– Bueno, me voy.

– ¿Ahora, justo?, estás loca, terminemos.

– ¿Qué tenemos que terminar? ¿No ves? Se parten.

– Eres jodida, siempre la misma hermana jodida, que el Señor me perdone. Se va cuando más la necesitan. Esto es una Abadía.  No puedes hacer lo que se te da la gana. Tenemos que entregar las hostias hoy. Tu te quedas, y no es excusa que no te guste la cocina.

Así transcurría el diálogo, repetido, entre Sor Itzel y Sor Rujel todos los viernes por la tarde en ese ámbito culinario de su abadía en Nazareth, Tierra Santa.

Nadie sabe cómo ni el por qué, pero estas dos mujeres abrazaron la fe católica con pasión.

Hijas de hermanos musulmanes, conversos al catolicismo por razones de conveniencia política, cuando pequeñas comenzaron a frecuentar la Abadía de las Hermanas del Templo en Beirut, asistiendo juntas a las misas de Angelus. Durante la ceremonia, observaban el acto sacrificial sin mirar a nadie ya que, dicho por ellas al ordenarse, así conseguían paz interior.

Malke, la abadesa, tomó a su cargo personal la catequesis de las primas para la Primera Comunión. Luego, las fue orientando hacia la vocación y el matrimonio con Jesucristo.

Al poco tiempo de convertirse en mujeres, transición sin trauma por obra de Sor Malke, ambas manifestaron su decisión de pertenecer a la Orden, ratificando así lo que ella esperaba. Las anotició que, cuando se ordenaran, el Obispo ya había ordenado que servirían en la Abadía vecina de Belén, donde nació nuestro Señor Jesús.

Pronto caerá la noche y ellas, como todos los viernes, abandonarán la cocina y acarrearán un fuentón repleto de hostias hasta depositarlo en el ara a la vera del altar principal del Templo. Las recibirá Fray Aarón, abad benedictino que celebra allí las misas y da los sacramentos. Ignorándolo, las primas depositarán su carga con los ojos fijos en la Crucifixión, que inunda la nave con su dolorosa majestad. Darán unos pasos hacia atrás por el pasillo central, se persignarán arrodillándose y luego caminarán hacia la puerta, con la mirada fija en el camino de seda blanca.

Llegó el momento de decir que yo las conozco, quizá como no las conoce nadie.

Es la hora. Saldrán, furtivas, de ese lugar donde nunca nada nuevo sucede.

¿Dónde van? Yo lo sé, porque las recibo y les franqueo la entrada. Ya en el camerino, se cambian y salen a escena para protagonizar el número central de los viernes por la noche en el burlesque.

El día del debut las reconocí y les pregunté, cuando bajé el telón de su sketch lésbico, por qué lo hacían. Me respondieron que así lograban exorcizar el demonio de la carne.

Extraña devoción.

Sobre El Autor

Roberto Tito Tchechenistky nació en la ciudad de Buenos Aires y cursó su formación universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Univ. de Buenos Aires, graduándose como Licenciado en Administración. Se desempeñó en la misma Institución como Profesor Ayudante de la Cátedra de Lógica y Metodología de las Ciencias. Después de integrar distintos Estudios Profesionales de relevancia, se independizó para dedicarse a la consultoría y asesoramiento en organización y equipamiento industrial en la industria de la confección de indumentaria y textiles para el hogar. Comenzó a desarrollar su actividad literaria en el año 1999, dedicándose al relato corto y a la poesía, y también al estudio del lunfardo rioplatense, léxico que ha utilizado para redactar algunas de sus producciones.

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