Revisando viejas revistas de género negro me topé con Detective Stories, publicada a principios de los noventa y que contó con unos escasos números que no llegaron a la decena, recordando así a otras publicaciones similares como Thriller o Calibre 38 que padecieron igual suerte. En estas revistas, además de una fuerte presencia de diferentes historietas de género negro, se encontraban análisis de diferentes autores o películas, cuentos de consagrados del género, así como también diferentes artículos. Uno de ellos hacía referencia a la escritura, contando con la opinión de dos expertos: el argentino Juan Sasturain y el catalán Andreu Martín.
Nos damos el gusto de desempolvarlo para nuestros lectores.
Nicolás Ferraro
LABERINTO DE ÚNICA SOLUCIÓN, por Andreu Martín.
Admiro sinceramente a aquellos autores que escriben sus novelas sin saber lo que sucederá en el capítulo siguiente, sorprendiéndose a cada paso de la escritura como se sorprenderá posteriormente el lector.
Yo soy incapaz de trabar así. Lo he probado más de una vez, a modo de experimento, y tarde o temprano he tenido que detenerme y poner la marcha atrás para hacerme preguntas como: ¿Para qué describo este ambiente, a este personaje? ¿Qué importancia tendrá en capítulos posteriores? Cuando el protagonista trata de averiguar lo que sucedió días atrás y habla con alguien que sabe lo que ocurrió, ¿yo sé lo que sabe ese alguien? ¿Cómo puedo hacer hablar a alguien si no sé todo lo que sabe y quiere ocultar ese alguien?
Un elevado porcentaje de novelas negras se basan en lo que el cine se llama flashback, esto es: la investigación de un crimen que pondrá en acción a un personaje cuya misión consistirá en averiguar cuáles fueron las circunstancias que lo propiciaron. Hablando con unos y con otros, este personaje central dará el autor la doble oportunidad de A), reconstruir y analizar el pasado, según las mentiras y las verdades de los testimonios que entrevista, y B), describir en el periplo de este personaje un determinado ambiente, un determinado aspecto de la sociedad y de su funcionamiento. Al girar en torno al crimen, las tesis de la novela negra se basarán por lo general en temas de la administración de justicia, en el cómo y por qué del crimen y el cómo y el por qué de su represión, pero está claro que éstas no deben ser las únicas preocupaciones del autor.
Por todo ello, para mí es imprescindible tanto el tener bien claro el argumento del relato que me dispongo a escribir como el buen conocimiento del ámbito o del aspecto de la sociedad que quiero tratar. En mi cabeza las novelas suelen nacer cuando, ya en la ducha (uno de mis lugares de inspiración más fecundos) o ya sea paseando, me planteo cómo sería la novela que me gustaría escribir. La respuesta a la pregunta sale de forma inmediata: durante los trabajos anteriores siempre se han ido acumulando temas de interés que he tenido que dejar aparcados y que en ese momento aprovechan para salir a la luz. Puedo barajar cuestiones tan variadas como la injerencia del Cártel de Medellín en la actual sociedad gallega, la personalidad del vendedor de droga a la salida de los colegios y otras cuestiones marginales pero no remotas, como los motivos que inclinan al parado no-delincuente al consumo de droga.
Todos estos elementos forman las piezas del puzzle que me propongo montar y el desafío está en inventar una aventura nueva, ingeniosa y sorprendente que incluya los temas que me interesan. A partir de entonces, mis personajes nacen, crecen, se reproducen y mueren sobre el papel, deambulando por ese laberinto de única solución que yo he trazado de antemano para obligarles a pasar por los tramos y callejones sin salidas sobre los cuales yo tenía interés en reflexionar.
Resumo entonces la anécdota en unos cuantos folios (que pueden ser de diez a sesenta, según cada novela), convirtiéndola en algo que así como la narración que algún día escuché, que recuerdo perfectamente cómo empezaba, cómo seguía y cómo terminaba, y que ahora me dispongo a relatar. Hasta que no he determinado lo que sucedió, no puedo establecer coherentemente la personalidad de los personajes. Hasta que no sé cómo se comportará mi protagonista en el capítulo noveno, no puedo escribirlo en el capítulo uno. Un detective que previamente has dibujado como impulsivo e irreflexivo puede echarte a perder una trama que, para su resolución, exija cautela.
