«Mi cuerpo me lo gritó, pero no entendí lo que me quería decir. Todavía no sabía observarme», escribe Marina Lassen. Solemos preguntarnos por qué un escritor escribe. Las respuestas, están en la escritura misma que surge, y pocas veces resultan tan valientes y necesarias como ésta. El cuerpo no calla es la novela autobiográfica, desgarradora, paciente y llena de observaciones de una enfermedad que llevó a Lassen a la escritura a los 36 años después de ser diagnosticada con Mal de Parkinson y entender que su vida iba a cambiar irreversiblemente. Una crónica minuciosa del cuerpo y su relación tanto con el mundo como con la historia personal.

 «Lo único que hacía era callar, en especial si se trataba de sentimientos. Que no se notara nada era mi obsesión. Ni miedos ni dudas. Mucho menos la tristeza. Y de debilidad era mejor ni hablar». En el silencio solo hay exilio, y la escritura es una manera de llegar de nuevo al núcleo de uno mismo, en crisis, para regresar otra vez hacia afuera, renovado, actualizado, centrado, a formar parte del mundo.

 Leer El cuerpo no calla es atravesar y llegar a términos con un proceso de años y con las etapas sucesivas de una enfermedad sin cura. Aquí, el cuerpo no calla por partida doble: porque la enfermedad lo obliga a hablar involuntariamente y porque la escritura que nace se afirma como una voluntad suprema de existir, observar, entender, remediar y compartir.

 

Quisiera iniciar esta entrevista pidiéndote que nos hables acerca de la decisión de escribir El cuerpo no calla. ¿Puede ser?

Primero, mil gracias por entrevistarme.

Como buena descendiente de vikingos le di batalla al Parkinson desde el primer día. Sabía que era una enfermedad progresiva y que no tenía cura, pero no le iba a poner una alfombra roja para recibirla ni le iba a dar una reposera de cinco posiciones para que se ponga cómoda.

Parte de esta lucha contra el Parkinson fue escribir El cuerpo no calla. Salí de mi mutismo y sentí que así lo debilitaba. Siempre pensé que para conocer la verdadera historia estaba bueno leer a gente de carne y hueso, que contaba cómo era su vida durante ese momento, como a Ana Frank. Esa es la visión auténtica de una persona sobre lo que le tocó vivir. No es la historia que bajan los ganadores de la guerra, imponiendo su verdad. Tampoco la de los vencidos que generan su defensa. Se trata de la versión, en primera persona, de alguien que transmite su experiencia, como Stephen King en Mientras escribo.

Tu abuela Esperanza, por momentos, adquiere un rol fundamental en esta historia. Hablale de ella a los lectores, por favor, del desarraigo y de la idea del exilio que te identifica con ella.

Mis primos y yo le decíamos Baba a mi abuela materna. Nació en Siberia y recorrió medio mundo para llegar a Buenos Aires. En sus “cuentos de verdad” la veíamos como a una heroína. A mí me gustaba su manera de encarar las situaciones adversas, las enfrentaba. Fuera de Rusia se tuvo que adaptar a todo lo diferente, hasta el idioma y el abecedario. Según ella, cuando perdió todo, le quedaba lo que nadie le podía sacar, lo que tenía en la cabeza y en el corazón.

Cuando tuve los primeros síntomas de mi enfermedad, sentí automáticamente la identificación con ella, pero mi desarraigo era de mi propio cuerpo, no me representaba más. Estaba exiliada de mi cuerpo.

En la presentacion de El cuerpo no calla con Francisco Cascallares y Fernando Pérez Morales de editorial Notanpüan

El libro, si bien no se agota en lo que podríamos llamar “cuadernos de bitácora”, nos habla de ciertos viajes que en algún punto se conectan. El que hicieron obligados tus abuelos; el que hiciste vos con pasaporte en mano y el que hiciste hacia tu yo más íntimo, para reconocerte.

