Imagen: Caricatura, Raúl Soria

 

De un castellano preñado de piamontés e italiano, y el de la llanura cerealera de Córdoba; de la melancolía de un pueblo que añora un tiempo ido, antepasado, nace la lengua de María Teresa Andruetto, una lengua madre poblada de mujeres madres, hijas, abuelas, e interpelada siempre por los otros.

Teresa nació en Arroyo Cabral, Provincia de Córdoba, en 1954. Publicó novela, cuento, ensayo, literatura infantil. En Poesía: Palabras al rescoldo (Argos, 1993), Pavese (Argosos, 1998), Kodak (Argos, 2001), Beatriz (Argos, 2005), Sueño americano (Caballo Negro, 2008), Tendedero (CILC, 2010), Cleofé (Caballo Negro, 2017), Rembrandt/Beatriz (Viento de Fondo, 2018). En 2019, Ediciones en Danza aúna su Poesía reunida, con prólogo de Jorge Monteleone, y una selección de fotos a modo de coda.

En su obra versátil abunda el relato, la historia familiar, la genealogía, y una poética que es diálogo, oralidad, fusión de nombres, voces, versos. Pavese, el feminismo, Beatriz Vallejos, la fotografía, el tiempo que en ella se detiene, y la melancolía, y las recetas que pasan de generación en generación: “Mejor / que la leche pase / tibia, / por obra de tus manos, / desde la vaca / al cuenco / asentado en tu vientre. / Si es así, / sólo bastará espesarla / a fuerza de harina / o de fécula, / mareando la blancura / con una vara / de madera. / No olvides perfumarla / con naranja seca, / con limón, / con ramas de canela. / Y volverás a ser niño / cuando la comas / bajo la luna llena”.

 

 

“se pintaban la boca. Hablaban piamontés, / la palabra cerrada en la garganta a gritos. / Nos ponían vestiditos blancos de piqué / y volvíamos con olor a gladiolos, / a margaritas…”. ¿Cómo se configura tu lengua madre?

Ah, que interesante que la pregunta vaya precedida justo por un fragmento del poema “Las amigas de mi abuela”, un poema a esas mujeres que hablaban una lengua gutural, cerrada, allá en el pueblo y en la infancia. Toda mi familia, las dos ramas familiares, vienen del Piamonte, pero culturalmente son vertientes distintas, por la rama materna son inmigrantes campesinos de fines del siglo XIX, de parte de mi papá es él mismo quien llegó a Argentina cuando era ya un hombre formado, tenía estudios superiores, había pasado la Guerra y adherido al movimiento partisano y aunque hablaba piamontés, su lengua era el italiano, y su intención para con nosotros, sus hijos, que fuéramos intensamente “de aquí”, de este país, de esta cultura y de esta lengua, creo yo que en el fuerte deseo de que fuéramos de alguna parte, de que no tuviéramos que desarraigarnos como lo había hecho él. Mi abuela y mi bisabuela materna eran mujeres de trabajo (colchonera una, cocinera de una máquina de trilla y tejedora de redes de pesca la otra) cabezas de hogar por viudez o enfermedad del marido, mujeres que se alfabetizaron solas, que hablaban y escribían -aunque rústicamente- tres lenguas, castellano, italiano y piamontés, y a las que recurrían inmigrantes del pueblo que sabían menos que ellas para que les leyeran o escribieran las cartas a los familiares que habían quedado en Italia. Desde ellas a mi madre hay un salto en la riqueza de adquisición del castellano, un refinamiento cultural, diría, aun cuando mi madre haya sido una mujer “de su casa”, pero ella y también mi padre cuando hablaban con mis abuelos maternos y con la madre de mi abuela (Marinˆa, que está en un poema de Kodak) lo hacían en piamontés. De modo que mi lengua materna (que es la de mi madre, pero también la de mi padre) está hecha de un castellano preñado de piamontés y de italiano, como más allá de mi situación familiar, lo está el castellano de la llanura cerealera de Córdoba que también tiene fuerte inmigración marchegiana y presencia de gallegos, vascos, sirios y libaneses. Me parece que mi lengua madre tiene también algo de la melancolía de los pueblos de llanura y un cierto velo de nostalgia, porque el mundo en el que me crié añoraba algo ilusorio que sus habitantes o sus antepasados habían dejado atrás.

