La distorsión, publicada recientemente por Random House, narra el derrotero de una memoria en construcción, y ahonda, entre la autobiografía y la autoficción, en los asuntos del yo. La voz de los antepasados inaugura estas páginas en el mítico corazón de la Huasteca: “Casi todo lo que me contaron cuando niño viene de esas tierras encantadas”.

Con ironía y humor, incluso ante el desamparo, Toriz crea un personaje que denuncia la hipocresía y corrupción de la sociedad mexicana y la mediocridad calamitosa de la generación a la que pertenece, a la vez que conduce al lector por un México profundo “que ilumina sus miserias con un insólito fulgor”.

Los viajes, el amor, los excesos, el sexo, y otros ritos de iniciación, se dan cita en este libro, que navega entre la narrativa y el ensayo, y reflexiona sobre escritura, pensamiento y olvido: “Si uno insiste y trata de escribir, si persevera lentamente, el texto va revelando su extraña y fascinante lógica interna: como una biografía que se sueña novela mental de nadie: un ejercicio de distorsión.”

Rafael Toriz (Xalapa, 1983) es prosista de amplio espectro y ha recibido en México los premios nacionales de ensayo Carlos Fuentes y Alfonso Reyes. Conferencista y becario de diversas instituciones, ha publicado Animalia, Metaficciones, Del furor y el desconsuelo, Serenata y La ciudad alucinada, y es colaborador de diversos medios latinoamericanos. Vive actualmente en Buenos Aires. 

La distorsión se presenta el próximo 20 de noviembre a las 19 hs. en el MALBA.

 

“La carne de la experiencia radica siempre en las palabras,

por eso es que estamos tan lejos de explicar el pensamiento”.

 

 

Contános cómo nace La distorsión. 

Este libro nació alrededor de 2014, como parte de un proyecto en desarrollo que contó con el apoyo del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en México. La intención principal era escribir una suerte de cuaderno autobiográfico que, al momento de editarse, se publicara sin mi nombre; ni pseudónimo ni heterónimo: un anónimo. Mi intención era experimentar con la escritura de un texto prosístico a la luz de mis lecturas de los cuadernos de apuntes de Elías Canetti, los diarios y las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro y algunos textos dispersos de Ulises Carrión.

Ensayo, diario, novela de formación, antinovela, memoria, biografía, autoficción… ¿Cómo concebís tu texto en términos de género? ¿Qué te interesa de las partes y de la mezcla?

Creo que el libro tiene un poco de todo lo que mencionas; el editor en México, Romeo Tello, sostenía que se trataba de un cuaderno con extremidades y coincido con él. Para mí se trata de una estructura más o menos movible, sostenida sobre todo por el ritmo y diferenciada por las tres avenidas en las que se divide el libro. Por ello, en tanto cámara de maravillas (u horrores) creo que La distorsión es un bestiario conceptual, un ejercicio narrativo que por comodidad puede llamarse novela –o antinovela. De las partes como un todo me interesa el planteamiento, puesto que puede ser leído como un ejercicio de memoria a través de tres ensayos sobre la biografía como una puesta en escena. De la mezcla rescato la coherencia, a partir de la cual podríamos hablar, si no nos ponemos muy quisquillosos, de una auténtica novela.

El texto se constituye en lo fragmentario, ¿cómo trabajaste en la composición? ¿Y respecto al ritmo?

Tiendo a escribir de manera fragmentaria no sólo por una disposición personal sino también porque, como mencionaba antes, este libro pretendía dialogar, más que con el diario –un género que ya he trabajado en obras anteriores– con el cuaderno bitácora o de apuntes, un punto de encuentro donde convergen dos de mis más profundas inquietudes: la literatura y la antropología. Para la parte contenida en “Versiones del Midas Negro” tomé algunos apuntes de los cuadernos que suelo escribir con regularidad, sin llegar a ser un diario. Para “Instantes en la vida de un fauno”, intenté reconstruir escenas precisas de mi vida, más bien cortas. Y para “Escrutinio público” me inspiré en la vida atribulada de Samuel Covarrubias, un escritor mexicano por quien siento un profundo cariño.

