El nuevo film de Kore-eda posee como aditivo puertas para afuera, el último saludo, la última participación fílmica de Kirin Kiki, y sirve, de alguna forma, como modesta despedida a su legado (siendo su participación previa, el film Every day a good day, un relato, verdaderamente memorable y superiormente comprometido en despedirla, puerta para adentro). El tanque, «La familia mechera», Manbiki kazoku o Shoplifters es un innegable «Historias de Tokio» (Ozu, 1953) de nuestra época. Todo film de Kore-eda escrito por el, presenta la tan reverencia a Ozu Yasujiro, el mejor cineasta japonés de la historia y esa magnífica ironía sobre lo épico insignificante. Decir esto es poco y nada, pero a su vez es todo.

Como ciudadano tokiota, veo a este film o lo que lo rodea como «espejitos de colores» ya que conozco a los protagonistas de propagandas de televisión de chocolates, inodoros, y por ende, no logro verlos en la primacía de su seducción artística, como si con ojos foráneos. En la drasticidad del épico fílmico la cara interior/exterior de las cosas emerge como guiño al local o venta al chancho blanco. La modelo hace de hija pobre, la ídola-pop de linyera. Y esto lo compra el extranjero. Siempre prevalece el uchi/soto natural en su artilugio. No obstante el retrato marginal-pop vende muy bien para el espectador francés de buena corbata, agobiado de tanto musulmán zumbándole alrededor, o del americano nervioso propietario de todo, gran juez de las dicotomías del mundo. El pulmón enfermo como único hábitat posible para un retrato actual sirve como otra de las críticas del director a su sociedad, un aviso sobre lo no retornable. Advertencias, como las anteriores, temáticas sobre los cultos religiosos, peligrosas neo-sectas, peyorativamente hablando. O, Garuderu e utai ni itoide (“Anda a cantarle a Gardel”).
Esta familia transida habita feliz su propia fantasía, decayendo el sueño pre Olimpiadas 2020, con robots recibiendo sonrientes a caravanas de migrantes, presentando a Tokio como ese universo donde ocurren ese tipo de sucesos que Kore-eda disfruta en relatar, mínimos pero elegantes. De Dioses demasiado pequeños. Mezclado con su experiencia del documental, genero que abarcó en sus comienzos. Esos, en que adaptó a Teru Miyamoto (“Maboroshi no hikari”) para luego entrar en la réplica de lo verídico-social en una de sus historia mas crudas: Nadie sabe (pude verla en un cine argentino, y palpar el grado de angustia voraz y belleza en que converge, la niñez). Nadie sabe, es muy recordada por su crudeza. El retrato simple y cercano (que no deja de poseer una sutil épica, cual tema de Todd Rundgren) circunstancias primales de la vida que como buen discípulo de Ozu son su primacía. La adaptación del manga, algo que deslizó dos veces (Air doll y Our Little Sister). En este Tokio que todo lo ha vivido, donde no queda mas espacio para guardar nada, ni de sotamanga. Solo un maestro como Kore-eda logra misturar la masividad con esos pequeños montículos, criaturas, donde se apila lo mas ínfimo, la vida. Para lo demás esta Wikipedia.