“Antes la madre de la madre viajó con su hija / pequeña en la bodega de un barco y después atravesó los campos / como una peregrina…”. La genealogía es parte de tu poética, ¿qué funda, qué dice? ¿Qué relación establece con la idea de familia?: “El álbum familiar se compone generalmente de la familia extendida, y a menudo es lo único que ha quedado de ella”; cita Monteleone a Sontag en el prólogo a tu Poesía reunida.

Me crié en una abundancia, en una fecundidad de relatos, no hablo solo de libros o de cuentos, hablo también y sobre todo de relatos familiares, de la vida de “los que estuvieron antes”, parientes, vecinos y amigos de mis antepasados, de parte de mi papá porque había dejado en Italia a toda su familia y a sus amigos y entonces por fotos, cartas y relatos logró que mis abuelos, tíos, primos y algunos amigos, estuvieran muy presentes en nuestras vidas, aun cuando viajé por primera vez a Italia a mis cuarenta años. Dicen que la palabra nace cuando no está la cosa, que nace para evocarla, y así fue en mi casa, hubo una necesidad muy profunda de mi padre y muy alimentada y acompañada por mi madre para que todo ese mundo que era suyo, que era de allá, que estaba ausente, estuviera de algún modo con nosotros. Llegaban cartas de Italia todas las semanas y todos los domingos por la tarde escribía cartas a sus padres y a sus hermanos y nos pedía a nosotras que escribiéramos pequeñas cartitas para las primas. Mi mamá a su vez venía de una familia de mujeres de dura vida, mujeres solas, viudas o por cuestiones de salud de los varones, sostenes económicos del hogar con su trabajo diario, mujeres fuertes, que valoraban mucho las palabras, la lectura. No era precisamente lo que llamamos literatura lo que les interesaba o a lo que accedían, es más, la ficción era para ellas un perdedero de tiempo, eran mujeres a la vez prácticas y piadosas y en sus escasos tiempos libres leían y releían libros religiosos; se habían alfabetizado solas, alfabetizado, como digo, aunque rústicamente, en tres lenguas, castellano, italiano y piamontés. Mi mama, que se hizo muy lectora y a diferencia de su madre, adoraba la poesía y las novelas, tenía una bonita escritura privada (cartas, anotaciones diarias en cuadernos, discursos escolares para alguien que se lo pidiera, y aunque no era muy religiosa, como tenía linda una voz, si se lo pedían se prestaba a rezar el rosario con sus letanías completas en algún velorio. Yo, que solía acompañarla, vivía todo eso como una cuestión teatral, de fuerte impacto dramático, ella -su hermosa voz- diciendo como una trágica las letanías y los asistentes, mujeres vestidas de negro como en un coro griego, descerrajando el Ora pro nobis. Teníamos, mis hermanos y yo, como casi todo el mundo, dos familias, pero en nuestro caso, una (la de mi madre) real, concreta, presente y llena de defectos y virtudes, con un par de tíos adorables algo tarambanas que, en contraste con esas mujeres duras tenían, como mi madre, un corazón con aspiraciones bohemias, mucha vitalidad, cierta inestabilidad emocional, desparpajo y también cierta desadaptación con el mundo que habitaban. La familia de mi padre, como estaba lejos, presente solo de modo virtual (las cartas y las fotos, que eran la virtualidad de entonces) estaba muy idealizada y nos llegaba mediada por él, cuyo mundo y su forma de estar en el mundo era profundamente ético y era también un mundo muy organizado, bastante más rutinario que el de mi madre y reconcentrado en sí mismo y en nosotros, con casi solo el trabajo -era muy trabajador- y su gran apetencia de saber, por fuera de la vida familiar.

“Cada vez que leo a Pavese vuelven los perros, la ciudad devastada, los partisanos de Ghio, la guerra, mi padre que recuerda la voz que un día tuvo el padre de mi padre y cada uno de los muertos de la sangre”. Contanos sobre Pavese, tu padre, y la construcción de la memoria.

