Siendo Montevideo la ciudad invitada a esta 44ªFeria del Libro Internacional de Buenos Aires, recuperamos la entrevista que le realizamos en septiembre de 2017 a Carlos María Domínguez por el lanzamiento de El idioma de la Fragilidad, nacido en buenos Aires en 1955 pero residente de Montevideo desde 1989, su obra es uno de los tantos puentes que nos unen con nuestra ciudad hermana.
Como en un juego de espejos, Carlos María Domínguez recupera una época perdida y con ella, la vida de Arturo Despouey, desde una ficción, un personaje que éste último creo para narrarse a sí mismo, pero esta vez leído por Carlos Brauer, el personaje que tal vez el propio Carlos María Domínguez inventó para metaforizarse en su obra. El idioma de la fragilidad es una obra sobre la identidad, un alegato en favor de la imaginación, pero sobre todas las cosas un dispositivo desde el que pensar los alcances de la narrativa.
Contame cómo nace esta novela.
Un amigo montevideano que había sido cronista cinematográfico en su juventud, un hombre ya muy mayor -de 94 años-, Hugo Rocha, que fue discípulo de Arturo Despouey, el fundador de la crítica cinematográfica uruguaya, me acercó un manuscrito de 700 páginas en papel de cera, mecanografiadas, que habían dormido en un sobre, quedando inéditas durante cincuenta años. Precisamente ahora se cumplieron cincuenta años, porque él terminó de escribir esto en 1967. Yo me había cruzado con el personaje cuando hice la biografía de Onetti, porque era un hombre de la generación del 45, era el crítico cinematográfico y teatral de las páginas del semanario Marcha. Y había fundado una revista muy famosa ya en el año 36, que se llamó Cine, Radio y Actualidad, que por primera vez empezó a tomar el cine como un arte industrial con una progresión de importancia, no solo de entretenimiento, y que se podía analizar como cualquier obra artística de la literatura universal. Él fundó esa consciencia y fue maestro de Homero Alsina Thevenet, de Hugo Alfaro, de Hugo Rocha y de un montón de críticos que después continuaron en esa linea, incluso cuando él ya la había abandonado…
Enfrentado a ese manuscrito encontré que había cosas muy valiosas para rescatar y otras cosas muy malogradas, porque él no era un novelista, era un crítico, pese a lo cual tenía zonas de testimonio importantes y, sobre todo, noté que había ocultado una biografía en la novela, su propia historia biográfica se la adjudicaba a un personaje de ficción… Entendí que había una oportunidad de recuperar las zonas más interesantes del manuscrito pero interviniéndolo; haciendo la operación de un lector, que es leer entre líneas, imaginar las situaciones, cambié algunos nombres… Modifiqué el orden de las secuencias, inventé otras, me metí en el mundo de la ficción que él había generado desde otro personaje de ficción, esta vez mío: Carlos Brauer, que es el bibliófilo de La casa de papel, que viene narrando un par de historias de un tiempo a esta parte. Y respetando textual el giro, la coda del final, cuando termina esa ficción, el tramo de su vida ya como la persona real de Arturo Despouey, porque la paradoja interesante como desafío era que éste es un personaje de ficción que está harto de vivir de la ficción y quiere conocer el mundo real, y por eso es que se va en ese barco en 1942, en plena guerra mundial, a Londres. En un barco de voluntarios argentinos que van a pelear con los Aliados. Y allá se transforma casi en un hombre de acción… Hay un lindo cruce ahí entre ese personaje, que quiere huir de la ficciones y entrar al mundo real, con el personaje de Brauer, el típico lector que quiere huir de la realidad y olvidarse del mundo que lo rodea para entrar en una buena ficción.
¿Cómo manejaste la estructura narrativa?
Fue complejo. A mí es lo que más me interesaba desde el punto de vista formal. Siempre hay una anécdota argumental en la superficie de cualquier obra con cierta ambición literaria y por debajo un desafío formal de alguna clase. En este caso estaba buscando dentro de las condiciones tradicionales y limitativas del género de la novela, cómo desplazar el ángulo del narrador al lector, al lugar de la recepción. Entonces, el bibliófilo Brauer me calzaba como anillo al dedo para decir “bueno, vamos a contar una novela desde un hombre que lee y que al mismo tiempo que trasmite la aventura de lo que está leyendo, trasmite su propia aventura al leer ese texto”.
