El espacio cambia. Tucumán. Buenos Aires. Alemania. Es el horror y la violencia lo que continua. Y un pasado que nunca termina de serlo. En esa fuga se encuentran en una casa de Tucumán, Helena, sobreviviente del Holocausto, y Clara, que escapa de un padre intolerante y de esa Argentina que se cocina en la década del setenta.
¿Cómo se escapa del horror?
La compañía, el tenerse la una a la otra como bálsamo, más anestesia que cura.
Porque hay cosas que no se pueden curar.
¿Cómo se sobrevive a ellas? ¿Cómo se convive con ellas?
En esas heridas se mueve Viaje al invierno de Claudia Solans.
Me gustaría arrancar hablando del origen de esta novela.
Hace muchos años escribí un cuento llamado “La dama”, en el que se cuenta la relación de una chica con una vieja un tanto misteriosa. Pasan juntas las tardes, conversan, la vieja le presta sus vestidos para jugar. En algún momento empecé a preguntarme qué secreto guardaba esa mujer, cuáles eran sus recuerdos, y a medida que fui conociendo su pasado me di cuenta de que tenía mucho para contar. Quería explorar la memoria de esa vieja y la relación que había desarrollado con la chica, que en el cuento había quedado esbozada. Esa circunstancia se unió a otras, como por ejemplo, enterarme casualmente de que el criminal de guerra Adolf Eichmann había vivido por un breve período en Tucumán en los años ’50. La historia fue armándose a partir de esas pocas certezas y un montón de preguntas que fueron surgiendo en el camino y que fui intentando, no contestar sino desplegar a lo largo de la novela.
De cierta manera ambas protagonistas se encuentran desterradas. ¿Cómo se construye una identidad desmantelada por la violencia?
¿Se construye una identidad? Quiero decir, en la palabra “construcción” hay cierta intencionalidad y la idea de algo terminado que no sé si es aplicable al concepto de identidad, al menos en el sentido en que lo estás proponiendo. “Lo único que sabemos acerca de la naturaleza humana, es que cambia”, dijo Oscar Wilde, y creo que es así. Porque me resulta imposible pensar la identidad como algo fijo, estático y completo, sino más bien como un proceso, un devenir, un proyecto, en el sentido existencialista del término. Es lo que intenté mostrar de algún modo en Viaje al invierno. Halina/Helena, por ejemplo ¿son siempre la misma? La Clara del principio ¿es idéntica a la del final? Las marcas físicas, psicológicas y emocionales de la violencia fatalmente pasan a ser elementos constitutivos de su identidad. Ellas no serían las que son sin esas marcas. Qué pueden hacer con ellas es lo que traté de contar.
Me interesa ahondar en la relación entre Helena y Clara, que a su manera escapan de diferentes violencias, y que encuentran en la otra una suerte de refugio. ¿Qué nos podés contar de este vínculo?
El desafío era explorar la relación entre la inocencia y la ignorancia de la joven Clara y el escepticismo y la experiencia de la vieja Helena, ver qué transformaciones se producían en las dos a partir de esa relación. Y lo que sucede, al menos eso creo, es que una pone en funcionamiento la memoria como proceso sanador y la otra se abre a la mirada como proceso de reconocimiento. En las dos opera un “darse cuenta”. De su propia vida, de la realidad en la que están inmersas, de su dimensión histórica, en definitiva. Las dos se vuelven testigos de un pasado y un presente del que tienen que dar testimonio de alguna manera.
¿Reconocés algún paralelo entre el Holocausto y el genocidio en Argentina?
Claro que sí: la insensatez humana no conoce de fronteras geográficas y, lamentablemente, tampoco históricas.
La memoria ocupa parte importante de tu libro. Negar el pasado o sanarlo con falsos recuerdos. Me gustaría hablar de la construcción de la memoria.
No podemos dejar de considerar que la memoria está hecha de recuerdos y de olvido. Recordarlo todo nos llevaría al destino fatal de “Funes el memorioso”, y olvidarlo todo, bueno a algo no muy diferente ¿verdad? Creo que la respuesta está en tu pregunta: el olvido, la negación, los falsos recuerdos, son los pocos recursos con que cuenta la memoria para sanar heridas y sobrellevar la existencia. Son algo así como analgésicos que nos dan tiempo para encontrar la verdadera causa de nuestro mal y entonces sí, afrontarlo con mejores herramientas. El problema es cuando se persiste en el olvido y el error.
¿Qué secuelas dejó en Tucumán el Operativo Independencia?
Responder esta pregunta con seriedad requeriría de un análisis en términos políticos, sociológicos, en fin, multidisciplinario, que no sólo excede este espacio sino también mis posibilidades. Pero intentando una reflexión: ¿de qué secuelas estamos hablando? Porque los mecanismos de poder y destrucción, la maquinaria que se puso en funcionamiento durante la dictadura, en general, y en el Operativo Independencia, en particular, no se desmantela de un día para el otro. Las instituciones, las relaciones de poder, la cultura, la sociedad entera queda contaminada, herida, violentada. Es un fenómeno complejo que a mí me resulta imposible comprender, mucho menos mensurar. Sin embargo, no tenemos más que verificar lo que acabás de mencionar: que años después y a sabiendas de las acciones aberrantes que se llevaron a cabo bajo su gobierno, el general Bussi volvió a la gobernación de Tucumán, esta vez elegido por los ciudadanos. El hecho habla por sí solo. Volviendo a lo que decíamos antes acerca de los procesos de la memoria, hay evidentemente un olvido deliberado, una negación del pasado (que al mismo tiempo es una afirmación, ¿no?), a una ceguera selectiva, que en ese caso condujo no a un proceso de sanación, a una restauración de ese pasado ominoso, sino a una reinstauración de un status quo que se creía superado.