Descubrí a Pavese cuando cursé Literatura Italiana, el primer año de la carrera de Letras, en la Universidad Nacional de Córdoba. Me impresiono por lo cercano que me resultaba su mundo, una cercanía que no sabía explicarme. Descubrí a un escritor italiano que parece que hablara de nosotros, le dije a mi padre un par de semanas más tarde, cuando regresé al pueblo; él había nacido al borde de Le Langhe, (a unos 15 kilómetros de Santo Stefano Belbo, donde nació Pavese) en 1921, era apenas trece años más chico que el escritor. ¿Pavese?, yo lo conocí, me lo presentó una prima mía, cuando terminó la guerra…, me dijo. Esa circunstancia, que ahora me parece bastante lógica (la prima de mi padre, una mujer bastante mayor que él, vivía en Santo Stefano, iba con mi padre por una calle de Torino y se encontró con alguien que había sido de su pueblo, se detuvieron ambos, conversaron un rato y ella le presentó al muchacho que iba con ella) me resultó en aquel momento extraordinaria (por entonces yo nunca había visto personalmente a ningún escritor), tanto que muchos años más tarde, cuando mi papá ya había muerto, recuperé la escena y construí en torno a ella un pequeño, modesto, mito familiar. Fui por primera vez a Italia en el 93 y casi todo el tiempo lo ocupé en encuentros familiares, pero en el segundo viaje recorrí los pueblitos de la geografía pavesiana, De aquella escena con mi padre nació Pavese y otros poemas; años más tarde, cuando creía haber salido ya de su influencia, en una lectura de poemas pertenecientes a Kodak, alguien que no me conocía, alguien a quien no conocía, se acercó y me dijo: su poesía me recuerda a Pavese, él siempre habla de los cuñados y los tíos y en sus poemas hay personajes que conversan… Hasta entonces yo había creído que Kodak era un libro marcado por la lectura de poetas norteamericanos, pero la frase del ocasional oyente de mis poemas no resulta tan extraña si pensamos que Pavese se liberó de los excesos del lirismo italiano finisecular con la lectura sostenida y la depurada traducción de literatura norteamericana. Es un italiano que leyó como pocos la literatura norteamericana, lo que también es decir un escritor impregnado de todo aquello que influyó con fuerza en la escritura de los latinoamericanos, quizás por eso –porque es tan profundamente regional como universal– su influencia, aunque no siempre reconocida, fue grande en la generación de los escritores argentinos de provincias que en los años sesenta le dieron una vuelta definitiva a la literatura regional y que tanto me gusta leer.

Una mujer plural recorre tus versos: Beatriz, Ana, Patti… “… las nombro como un mantra, / dice, Francisca, Cleofé, Petrona, Arcadia, / Laureana, Gregoria, Gioconda, / Juana, brotan sus nombres…”. Y muchas otras. ¿Cuál es tu mirada sobre esa figura múltiple en tu obra?

Eugenio Montale dice en alguna parte que hacen falta muchos hombres para hacer a un hombre; pues bien, hacen falta muchas mujeres para hacer a una mujer. Estoy hecha de todas esas que aparecen en mis libros y de tantas otras. Por otra parte, me aparecen a la hora de escribir, las palabras de los otros, principalmente de las otras, y escribir es muchas veces dialogar con ellas, mujeres conocidas o leídas, más lo primero que lo segundo, mujeres de a pie que atravesaron mi vida o mujeres de los libros que han ido apareciendo desde muy temprano; es algo anterior a la escritura, viene desde antes, ha corrido en paralelo y se ha sostenido todo el tiempo. Las necesito, están ahí a veces porque hablan por mí o para mí, a veces porque hablo por ellas o desde ellas. Hubo en mi madre ya algo que me llevó a eso, a esa necesidad de comprender, en ella estaba muy presente (no era algo habitual en una mujer “de su casa”, una mujer de un barrio, en un pueblo) la tensión entre la mujer y la madre, una mujer que aun queriendo a sus hijas, queriéndolas mucho, hubiera elegido para sí otras cosas, una mujer a la que la maternidad no la completaba y a veces incluso creo la perturbaba, esto contra los mandatos de una época en la que no se podía decir algo así. Ella lo decía, sin embargo, nos lo decía, y yo entendí muy pronto eso, lo entendí cuando era una niña, primero con desconcierto, con temor, con dolor y después ya con verdadera comprensión y agradecimiento. Supe pronto de esa complejidad del mundo de las mujeres, quise saberlo porque era parte interesada y uno de los caminos de ese aprendizaje fue imaginarlas y escribirlas.

Dirigís una colección de narradoras argentinas que busca reposicionar grandes voces femeninas. ¿Qué abordaje te interesa en relación a los movimientos feministas, cómo percibís el estallido de los últimos años?

