Estado de situación:
Cada época tiene su paradigma propio. Su discurso autoinflingido, su mentira piadosa, su ecosistema de mitos y rituales.
Si el nacimiento del Imperio Americano superó el demoledor estallido de la burbuja económica del ’30 con la fanfarria del “american way of life” habilitada por la posguerra, ¿Cuál es el mito de la era de la estupidez que estamos cursando?
El capitalismo desbocado de los últimos años quiere imponer una realidad a la que los ciudadanos medianamente lúcidos deberíamos resistirnos: la emboscada de que el sistema político democrático ha fracasado y que debemos dejarnos llevar por la lógica del mercado (es decir, por los caprichos genocidas de las corporaciones). Para ser seductora a los idiotas útiles los patrocinadores de la emboscada han generado una serie de guirnaldas con la que adornan la estaca con la que empalarnos: el mito del “emprendedor”, la balada del “concierto de naciones”, la indolencia de la “posverdad” y, por sobre todas las cosas el fantasma del “populismo”, huidizo término que, como explica Rob Riemen, “—convertido en la descripción preferida de una revuelta de las masas contemporánea— no ofrece posibilidad alguna de comprensión significativa de este fenómeno”[i].
Cada una de estas “guirnaldas” aboga por un egoísmo desmedido que, edulcorado por un bobo optimismo impenitente y al parecer ecuménico, desembocan en la irracionalidad del resentimiento, el odio, la xenofobia, el deseo de poder y el miedo. Todos facilitadores del retorno del fascismo y la pérdida del espíritu democrático.
Superman:
Sobre todos estos temas nos habla, de manera mucho más entretenida, por supuesto, la película Brightburn (2019), dirigida por David Yarovesky y escrita por los hermanos Gunn, que no es otra cosa que una puesta al día del mito de “Superman”, lo que no es poco considerando la potencia cultural del personaje en cuestión.
Cuando Jerry Siegel y Joe Shuster logran llevar a imprenta a su héroe en junio de 1938, el personaje ya tenía varios años de creado. Fue un proyecto en común de dos adolescentes judíos que padecieron con sus familias la depresión económica y la violencia social que esta conllevó. El padre de Siegel, sastre, murió en 1931 víctima de un asalto a mano armada en su tienda.
Superman surge como la encarnación de un espíritu guardián para los desposeídos, es en sus comienzos un héroe proletario que lucha contra las mafias y contra la corrupción política en defensa del espíritu institucional y democrático. Está a favor de la justicia y de la verdad, no de la ley de los hombres. Su nombre kryptoniano, Kal-El, deriva de un vocablo hebreo que significa “la voz de Dios”, es el elegido. Se trata de una reactualización del mito del Mesías, teñido por las necesidades sociales y los discursos políticos del momento.
Adoptado por el matrimonio de los Kent, Kal-El sería formado dentro del paradigma republicano, con la ética de los trabajadores de la tierra. Se transformaría en difusor y protector del modelo democrático.
Superman no tarda en convertirse en la cabeza de una nueva mitología sin credo, una mitología pop. Con el advenimiento de los buenos tiempos se transforma en el ungido representante de un imaginario de futuro. El llamado “American way of life” encontró en el kryptoniano a su mejor difusor. Un imaginario heroico que hablaba del esfuerzo personal, del valor de las instituciones, de lo equívocos que son los atajos. Un imaginario que enlazaba con los mitos fundacionales de esa Nación y los proyectaba hacia afuera (una nación que, supuestamente, abría sus puertas a los desamparados del mundo y les daba un futuro).
¿Pero entonces, qué sucede cuando los mitos de esa nación quedan desbalanceados y ya no hay afuera? ¿Qué sería de Superman si en lugar de caer en un escenario de concordia cayese en un tiempo miserable de individualismo y abierta competencia?
Brightburn:
La primera imagen recorre la casa de los Breyer, vemos toda una biblioteca dedicada al tema de la fertilidad y la procreación. Tori (Elizabeth Banks) y Kyle (David Denman) están desgastados e intentan una intimidad torpe cuando un meteorito cae en los bosques que lindan con su granja. Obviamente se trata de la cápsula espacial que trae al pequeño alien dentro. Allí el film pega un salto de diez años hasta el presente y es en esa elipsis en la que cabe y se cuentan todas las variaciones que llevan a Brandon Breyer a convertirse en un ser monstruoso, tan alejado de nuestro Kryptoniano favorito. Porque son los diez años de formación en un paradigma canival y deshumanizador.
El slogan de difusión de la película reza: “¿Qué pasaría si un niño de otro mundo se estrellara en la Tierra, pero en lugar de convertirse en un héroe para la humanidad, demostrara ser algo mucho más siniestro?”, cuando en realidad la diferencia no está en el temperamento del personaje sino en su formación, en el paradigma que habita.
Brandon Breyer entrará en la pubertad anestesiado por una falsa corrección política, marcado por un egoísmo desmedido. No va a saber ganarse su espacio, pero va a exigirlo por la fuerza. Brandon Breyer va a sentirse insatisfecho y va a responder infligiendo el miedo. Idiota, resentido e irracional, no va a dudar en llegar a la traición, incluso al homicidio, que él mismo va a edulcorar con un bobo optimismo (si hago de cuenta que no lo hice, todo va a estar bien). Su deseo de poder lo va a llevar a desoír y aniquilar a quienes se le opongan, hasta a las voces más cercanas. Brandon Breyer va a ser el monstruo fascista definitivo… para algunos, un ciudadano modelo.
[i] Riemen, Rob; Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo. Taurus, Agentina, julio de 2017.