El ritmo, por lo demás, fue siendo sugerido a través del ejercicio de escritura que anima todo el libro, que era dar cuenta de una lengua que ya no existe o tal vez nunca existió: la de las distintas regiones de México que convergían en mi familia durante mi infancia, compuesta por gente de muy distinta entre sí, algunas de generaciones muy añejas y con idiolectos y regionalismos muy marcados, barrocos y constratantes entre sí. Ahora que puedo ver las cosas con cierta distancia, intuyo que si al final, entre todas las cosas que hago, la primordial es la escritura, ello es a causa de la fascinación y la potencia verbal con que el mundo se desplegó a mi alrededor en los primeros años: un caudal infinito de imágenes, sonidos, músicas, misterios y crueldades que se siguen multiplicando en el presente y del que aún no me repongo.

“Ensayar una biografía, por fuerza una puesta en escena sobre aquello que hemos sido, obliga a comerciar entre las cámaras sentimentales del lenguaje y las representaciones del pasado en el presente, expresadas en el yo y su pantanosa circunstancia…”. ¿En qué términos opera la memoria a la hora de esa construcción?

La memoria, a la manera de un palimpsesto, es el cuaderno de escritura que cargamos con nosotros, contenido en el cuerpo. El lenguaje con que nos contamos lo vivido y las multiplicidades que nos habitan se cifran en esa (im)posibiidad: la de ser sólo uno y siempre el mismo. Creo que la memoria –y sobre todo una memoria expresada como literatura- es un ejercicio de representación narrativa mejor iluminada y con mejor ritmo que cuando la vida sucedió de veras.

“La vida que nos contamos es la prótesis narrativa que nos recuerda que somos una entidad en obra negra…”. Me interesa la idea de la narración como prótesis de la vida, ¿podrás desarrollarla?

Acudo en mi auxilio a Fernando Pessoa, quien ha sido el más claro, el más breve y el más conciso al respecto: “la literatura, como todo arte, es una confesión de que la vida no basta”.

Hay en la novela una posición firme en cuanto a la crítica contemporánea: “Y la crítica emanada de la literatura contemporánea en nuestra lengua exuberante tiene rato que no existe: vano es esperar por el renacer de un fénix en el albañal donde con suerte se embarazan los mapaches”. ¿Cuáles creés que sean las razones de esa extinción?

Una de las apuestas formales del texto es, justamente, volver porosos los límites entre la realidad y la ficción: de ahí el título del libro: La distorsión. Quise experimentar con el hecho de que, cuando uno utiliza para narrar el punto de vista de un ensayista, suele interpretarse como la opinión misma del autor, sin dar lugar a las indeterminaciones y la ambigüedad propias de la novela: por alguna razón extraña, se suele confiar en la palabra de quien ensaya.

A título personal, creo que vivimos muy malos tiempos para la crítica a causa de los cambios estructurales en la forma en que leemos en el presente, a la precarización tanto de la crítica literaria como del periodismo cultural, a una falta de tiempo para pensar a profundidad en un mundo hiper acelerado y a que hoy en día la gente que antes encontraba preguntas y respuestas en el discurso literario encuentra otras formas más expeditas y aparentemente eficaces para construirse una imagen del mundo.

¿Es el humor un punto de vista?

Diría que sí, un punto de vista, una terapeútica, un supositorio y una esperanza 

“Es probable que la historia de México sea una de las historias más fecundas y más desgraciadamente tristes por su capacidad para ser narrada desde el horror y la destrucción permanente, que ilumina sus miserias con un insólito fulgor”. Hablanos de ese fulgor, ¿cómo lo definirías? 

Sólo puedo referirme a ese fulgor en términos poéticos, por ello me permito citar los versos empuñados por antiguos guerreros mexicas:

¡Viniste a ver lo que quería tu corazón:

La Muerte a filo de Obsidiana!

