Aviones caza estadounidenses sobrevuelan cortando el cielo infinito de Bagdad, sobre la mirada temerosa de una comunidad animal cuyos miembros bajo condiciones de encierro se convierten en especies todavía más débiles. Antes de escapar, los cuidadores del zoológico les arrojan las últimas presas a las bestias. Pronto, las máquinas traerán la destrucción sobre los seres vivos que habitan ese suelo. Pero el inminente bombardeo le abrirá la puerta de escape a una manada de leones, en lo que será el inicio de un viaje a través de lo que quede de la milenaria ciudad, en busca de la libertad perdida y de la jamás imaginada.
De este modo comienza Pride of Baghdad (Los leones de Bagdad en la edición española de Norma), la novela gráfica pergeñada por el escritor Brian K. Vaughan y el dibujante Niko Henrichon, y que fue publicada bajo el sello Vertigo en septiembre de 2005, cosechando desde entonces justos elogios. Se trata de una pequeña-gran-historia, que se añade a la tradición antibelicista, parida de una anécdota real ocurrida en 2003, cuando en plena excursión militar al territorio irakí una tropa de marines estadounidenses dio muerte sin más a una manada de leones hambrientos.
Entre la parábola y el road comic, el alegato político y la aventura, se inserta el periplo de este grupo de felinos que, en su marcha a través de una capital devastada por la guerra, intentarán seguir su instinto más primario: el de sobrevivir. Pero para hacerlo deberán sortear las acciones del hombre y sus mezquinas ambiciones atravesadas bajo cuestionables mantos de nacionalismo soberano e imperialismo libertador.
Tal como es recurrente en las ficciones del autor de las fundamentales Saga y Y: The Last Man aquí también se destacan la brillantez de los diálogos y la profundidad psicológica de los protagonistas, cuya una “racionalidad animal” se erigirá mediante rasgos arquetípicos bien definidos. El desarrollo de sus caracteres le permite a su vez enganchar la trama general con ciertos tópicos: la ley del más fuerte tanto en la naturaleza como en la civilización, la libertad perdida, y el fin de la inocencia.
Entre los personajes destaca Zafa, quien de sobrevivir tantos años en la selva se ha convertido en una vieja hosca, desconfiada y huraña. Las causas que provocaron la pérdida de sus miembros corporales tironean un misterio fugaz que recae sobre su pasado. A ella la rodean el macho alfa de la manada Zill, la cerebral Noor y su candoroso y juguetón cachorro Alí.
La faz gráfica, de tono realista, muestra un eficaz trabajo de Henrichon tanto en composición como en narrativa. Las páginas se componen de viñetas apaisadas, verticales y cuadradas que intercaladas agregan fluidez y liviandad a la lectura. Asimismo, el dibujo a página entera, o en ocasiones a doble página, potencian la imponencia de la geografía árabe y la hermosura fisonómica animal. Bien podría el artista de Barnum (obra poco conocida escrita por ese infant terrible que es Howard Chaykin) hacer gala de su lucimiento personal, pero en cambio su dibujo prefiere acompañar las intenciones de un guion que hace de la sencillez su mayor eficacia. Así, imágenes bellas se van intercalando con situaciones cada vez más trágicas, en las que predominan los colores cálidos y vivos. La anatomía y gestualidad de las bestias expresan a la vez una racionalidad humana y un salvajismo natural que sintetizan de alguna manera la fórmula visual de la fábula.
Por cierto, la luminosa espectacularidad que proporcionan los colores, también a cargo de este artista canadiense, recuerda de inmediato a la vieja El Rey León, la saga animada de Disney (hoy hecha remake) cuyo aspecto visual tamizado por el alba y el ocaso hipnotizaban en cada fotograma.
Una obra como Pride of Baghdad no podía dejar de lado el componente político del escritor oriundo de Cleveland, Ohio. Este se manifiesta con críticas hacia la dictadura que se había impuesto en Irak bajo el régimen despiadado de Saddam Husseim, pero también lo hace en su oposición a un imperio estadounidense que lo destruye todo a su paso, en este caso en pos de hacerse con el codiciado oro negro. De este modo, en la fábula de los leones de Vaughan, el orgullo de luchar por la emancipación será el valor más preciado, aún cuando el horizonte de expectativas quede pulverizado como lo que dejan las bombas arrojadas a diario desde los aviones de guerra.