Mientras leía la novela me venía a la cabeza una frase del autor Pizzolatto “No se sobrevive a ciertas cosas, aunque no te maten”. El trauma o qué hacer con el daño es el tema de la novela, ¿cómo convivimos con ello, cómo lo sobrellevamos?
No puedo hacer generalizaciones: cada invididuo, cada sociedad es un universo con sus propias leyes y recursos para seguir adelante. Sólo me atrevo a hablar en nombre de mis personajes y, en este sentido, creo que tanto Helena como Clara, convierten sus traumas, sus heridas, en una especie de legado. Helena, en un “acto fallido”, deja sus papeles en un baúl que va a llegar a manos de Clara. Clara, a su vez, toma una decisión no sólo acerca de esos papeles, sino también acerca de su historia (pero en esto no me voy a explayar para no revelar el argumento). La trascendencia -en un otro o en una cosa otra- es lo que, en última instancia otorga algún sentido al dolor y a lo absurdo de la vida.
El miedo a lo que espera en la soledad y las cosas que se hacen para evitarla a toda costa. Me dio la impresión de que tus personajes se encontraban en esa encrucijada. ¿Cómo lo percibís?
Por el contrario, yo las percibo como personajes muy solitarios. Helena vive en soledad gran parte de su vida y Clara emprende su viaje sola. Claro que, en el camino, sus vidas cruzan con las de otros que muchas veces van a iluminar ciertos aspectos del pasado, o de la realidad, en el caso de Clara. Hacen preguntas u observaciones que en ellas disparan instancias de reflexión. Pero no todos esos encuentros son buscados, en el sentido de evitar la soledad. Que les genere inquietud, puede ser, a quién no, pero no me parece que se rodeen de gente para no estar solas. Pienso que en los momentos más cruciales de sus vidas, Helena ante la revelación que encuentra en los diarios y papeles que le entrega su marido, se encierra en su habitación. Clara, por su parte, cuando cree haber encontrado una pista para seguir, le pide a su amiga que se vaya, y es en ese momento de soledad cuando empieza a armar con sus recuerdos el rompecabezas de la vida de Helena y de la suya propia.
¿Quiénes fueron tus referentes e influencias a la hora de escribir Viaje al Invierno?
Es prácticamente imposible responder a esta pregunta, porque no soy conciente de qué forma y en qué medida fui impactada por cada uno de los libros que leí a lo largo de mi vida. La elección de un tono, un punto de vista, una sintaxis no es una decisión que tome pensando en algún autor o un texto en particular. Eso no quiere decir que no ejerzan ninguna influencia, sino que yo no puedo dar cuenta de ella, sencillamente porque no puedo constituirme en crítica de mis propios textos. Te cuento una anécdota: en la presentación que hice de la novela en Tucumán, Eugenia Flores de Molinillo -la presentadora- se refiere a un pasaje de El rey Lear de Shakespeare. “Como moscas para chicos traviesos somos para los dioses: nos matan para divertirse” dice el rey. Y ella, en un acto de prestidigitación crítica, asocia esas palabras con la escena de Viaje al invierno en la que Arturo mata moscas contra el vidrio porque está aburrido. Quién sabe desde qué lugar de mi memoria (si es que estaba alguno) llegó el sentido de ese parlamento de Lear a mi texto. Es más, me pregunto si esa escena viene de allí. Lo que quiero decir con esto es que las influencias, suponiendo que sean detectables, sólo lo son en el acto de la lectura. Escribir “desde” referentes es muy probable que dé como resultado una obra inauténtica, mero fruto de la destreza para usar palabras ajenas.
Para cerrar, ¿qué voces te parecen las más interesantes de la actual literatura argentina?
Indefectiblemente, cada vez que me hacen esta pregunta, pienso en todos los autores que todavía no leí y que, tal vez, no consiga leer nunca. Me resulta imposible concebir ese conjunto llamado “literatura argentina actual”, en el que coexisten maravillosamente escritores de todas las generaciones y de todos los géneros, autores que vienen publicando desde la década del ’80 y que siguen trabajando, o que acaban de ser publicados en grandes editoriales y llegan a un público muy amplio; muchos, excelentes, cuyos textos salen en sellos muy pequeños y que hay que salir a buscarlos; otros que todavía están peregrinando con sus originales . Dicho esto, ¿cómo no convertir esta respuesta en una larguísima lista en la que se mezclan narradores, poetas, periodistas, dramaturgos? Aunque lo lograra, sería incompleta. A esa imposibilidad se suma otra y es que el ritmo de lecturas que me exigen los talleres que dicto no me permite mantenerme al día. Y mis elecciones en general están orientadas hacia aquellos ineludibles que quiero revisitar o que me han quedado pendientes. Hecha esta salvedad y para no dejar de responder a tu pregunta, te doy cuatro nombres: Sylvia Iparraguirre, Leila Guerriero, Selva Almada y Fedra Spinelli. ¿La razón? Que no puedo evitar salir corriendo a la librería cada vez que publican algo nuevo. Todas mujeres, me dirás, y yo me pregunto si es casualidad.