber. Sin embargo, la tristeza de sus ojos sólo podía significar una cosa: estaban solas.
La mujer agarraba con fuerza un pequeño dije de plata, una unión pérdida o un amor abandonado; una cadena, del mismo material rodaba el cuello de la niña dormida, o tal vez muerta. Un brillo plateado cayó al mar, lágrimas de tristeza y agonía empapaban las mejillas de ella.
Era una noche cálida, pero de frío viento; este acariciaba la cintura de una bella mujer que lloraba admirando las estrellas, cuerpos celestes que muestran la agonía del desaparecer en el pasado.