Lucho había estrenado el sobretodo ese lunes. Lo vi, y vi mi oportunidad.
Él me había gastado una broma bastante pesada. Fue tremendo cuando el Decano, al cruzarme en un pasillo, me felicitó por mi próximo casamiento. Yo ¡ni novia tenía! Lucho había hecho imprimir participaciones de casamiento, ¡de mi casamiento!, con una inventada Delfy Pereyra Iraola, con día, hora, iglesia y el consabido “saludarán en el Atrio”. Desde entonces me ahogaba la necesidad de devolverle el “favor”, y la ayuda de mis amigos resultaba fundamental.
La idea me dio vueltas en la cabeza toda la noche. La amasaba más y más cada vez. Varias veces me asaltó la risa, al imaginar la cara que pondría Lucho.
Por la mañana en el aula hacía tanto frío que, desde las gradas en las que se sentaron mis pocos alumnos, subían volutas de vapor desde sus bocas y narices.
Apenas sonó el timbre, salí saludando rápido y me encaminé al bar, pero ya no había nadie. En ese día helado, todos mis colegas se habían guardado temprano.
Al mediodía siguiente llegué seguro de encontrar a Aníbal que, como había logrado que le asignaran los cursos vespertinos, ya estaría allí antes de almorzar. Así fue.
– Hola Aníbal
– Hola, Juanchi. ¿Qué raro? ¿Vos todavía por aquí?
-Te quería pescar solo. Ayer lo vi a Lucho, de lejos, nomás.
– Uf, ¡que ejemplar! Desde que estrenó ese sobretodo piel de camello, está inaguantable.
– Exacto, Aníbal. Vos también lo viste, y se me ocurrió una idea maldita que no me dejó dormir.
– Ah, tu mentada venganza. – dijo Aníbal, con una mueca de desaprobación.
– No me pongas caras. Pensé en fijar una nota en la cartelera de la Sala de Profesores, firmada por Lucho con su título y nombre completo, “Profesor Luis Pánfilo Almada”. ¿Me ayudarías?
– ¿Y eso que tiene que ver con el sobretodo nuevo?
– Todo. Va a ser una nota de agradecimiento
– Te equivocaste de fulano. El soberbio de Lucho nunca agradeció algo, ni creo que lo haga jamás. Además, ¿develar la “P” de Pánfilo? Somos muy pocos los que conocemos eso. Si los colegas se enteran, no habrá mayores problemas, pero si llega a los alumnos, ni lo quiero pensar.
-Pensalo, porque va a pasar. La carta la redactaré yo. Firmarla Pánfilo es parte de la broma, pero no la más pesada.
-¡Vos pensalo, Juanchi.! La venganza es mala consejera, es una pala que cava dos tumbas. Mirá que después te la va a seguir, y las escaladas no se sabe en donde terminan. Me parece que estás cruzando un límite que debemos preservar. Por nosotros mismos, ¿viste?
– Si, vi. Vi al Decano disimulando la carcajada, cada vez que se cruza conmigo. Vamos, Aníbal, vos sabés que Lucho no es precisamente un monje benedictino, y ésta me la debe. ¿Me vas ayudar, o no?
-Está bien, pero con una condición, que no pongas Pánfilo. A los demás no les aviso nada. El que tiene la llave de la cartelera soy yo, y no los necesitamos. Que se enteren cuando lean la nota.
Hace dos semanas, Aníbal puso la carta en la cartelera de la Sala de Profesores. Todavía está allí.
Pueden entrar y leerla, si quieren, pero les voy a ahorrar el trabajo.
Dirigida a “mis amigos solidarios y no identificados”, el profesor Luis P. Almada agradece que “le hayan regalado un sobretodo, sabiendo que las penurias económicas por las que atraviesa no le permitieron comprarlo, lo que estaba perjudicando su salud ante el crudísimo invierno que nos mortifica día a día”.
También describe como con él, pudo abrigar a su madre por las noches. Explica que ella le había suplicado que comprara otra frazada, pedido que el no pudo satisfacer, puesto que “su salario de profesor universitario con dedicación completa apenas cubre el sustento diario de ambos.” El último párrafo es una reiteración del agradecimiento “por la misericordia de aquellos que me han demostrado su compasión y, por pudor, no se han dado a conocer”, y sigue la firma, apócrifa claro, de Lucho.
¿Cómo explicar el sufrimiento de este hombre los días posteriores a la publicación de la carta? Una mirada general de conmiseración lo acompaña, tanto dentro de la Facultad como en sus alrededores.
-Che, Juanchi, ¿por qué me miran así? No lo soporto – me comentó ayer en el bar. – Además, me llegó una citación del Consejo de Administración, con una redacción seca que me sugiere que no es para premiarme.
– ¿Cómo? ¿No sabés? – le contesté, relamiéndome – Es por la nota que pusiste en la cartelera de la Sala de Profesores.
-Yo, ¿nota en la Cartelera? ¿De dónde sacaste eso?
-Bueno, está con tu firma. Vení, te la muestro.
Debo confesar que, al terminar de leerla, su reacción no fue la que yo esperaba.
Me enfrentó y, dándome con el puño un golpecito en el pecho, me dijo:
-No consideres que quedamos a mano. El que ríe último…
Soltó una carcajada siniestra.