Chuang Tzu soñó que era una mariposa.
Al despertar ignoraba si era Tzu
que había soñado que era una mariposa
o si era una mariposa
y estaba soñando que era Tzu.
Esa mañana fue diferente.
Te asombró, al despertar frente al sol, el oír surfear sobre la arena un rumor que te alcanzaba. Nunca antes habías escuchado sonido alguno.
Si el agua te atrapaba, sería tu fin. No estabas preparado para moverte en ella, lo tuyo era la tierra firme. Tu instinto te obligó a correr, y rápido.
Percibiste en ese instante que tus muchas patas no te respondían. Te diste cuenta que te quedaban solo dos, descomunales. Su monstruosidad te asustó. ¿Cómo podrías moverlas? ¿Qué maleficio te habían hecho mientras dormías?
Debías de vivir un mal sueño, pero no estabas seguro de que soñaras.
El miedo a morir consiguió lo imposible. Te paraste.
Con esas patas no podías correr, pero divisaste el horizonte desde una perspectiva nueva. El agua no te cubriría.
Caminaste con torpeza hacia la orilla. Temblaste con la humedad que te transmitió la arena, fría al amanecer. El agua te provocó a probarla. Estrenaste tu gusto, mientras un aroma acre te engendró un ahogo. Lo inabarcable del mar retó a tu vista.
Del susto por tu nueva fisonomía pasaste al que te surgió ante un futuro insondable. Una duda angustiante te atenazó. ¿Transitabas un sueño, o ya estabas en vigilia?
Decidiste tu respuesta. Era una pesadilla extravagante.
Cuando ella terminara, debías despertar como lo que siempre habías sido y deseabas seguir siendo, un ciempiés.