En realidad yo digo que es una novela en colaboración, la hemos escrito entre Arturo y yo, realmente. Y la estructura, entiendo que es compleja, pero me parece que no le pesa al lector esa complejidad.
Al mismo tiempo hay distintos tiempos simultáneos -que también me interesaban como desafío-, como si fuera una expresión tridimensional por momentos. Es decir, un personaje está recordando algo que ocurrió en el pasado, hay un tiempo en el barco desde el momento en que recuerda, y hay un tiempo también lleno de interrupciones que viene del orden de la realidad, desde al asedio a cualquiera lector que tiene que decidir, en este caso Brauer, si sigue leyendo o atiende las demandas de su propia condición, que son de un orden más trivial y cotidiano que la trascendencia con que uno está enganchado en una lectura. Esa condición del lector me pareció que tenía que estar en la estructura y me pareció interesante, para mí fue un desafío hacerlo y me parece que puede ser novedoso para el lector.
Cuánto ficcionalizaste de la biografía de Despouey
No hay una mitad y mitad, porque el manuscrito era muy extenso y ya te digo no todo era utilizable. Ese manuscrito que está subido a la web, así que se puede mirar en la web el texto original en una página que se llama archivos de prensa, que hace la Facultad de Comunicaciones, donde se han rescatado y recuperado para la consulta pública una cantidad de elementos interesantes de la literatura uruguaya, entre ellos el manuscrito este de Despouey, que se llamaba Quijote 44.
Recuperé lo que me pareció más importante y tratando de respetar el espíritu de la obra. Todo lo que inventé, cambié, modifiqué, enriquecí, me parece a mí, está orientado a potenciar lo que a mí me pareció más deslumbrante. Y después, claro, este manuscrito está inconcluso porque es el viaje de Arturo Despouey a Londres, asediado por los submarinos alemanes, las discusiones en el barco, los espías, y termina cuando consigue entrar definitivamente en el mundo inglés, pero la vida de él tiene giros asombrosos, como lo que cuenta en la última coda, que es su condición de teniente del ejército norteamericano como corresponsal de guerra, su desembarco en Normandia, locutor de la BBC, pese a su condición de tartamudo.
¿Este complejo de feo que vos ponés en la novela era real?
Sí. Él se vivía así. Además de tartamudo, se describe la cara desde una consciencia absoluta y personal que él tenía de su propia fealdad. De hecho, viste que las fotos mienten mucho, ahí en la tapa del libro aparece producido como un tipo canchero, pero precisamente porque una concepción de que tenía que ocultar la fealdad de su cara con otras cosas que llamaran la atención, por eso su disfraz de dandy. Tenía una cara extraña… Quizás exageraba, pero hay algunas fotos que lo ves con una cara bastante de nerd, entonces, esa doble condición es la que lo arrojó a las salas de cine. Precisamente para ocultarse, pero de allí salió formado como un gran crítico, con mucha lucidez y honestidad. Y además formó a muchos críticos.
Todos estos son hechos que a mí me permitieron deslizarme de la ficción a la realidad, y de la realidad volver a la ficción -como en un cinta de Moebius-, en la estructura de la obra.
¿Qué lugar ocupan las historias que nos contamos en la construcción de nuestras realidades? Porque me parece que la novela juega un poco con esto.
Suelo decir que la realidad tiene el tamaño de la imaginación… No es que tenga un tamaño único, con la imaginación que vos veas la realidad le vas a dar el tamaño y la verdadera dimensión que tiene para vos. Hay dos perspectivas en eso, porque muchos creen que la imaginación compensa las frustraciones de la realidad y entonces la tienen como una especie de sanatorio de la deficiencia de la realidad, pero por otro lado también es cierto que hay, me parece a mí, una concepción más vitalista que va hacia la realidad ya embestida por esa imaginación, casi de una manera quijotesca y le da proyecciones imaginativas a las cosas que hace y a las cosas que vive, creo que uno lo hace frecuentemente en el amor, en las relaciones con los amigos, en ciertas experiencias. Entonces, en ese sentido, me parece que adhiero más a esta concepción que a la otra.