Por muy breve tiempo se tiene prestada

la gloria de Aquel por quien todo vive:

¡se viene a nacer, se viene a vivir en la Tierra!

México se ilumina con los reflejos de un Dios oscuro, en un espejo de obsidiana que devuelve las nítidas imágenes de un infierno sin medida.

“… El cáncer de la educación pública en México es la corrupción de la sociedad en su conjunto, así como la intención emanada del gobierno de hacer del país una gigantesca maquilladora”. ¿Podrías ahondar sobre la educación pública en México?

Preferiría no hacerlo. Sin embargo, para el lector interesado, recomiendo tres libros excéntricos y sagaces al respecto: La politización del niño mexicano de Rafael Segovia, La educación en México: un fracaso monumental de Eduardo Andere y El fracaso de la educación en México de Rius.

“La escritura es siempre lo que sobra, sólo lo que sobra y nada más que lo que sobra de la experiencia. // Lo esencial está en la vida.” ¿Es posible la separación experiencia/escritura?

Es posible, desde luego; y es probable que en esa separación descansen algunos de los frutos más logrados del arte literario del siglo pasado y aún de la literatura moderna y contemporánea.

En mi caso la relación con el lenguaje, la vida y sus representaciones son siempre pálidos reflejos de lo que alcanza a ser la experiencia vital en sus momentos más intensos, siempre fugaces y cada vez más esquivos.

La reflexión sobre el pensamiento mismo se manifiesta a lo largo de todo el texto: “La carne de la experiencia radica siempre en las palabras, por eso es que estamos tan lejos de explicar el pensamiento”, como así también la reflexión sobre el ensayo: “Escribir ensayo, sin que uno se percate, es esconderse tras un rígido armatoste mental que acaba por imponerse a la espontaneidad del pensamiento, constriñiendo los gestos sólo para embalsamar el canto.” ¿Cómo se configuran esos armatostes mentales?

A partir del uso y el abuso de ciertos hábitos que se vuelven vicios, de creer que se está pensando cuando sólo se está repitiendo, de redactar en lugar de escribir, de impostar, de eludir. Al ser un género que obliga, por lo general, a tomar una postura o defender un punto de vista, en muchas ocasiones el ensayo se adjudica el prestigio de enarbolar “la literatura de ideas” cuando en realidad su escritura obedece más a ciertas argucias, golpes de efecto, estilo o chabacanerías ingeniosas que lo alejan de su quehacer esencial, que es cuestionarlo todo, empezando por sí mismo.

Considero que un ensayo que no ensaya con el formato mismo de su expresión no merece ser llamado ensayo en lo absoluto, es decir, se encuentra divorciado de su vocación de bomba molotov frente a los desafíos, engaños, apariencias y enemigos en el presente: ensayar es un ejercicio más formal que moral que se resuelve en un enigma.

Son múltiples las referencias que dialogan en la novela, desde el encuentro con Pitol y Villoro, hasta los intercambios con Benjamin, las citas de Celine, Pessoa, Marcuse, Wilcock, Canetti, Rybeiro… ¿Cuáles han sido tus lecturas fundacionales?

Más que obras en específico, que las hubo, creo que lo más importante en mi formación ha sido la manera de leer, algo que no se circunscribe a los libros –para mi leer, durante mucho tiempo, fue pensar en partituras y luego en cómics– sino en una visión que yo llamaría más bien enciclopédica: un ejercicio de interpretación de muy diversos temas, con una curiosidad permanente que trata todo el tiempo de conectar lo leído con la experiencia vital de todos los días.

También la muerte, ese tema tan mexicano, habita este libro: “El único lugar para enterrar a los muertos es el lenguaje” / “Ni siquiera la muerte es para siempre”. ¿Dónde termina la muerte?

Creo, con Rulfo, que la muerte no termina nunca, porque de alguna manera que escapa a la lógica de todos los días es la otra cara de la vida, siempre y cuando estemos vivos. O para decirlo con las palabras de uno de mis abuelos, que aparece fugazmente por el libro: todos nos vamos a morir, pero no hay que ponérsele en frente.

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

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