“Nuestra historia no es otra cosa
que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible»
Italo Calvino
Anteayer
– La biopsia es inapelable. Es un neo en el mediastino
La doctora es terminante. Le pregunto que es el mediastino y que es un neo.
-Cáncer en la pleura.
La respuesta me aplasta.
Aturdido, me despido. Su voz ronca me martilla la cabeza. Seguro que es fumadora. Siempre me molestaron los fumadores.
Me acompaña hasta la puerta palmeándome la espalda. Si quiere darme optimismo, no lo logra. Las palmadas se oyen sordas. El sonido semeja al de los terrones de tierra que golpean contra un féretro depositado en una tumba abierta.
Desprende su otra mano de la mía y busca confortarme, dándole a sus últimas palabras una entonación coloquial.
– Un diagnostico frecuente en las grandes ciudades. Usted no fuma, pero la polución, el estrés. Tiene grandes probabilidades de sobrevida con tratamiento de quimioterapia, y radiaciones.
¡Sádicos! Los médicos son sádicos. Deseo que nunca sepan lo que pasa cuando un médico augura “sobrevida”. Ya no será tu vida. Sentís que la muerte merodea a partir del momento en que nace esa palabra “Sobrevida”.
Ellos me pisotearán cuando me comiencen a explorar, como si fuese tierra recién descubierta. Esta neonata “Sobrevida” será más de ellos que mía. Y no la tendré si no me someto a sus caprichos, como un esclavo a su amo. No me gusta.
Desde ahora seré un cobayo de laboratorio, ¿y qué libre albedrío tienen esos bichos?
Estrujo en el bolsillo el ticket del vuelo a Nigeria. Me esperan en Lagos para cerrar la exportación de los nuevos fármacos. Paradójico. Me dijeron en Cancillería que son para tratar el cáncer de piel.
Meses luché para llegar a dirigir esta misión y, luego, nuestra Embajada allí. ¿Misión? ¿Embajada? Te pregunto “Sobrevida”: ¿viviré hasta entonces?
Al llegar a casa, Amelia me recibe y no le cuento. Al besarle la mejilla, le informo que me harán otros análisis especiales antes de viajar a África. Rutina por ser zona de riesgo sanitario, le digo.
La miro ir hacia la cocina para traerme el té verde que siempre tomo antes de la cena.
Ayer
Cuando supe que elevarían a la Cámara de Senadores la propuesta de mi nombramiento de Embajador en Nigeria, pedí un tiempo para pensar, y dudé. Que el cáncer, que el clima subsahariano, que el trabajo en sí, pero había sido mi mayor anhelo desde mi egreso de la Escuela de Servicio Exterior y acepté. El Senado aprobó mi pliego.
Amelia no sólo no se opuso, sino que me alentó y me acompañó. Pero me falló.
Justo ahora, me falló. No pudo soportar el clima ni mi progresivo deterioro. ¿Quién lo hubiera dicho? Murió ella primero. Sin Amelia a mi lado, no pude continuar. Me aceptaron la renuncia y el pedido de retiro.
Sufrió mucho en estos casi tres años de trópico. África no acepta a cualquiera, aunque tenga pasaporte. Se murió sin darse cuenta. Durmiendo.
Partió tranquila. Amelia gozó de esa suerte.
Ella no padeció el coito con Neo, violador de células a las que preña con su esperma envenenado en este orgasmo de dolor interminable, para que su clan asesino sea cada vez más numeroso.
“Creced y multiplicaos”, es el mandato divino que Neo obedece para votar por la muerte, cuando logra ser mayoría.
Pasaron tres años y algo, más de cuarenta meses, casi mil trescientos días desde aquel en el que nacieron en mí Neo y Sobrevida.
Las horas no las cuento. Cada una de ellas está en mi memoria con su dolor particular. Hay algunas benignas, pocas, en las que Neo se toma descanso, jugando con Sobrevida a un juego infantil.
“¿Neo está?”, pregunta ella, y Neo no responde. Su silencio lleva la intención de un “no” como respuesta. Engañoso, porque Neo siempre está. Algunas veces se esconde, acecha, y vuelve a atacar.
Ya veo las luces de mi ciudad desde la ventanilla del avión. El golpe del tren de aterrizaje contra la pista me avisa que estoy en casa. Tiempo: ¿cuánto y cómo?
Sobrevida vaticina: mucho, tu debes proponerte la victoria y, juntos, la lograremos. Neo, creído y taimado, calla.
Hoy
Estoy parado en la entrada del Centro de Investigaciones Oncológicas. Llego a este edificio y, como en ocasiones anteriores, me cuesta atravesar la puerta giratoria. Los rostros que traga y vomita no me expresan nada o, tal vez, repliquen al mío.
Tres veces, desde que volví de África, llegué hasta esta puerta y no pude entrar, pero hoy su girar me atrae al otro lado. Actúa con una fuerza centrípeta que me vence, y me lleva adentro para enfrentar la cita tres veces postergada.
Unas pocas personas están ante un mostrador formando fila. Me miran, pero no me ven. Yo camino hacia los ascensores. Llego frente a uno que abre su puerta. Entro. Trato de mirarme en el espejo, pero no hay espejo. Comprendo. Piso catorce. Me pregunto que habrá en los pisos más altos. Sonrío. Subir más arriba me lleva al chiste, fácil y negro.
Acero, vidrio y cerámicos me reciben con la frialdad impersonal de los minerales, mitigada por una presencia femenina que, al escuchar mi nombre, me guía hasta una oficina ocupada por dos sillones y una mesa ratona que copian la decoración general. Me deja solo, hasta que un uniforme celeste traspone la puerta y se sienta frente a mí.
–Buenas tardes, Embajador- me dice – soy el doctor H…, y con mi equipo hemos estudiado su caso.
Reconozco el apellido. Estoy ante una autoridad reconocida en la investigación, tanto de Neo como de Sobrevida. Va derecho al grano y me propone iniciar un nuevo protocolo de tratamiento en etapa experimental. Me solicita aprobación explicándome que las probabilidades son aceptables y que, en cualquier caso, contribuiré para que la ciencia… bla, bla, bla…
Consiento en darle cabida al lugar común de la esperanza. Me aguardan tiempos de internaciones. Éste será mi hogar, o casi, mientras Neo y Sobrevida podrán continuar su juego.
¡Vamos, vamos, Sobrevida! ¡Vamos, vamos a ganar!…