A lo largo de la redacción (como sucede con las historias que tenemos un poco olvidadas), aparecerán las imprecisiones, puntos muertos e incluso flagrantes contradicciones que fueron omitidas en el esquema y que ahora habrá que solucionar. A veces, un testigo se niega a hablar con el protagonista, o por el contrario cuenta más de lo prevista, o la lógica dice que debería haberlo suprimido en el capítulo anterior, o acaso el culpable se vuelva demasiado obvio y haya que pensar una pirueta final que nos procure el imprescindible final sorpresivo. En cualquiera de esos casos, yo, autor, me impongo la obligación de no perder el norte, de llegar al punto de destino previsto y sobre todo, esclavo del realismo y de la verosimilitud, tengo que resolver el problema con ingenio, sin cartas en la manga ni otros trucos baratos. Gratificando a mis lectores tanto como me gusta que me gratifiquen a mí mis autores preferidos.
UN LUGAR SUCIO Y MAL ILUMINADO, por Juan Sasturain
Creo, precisamente, que escribo porque he leído. Esto está claro. Lo que es un misterio es por qué se deja de leer para empezar a escribir, por qué pasar de una actividad inteligente, placentera, sutil, humilde y silenciosa como la lectura a lo contrario: la ambigüedad soberbia y el equívoco placer de escribir. Dejamos por un momento de disfrutar hermosas y terribles historias como Madame Bovary o “Un lugar limpio y bien iluminado” para intentar rengas fábulas con palabras malas y malas palabras personales. De contemplar la belleza a exponer la torpeza…Es algo que sucede alguna vez.
Porque está claro también que no todo lo que leemos nos lleva a escribir. Si Salgari me pudo incitar a viajar, -cambiar de paisaje-, Lovecraft a cambiar de posición en la cama y Miller o Camus a cambiar de vida o de ideas en la vida, Borges, Onnetti, Hammett, Chandler, Cain, Juan Gelman, Oesterheld o Scott Fitzgeral me hicieron cambiar la lectura por la escritura.
El género, el tono, el ambiente e inclusive el lenguaje que finalmente elegimos o nos elige es, una vez más, sabiamente ocasional. Describir el proceso es explicar por qué elegimos convivir o amamos a la mujer que amamos y no a otra de la misma ciudad o el mismo mundo. Muy simple: estaba allí en el momento justo. Los libros -como las mujeres y los pedazos de universo- están puestos allí por lo que llamamos azar. No estamos para otra cosa que para optar entre los retazos suficientes para sentir que elegimos: una nuca, una mirada, un par de piernas o de frases. Para escribir, bastaron, puntualmente ciertos relámpagos en la sensibilidad ya preparada tal vez y sin anteojos negros: la historia de la viga que cae contada por Sam Spade a Brigid en un momento “muerto” de El Halcón Maltés, el comienzo de Adiós Muñeca y la minuciosa descripción del descubrimiento de un cuerpo atascado en el piso de un baño donde está todo Chandler, la travesía mexicana bajo la lluvia de la pareja de Serenata, de Cain.
Después vienen las racionalizaciones ideológicas, que me las creó: el género negro como expresión marginal y contraliteraria, las convenciones formales -el detective, el crimen, la oficina, la rubia- como una manera consciente de “hacer literatura” y no aspirar a otra cosa prestigiosa; la pretensión excesiva de dejar “testimonio” de lo que uno opina sobre ciertas situaciones en el mundo y entre la gente, como si a alguien le importara.
En todo caso, la literatura -y el género negro- como opción de vida y recalada, nunca deja de ser un lugar sucio de motivos y mal iluminado de intenciones. Es claro que no es por dinero, por poder o alguna otra forma de engaño: su triunfo, como el de los mejores o únicos poemas de amor, es la crónica luminosa de la derrota.
Originalmente publicado en DETECTIVE STORY N.3. 1990.