De estos viajes quisiera que nos hables, relacionándolos entre sí, ¿puede ser?

El viaje de ellos fue una huida, con sus peripecias. Como Baba no volvió nunca, sentí que yo tenía que ir allá, para cerrar su historia, en cierto modo. Lo que no me imaginé es que no podía hacer el camino de ella al revés. No podía porque yo ahí era una turista.

Lo que buscaba era saber un poco más quién soy. Y eso no estaba tan lejos. Era otro viaje el que tenía que hacer, hacia mi yo interior, como bien decís. Me acordé de que, según Micheline Lacasse “el camino más largo del mundo era el de la cabeza al corazón”. Ese camino es el que hice en todo el libro y por lo que veo voy a seguir caminando por el resto de mi vida.

¿Cómo te llevás en la actualidad con los sentimientos de impaciencia y de incertidumbre?

Vivimos en una cultura impaciente, ansiosa y que busca ser eficiente a toda costa. Al principio me costaba asumir que tardo mucho más que antes para lavarme el pelo por ejemplo. Aunque me voy acomodando a mis tiempos. Pero con los demás me cuesta mucho más. En la caja del supermercado por ejemplo. Una vez que saco las cosas del carrito y las voy guardando en bolsas siento la presión del próximo cliente en la cola. Parece que hubiera un tiempo aceptable para demorar en esa tarea. Y ya cuando pago y me dan el vuelto, el ticket y las monedas guardo todo de cualquier manera en la cartera con tal de dejar su turno al impaciente; o me corro de ahí para guardar bien las cosas sin molestar.

La única certeza que tengo es que me voy a morir y el resto es todo incertidumbre. Dudo de todo y lo que me dan por cierto lo pongo en duda. En gran medida empecé a vivir mejor cuando me permití entregarme a la incertidumbre y me dejé fluir con lo que no puedo controlar.

 Hablás de etapas en tu vida, y aparece la idea de una envoltura rígida, de una armadura, de un caparazón; ¿podés decirnos algo al respecto?

Cada cosa que altera el equilibrio, que estaba sostenido con alfileres, es una amenaza. Me construí un caparazón o pared como la de Pink Floyd, donde me sentí protegida pero muy sola. En mi mente esquemática, dividí mi vida en etapas. Las etapas las divido con los nacimientos, las mudanzas, el diagnóstico y la operación. De cada una hay un antes y un después. Y un cambio en el estado del caparazón. Me resultó útil en momentos críticos, como me sigue pasando ante cada cambio de medicación por ejemplo.

También te mostrás sobre exigida y, luego, atrapada. ¿Cómo juega aquí el ejercicio del control?, ¿cómo, y por qué?, sería la pregunta.

De golpe ví clarito que la exigencia era ajena. Es decir, me exigía ser buena alumna y todos los roles que tomaba. En los trabajos tenía que ser eficiente, rendir lo más posible. Muchas veces me encontré preguntándome de dónde sacaban los demás la fuerza para cumplir con los horarios y obligaciones, con caras de felices. Me ponía la vara muy alta, no estaba feliz. Y era yo la que me ponía en ese lugar. En vez de ser yo misma, con mis ideas, creía que tenía una especie de normativa que cumplir. Tardé un montón en darme cuenta de que había absorbido las premisas que impone nuestra sociedad occidental. No eran para mí. Habrá gente que sea paradigma de esas reglas, y otro montón de personas hacemos lo que podemos con nuestras oscuridades. En especial cuando asumí la limitación que me impone el Parkinson lo vi más claro. Porque no me funcionaba ninguna actitud negadora con él. O lo reconocía como límite o me vencía. Fue duro darme cuenta de que no podía manejar mi vida como antes, y dejar que fluya.

¿El armazón que te habías construido fue reemplazado por otro?

