La película comienza cuando ocurre un accidente (del cual poco se explica) en la bahía de Tokio. Minutos después aparece en pantalla un monstruo gigante, que todos van a llamar inmediatamente “Godzilla”, destruyendo barrio tras barrio hasta llegar a la capital. Así, sin vueltas, sin vaselina. Dos lentas horas de avance y de destrucción, pero también, de un complejo entramado político sobre cómo combatir al monstruo, sobre sus causas y sobre la intervención de Estados Unidos dentro de todo este asunto. Más valdría decir: Shin Gojira tiene mucho más de thriller político que de película de acción. Esto la acerca a la original de 1954, que también contaba con una elaborada trama que incluía al ejército, al arco político y a investigadores científicos.

De todas formas, calma; que la película no escatima en escenas en las que el más famoso de los largartos verde arrasa, incendia y pulveriza el paisajes japonés. Lo raro son los efectos especiales, que cualquiera diría que son patéticos y horripilantes, pero que voy a atruibuir también a una búsqueda deliberada por ofrecer una estética similar al a de las primeras películas. Esto es, efectos precarios y casi-vintage que exciten nuestra fascinación por el pasado. ¿Existe alguna otra razón por la cual ir a ver esta película que para comprarla con las otras? Ya sabemos lo que va a pasar, ya sabemos incluso lo que podría pasar en caso de que a los guionistas se le hubiera ocurrido querer ser originales. ¿Godzilla se hace bueno, aparece su cría, se une a otros monstruos para salvar a la tierra? Todo eso, y todo lo que podemos imaginar sobre su protagonista, ya pasó en otras películas; lo que hacemos es ir a verlo de nuevo. A revivirlo aunque sea un instante. Tener una excusa para decir: “la anterior era mejor”. Nuestra monstruosa nostalgia.

Y aún así, la película lo logra muy bien, a diferencia de una extensísima tradición de versiones y remakes que atravesaron las fronteras japonesas. Por un breve momento, siquiera ficticio, siquiera irreal (pero qué gran momento), uno se siente viendo una película de esa época. A este logro se le suma un humor inteligente, por lo menos durante la mitad e la película: decisiones y órdenes que no llegan a ningún lado y que parecen sacadas de una burocracia kafkiana; un grupo ambientalista de izquierda que grita y clama y pide que «PROTEJAN A GODZILLA»; la televisión que muestra escenas de un anime mientras afuera prolifera la destrucción.

Otros puntos a considerar y que quizás hayan aportado al antes-mencionado “efecto de nostalgia” o que sencillamente me llamaron la atención:

  • El trasfondo relacionado al incidente de Fukushima de 2011 que tiene la película; un trauma que aún afecta a la sociedad japonesa, de igual manera que los episodios de Daigo Fukuryū Maru y de las bombas atómicas referidos en las películas originales.
  •  En la infinitas reuniones gubernamentales que suceden a lo largo de la película (a la vez un punto insoportable de la misma, pero también muy representativo) no aparece un solo teléfono celular o table; sólo pilas y pilas de papeles, que dan un efecto de estar viendo una reunión de otra época.
  • El inentendible japonés que usan los actores, no sólo por la complejidad técnica del vocabulario, sino también por la velocidad de su habla (pareciera que la película está acelera o algo por el estilo). Esta quizás sea una conexión fortuita, pero me hizo pensar en esas películas viejas en las que uno no entiende nada. Agrego también: el inglés en que hablan los actores es todavía peor.

Título: Shin-Gojira
Año: 2016
Directores: Hideaki Anno, Shinji Higuchi
Guionistas: Hideaki Anno, Sean Whitley (versión en inglés) 
Actores: Hiroki Hasegawa, Yutaka Takenouchi, Satomi Ishihara
Duración: 120 min.

Sobre El Autor

Matías Chiappe Ippolito tiene 33 años, es traductor e investigador, licenciado y profesor en letras por la UBA, máster en Estudios de Asia y África por El Colegio de México y candidato a doctorado por la Universidad de Waseda. Actualmente vive en Tokio y lleva adelante el blog: https://lalineadechape.wordpress.com/

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