Veo a la literatura como un gran tejido que expresa con sus hilos diversos las múltiples formas en las que una sociedad se mira, se narra, se imagina a sí misma, un modo de masticar de mil maneras los dolores de los pueblos, mudando esos dolores en fabulas, dramatizaciones, relatos, poemas…, a veces recogiendo el piolín desde la Historia, otras muchas mirando en heridas más íntimas, privadas. Siempre me ha interesado lo social, lo político, las condiciones en las que se desenvuelven nuestras vidas. Me preocupan todas las exclusiones y me interesan todas las inclusiones, y de todas las luchas sociales de este tiempo, seguro la más potente es la del movimiento plurinacional de mujeres y géneros no binarios. Mi interés por los movimientos feministas empezó en el año 84, en el comienzo de la recuperación democrática, cuando me integré a un grupo de militancia en el barrio en que vivía, para reflexionar e intentar resolver algunas cuestiones que nos atravesaban. Un interés acompañado de modo anárquico, no sistemático, por algunas lecturas. Desde entonces, ese interés no cesó, pero en estos últimos años, la explosión de los movimientos feministas, que vivo con entusiasmo, con atención, con participación, es sin duda, sino la más, una de las cuestiones más esperanzadoras para un mejor vivir en nuestras sociedades.

“Las hijas sanan algo en sus madres, / la vida funciona de ese modo, un hilo / sigue por las lenguas y los vientres” (“Mensajes”). ¿Cómo nace Cleofé? Hay cierta ruptura de la lógica discursiva que se hace poema en “Conversaciones con mi madre”, ¿cómo trabajaste en ese sentido?

Escribí Cleofé (ese es el extraño nombre de mi madre) a lo largo de unos cuatro o cinco años en los que una de mis hijas fue madre y en los que mi madre se hundió en la demencia hasta morir.  El libro tiene dos partes Mujer colgada al cuello habla de madres diversas y la segunda parte Conversaciones con mi madre en las que “otra yo” habla con mi madre. Siempre había habido mucha palabra entre mi madre y yo; cuando comenzó a hacerse visible el Alzheimer primero –como tal vez nos suceda a todos– intentaba que ella me comprendiera, que entrara en cierta lógica. Una indicación médica hizo que invirtiera las cosas, que entrara yo en su ilogicidad, de modo que durante esos años últimos seguimos hablando mucho las dos, pero de otra forma, “en otra lengua”, en –como dice Hélène Cixous– la lengua que hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas. En esas conversaciones, ella, que había tenido siempre una relación intensa con la lengua, decía cada tanto alguna frase, algún párrafo luminoso, extraño también, algo que yo percibía –en ese modo nuestro nuevo de comunicarnos– como poético. Cuando esas frases aparecían trataba de memorizarlas, de anotarlas en alguna parte, a veces he apretado el Whats App para grabarlas en algún mensaje y recuperarlas después, no es que yo me acercara con intención de hacer hablar a mi madre y registrar eso para escribir un libro, eso sí que no, eran frases que aparecían de modo inesperado, aquí y allá, frases que fui recogiendo, como piedritas que me atraían en medio de un desierto. Después en soledad, trabajé con eso, podría decir que el sistema de trabajo fue editar las palabras de mi madre. Todo lo que está en cursiva en Conversaciones con mi madre lo dijo ella, claro que no lo dijo así solo ni tampoco todo junto, sino en medio de otras palabras, balbuceos y “palabreríos”. Yo llevé y traje frases suyas hacia un lado o hacia otro y construí para sostener su palabra, la palabra de la hija, lo que no está en cursiva. Escribir esas “conversaciones” era una tarea arriesgada, porque me propuse no alterar sus palabras, recortar los párrafos, las frases, moverlos de un sitio a otro, eso sí, pero no “adocenarlos”, no volverlos lógicos sino mantenerlos en el modo en que ella lo había dicho y eso hace que los poemas estén a veces en el limite de lo comprensible, pero me interesaba, me atravesaba más bien diría, la emoción de ciertos instantes vividos con ella, la emoción de comunicarnos “en una lengua otra tan nuestra, tan única” y eso es lo que quise pasarle al lector. No sé cómo lo percibirán los lectores, yo lo viví como un acto hondamente amoroso con mi madre, con la palabra de mi madre.

En “Apuntes sobre Beatriz” hablás de la construcción de una voz: “la rima insistente en los atributos de madre, y después rosa mística, torre ebúrnea… mis letanías preferidas y tras cada frase el murmullo portentoso del ora pro nobis que s descerrajaba sobre nosotros y cuyo significado, y cuya música oscura y teatral, tardé mucho en descifrar”. ¿Dónde nace Beatriz y el yo lírico que compusiste allí?