Obviamente el conocimiento del pasado, la frecuentación de la historias del pasado, te coloca en la actualidad de una manera un poco menos desprevenida… No solo menos desprevenida, más enriquecedora. Lo decía Borges: la literatura es una forma privilegiada de la conversación. Y a mí me ha pasado mucho en Uruguay, que he frecuentado épocas anteriores es esa posibilidad de conversar con los muertos, escribir con los muertos, como en este caso. Es decir, trasladarte en el tiempo, recuperar un manuscrito y escribir una novela juntos. Es un poco milagroso y demente la operación, pero está comprobada que es cierta.
¿Arturo Despouey está vivo en la memoria de Uruguay?
Está vivo en la memoria de un sector vinculado al mundo del cine y de la literatura, y frecuentador de la generación del 45. A partir de la revista Cine, Radio y Actualidad, es una revista que hizo ruido en el pasado porque vendió muchos miles y miles de ejemplares.
De hecho yo me acerqué bastante a Arturo porque escribí la historia de la cinemateca uruguaya y ahí recuperé una dimensión cultural de esos años, los años cuarenta, que yo sabía vinculada al mundo de la literatura, pero que no había un registro minuciosos de eso. Hay un libro que se llama 24 ilusiones por segundo, que es la velocidad a la que va la cinta de cine durante la proyección, y que recorre toda la historia de los cineclubs y la fundación de la cinemateca uruguaya y sus 60 años de vida. Estos tipos tuvieron mucho que ver con eso. Y la verdad es que especialmente esa generación en Uruguay fue muy fermentada y de este lado me parece que no hay una concentración quizá tan fuerte, o es distinta. Ahí ya tendrías que hablar de Boedo y Florida, y de ambos grupos.
Sin duda fue potente, todavía sigue iluminando zonas de la actualidad desde el pasado.
Tenés obras bisagra, creo. La casa de Papel es una y El idioma de la fragilidad creo que es otra.
Puede ser. El nivel del trabajo de la prosa es fuerte también en esta novela, porque cada vez me preocupa más el ajuste fónico de la lengua. El modo de emitir la voz, que sea rioplatense auténtico, que sea expresivo, que sea imprevisible también, que las frases no anuncien lo que voy a decir en la próxima frase, sino que tengan esa capacidad de sorpresa.
Me parece importante porque también la prosa es una poética, la poesía también vive en la prosa cuando la prosa está trabajada de una manera fuerte. En la literatura contemporánea abundan los descuidos, el atolondramiento, el apuro, la indiferencia melódica hacia el idioma y, de pronto, cuando vas a escritores más veteranos o de otros siglos encontrás el estilo, lo que era el peso del estilo. Qué maravilla.
Las editoriales cada vez más dejan de formar público, antes las editoriales formaban público. Incluso la prensa nació para difundir y elevar el nivel cultural del público. Hoy en la presa ves varios descuidos y es grave, pero que el descuido también se filtre en los libros, en las traducciones muy deficientes que nos llegan de España… Hay un deterioro cultural importante que hace que desaparezca la demanda del público de esta calidad que estábamos hablando para exigir en su lugar la comodidad. No es buen momento el que está pasando la literatura, porque perdió la hegemonía que tuvo en el pasado, compite con otros formatos narrativos y entonces está más reducida a un nicho y a un tiempo.
Hay que tener educada la mirada y la verdad que la industria no da la impresión de dar pasos que vayan en ese sentido, sino todo lo contrario.
Coincide también con el auge de la autoficción, la literatura del yo, que va rifando la ficción para dejar un “yo” que va chupando todo el espacio. Rifando los formatos de la ficción, que era donde el escritor se rozaba con lo imponderable, todo se empobrece. Toda esta situación hace que, también, me haya parado a pensar: ¿y ahora por dónde vale la pena seguir?