Sí pero diferente. Antes era infranqueable. Ahora me protejo más de mí misma. Observo lo que me pasa de una forma minuciosa y eso me ayuda a entenderme y en especial a los demás. Me viene muy bien a la hora de caracterizar los personajes de los cuentos y de la novela que estoy escribiendo. Y en cuanto a lo que observo en mí, lo registro pero no me culpo. Si noto que me pongo ansiosa por no poder escribir más rápido, me digo ¿y qué?

Una palabra me llamó la atención por aparecer, mientras leía, con mayor frecuencia que otras; por lo menos esa fue mi impresión. La palabra es “imposible”. ¿Te merece alguna reflexión esta observación?

Nada es imposible dice un slogan. Para mí es un dictamen más de la sociedad de consumo. Te lleva a creerte todopoderoso. Está bueno adoptar una actitud positiva ante las dificultades, pero no ser delirante. Tal vez la protagonista de El cuerpo no calla vea demasiadas veces las cosas imposibles, desde que el Parkinson aparece en su vida para quedarse. ¿Quién no quiere curarse un dolor de cabeza? Y ella sabe que el Parkinson es imposible curarlo. Le hizo mal creer en las hadas. Prefiere sacar la mejor versión de ella misma con la enfermedad, y dejar los pies de la tierra. El mejor ejemplo es la muerte, que es irreversible. O sea que quiero disfrutar de cada momento, mientras viva.

Comentás el hecho de haber sufrido abortos espontáneos, embarazos frustrados. ¿Tenés postura tomada acerca de la legalización del aborto?, ¿podrías fundamentarlo?

No podemos simplificar toda la realidad en blanco o negro. Tampoco puede haber una ley penal contra la mujer que recurra al aborto. Veo con preocupación que en el mundo, la gente se pone etiquetas y ante todo se reconoce en una vereda o en la de enfrente, como Boca-River. Así estamos llenos de prejuicios, políticos, económicos, sociales, culturales y religiosos. Me incluyo y por eso entiendo a los que piensan diferente a mí. Lo que más quisiera es que la paz supere a los enfrentamientos. Si empezamos cada uno a respetar al otro va a crecer la posición pacifista. Mi postura religiosa es ecuménica. Todas las religiones buscan el bien común. No puedo cambiar a nadie pero tampoco juzgo. Todos somos casos individuales, y de esa manera me paro frente a la despenalización del aborto. Que se estudie cada caso particular.

¿Cómo te llevás hoy con el sueño, y con los sueños?

Hace años que no sufro más de insomnio. Ahora me duermo durante el día, entre una y tres siestas cortas por día. Sueño mucho y con un realismo tal que a veces creo que son cosas que pasaron de verdad.

 Rescatás imágenes fuertes, que muchos vimos y ahora recordamos, de Juan Pablo II en  vísperas de su muerte. A vos te afectaron por partida doble. ¿Te volvió a pasar algo parecido?

Nunca más me pasó con tanta intensidad. Me viene a la mente la caída del muro de Berlín o el atentado a las torres gemelas pero nos sobrecogió a todos por igual. Me impactan las personas que conocen su estado terminal y las veo con más fuerza que nadie.

Hablanos de lo que representa en tu vida la escritura. ¿Cómo llegaste a ella y qué te depara?

Solo la escritura me permite vivir situaciones que son como un paréntesis de la realidad. Mientras escribo pierdo la noción de tiempo y espacio. A veces pongo un punto en mi texto, levanto la vista y me asombro de no saber bien en qué lugar estaba escribiendo. Por lo general no tengo idea qué hora es y cuánto tiempo pasó. Por un instante quedo confundida. Pero después me reconforta porque me suele gustar lo que escribí en ese estado.

¿Cómo llegó la escritura a mí? ¿Estaría escrito en algún lado?

El cuerpo no calla es un libro que no para de darme sorpresas. Espero ver publicados mis cuentos inéditos y terminar la novela.

Lo que me depara la escritura, francamente no lo sé. Lo que puedo asegurar es que la escritura hace mucho más leve el peso de la incertidumbre de esta vida.

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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