Beatriz nace a partir de dos visitas a la poeta santafesina Beatriz Vallejos y del encuentro –unos diez años anterior– con su poesía. La primera visita, hacia noviembre de 2001, poco antes de la debacle nacional, en su hermosa casa de Rincón; la segunda, en octubre de 2004, al pequeño departamento de Rosario al que la llevaron porque ya no podía vivir sola. A todo lo cual precede, en diez años por lo menos, mi encuentro con su poesía –que provocó todo el resto– y después, de un modo epistolar, con su persona, a través de los breves escritos compartidos, en su caso al dorso de fotografías de lacas. El proceso de construcción, de progresión, fue complejo porque la escritura misma fue provocada por su palabra (me aparecen mucho cuando escribo, las palabras de los otros: Pavese, Patti Smith, Beatriz Vallejos, mi madre, mi papá, también palabras de otros desconocidos para los lectores) y fue con esas palabras suyas fragmentadas que se hizo el poema/libro. De modo que utilicé palabras (o breves frases) de Beatriz Vallejos, en muchos casos intervenidas, a la vez que amalgamadas con las mías, pero también hay en ese libro una operación inversa que es poner palabras mías en cursiva como si fueran de Beatriz. Publiqué ese libro cuando tenía cincuenta años y Cleofé a los sesenta y tres; cuando publiqué Cleofé, me di cuenta de que Beatriz había sido una precuela (de libro y de vida) de Cleofé, la relación de una mujer con otra de la generación anterior, el dialogo entre las dos, el azoramiento, la confusión, el dolor, pero sobre todo el agradecimiento.

 

¿Dónde encontrás el núcleo del carácter dialógico de tu poética? ¿En qué términos confluyen voces propias y ajenas?

No lo sé, solo decir que siempre me ha interesado la palabra de los otros, los otros en los libros, la palabra de poetas y narradores que he leído y también las palabras de conocidos o anónimos que flotan en el aire, que salen de las bocas en múltiples situaciones de la pura vida, porque en la oralidad habitan las zonas más inesperadas, más inestables y más diversas de ese río que es una lengua.

“Los pueblos primitivos / temen que las fotos los despojen / de su identidad. También yo tengo / un vago temor a la cámara” (“Polaroid”). En tu poética la fotografía atestigua el paso del tiempo, y “Las verdades no son sino antiguas metáforas”. ¿Cuál es el diálogo entre fotografía, poema, verdad?

Me interesan mucho las artes plásticas y muy especialmente la fotografía, no saco fotos, casi ni siquiera con el celular, pero me gusta mucho verlas, conozco la obra de muchos fotógrafos, las busco, las sigo. Hay algo en las fotos que es a la vez presente y pasado, pasado que se hace por un momento presente, algo que detuvo el tiempo, que dejó marca, trazo. Tienen cierta patina de nostalgia las fotos, todas las fotos mas allá de su asunto y su resolución estética, un algo de melancolía que nos dice que eso –también eso– ya pasó. No se puede escribir sin cierta dosis de melancolía, dijo alguna vez Doris Lessing.

¿Es “Polaroid” un contrapunto de Kodak?: “Yo miraba, / tras la lente de una Kodak / con la que él sacó fotos de la guerra, / antes que la muerte disolviera / sus pupilas y delegara en mis ojos / el dolor de mirarme devastada / por la ausencia”.

Creo que sí. La demora, la brevedad, el detenimiento en la foto tomada con una máquina como las de mi infancia y el escupir de la polaroid con la que sacábamos fotos familiares en los 80. El detenerse/el escupir, cierta diferencia morosa, amorosa, entre esas dos maneras de fotografiar, de registrar.

Primero / conviértete en fermento, / en levadura, / en volcán. / Construye luego / en tu harina buena / una torre / sobre la mesada. / Y horádate el centro. / Cávate. Y vuelca en ese pozo / todos tus afanes…”. Una búsqueda ontológica la de este poema de Palabras al rescoldo que aúna cocina y poema, “alimento y palabra”. Contanos de ese cruce.

Los de Palabras al rescoldo son poemas muy antiguos, los escribí en los años ochenta, entro ocho y diez años antes de comenzar a publicar (ese libro, junto con El anillo encantado, fueron mis primeras publicaciones, en 1993), la idea por así decirlo, porque tuve pronto la idea de serie, sucedió cuando me encontré enseñándole a la mayor de mis hijas, por entonces muy pequeña, cómo hacer natillas que me había enseñado mi madre y que a ella le había enseñado mi abuela. Ahí está ya un asunto que después reapareció de distintas maneras, la idea de traspaso generacional, la comprensión de que hay muchas otras en cada una de nosotras. Tuve indecisiones a la hora de incluirlo en mi Poesía reunida, porque me parece que ahí no está todavía mi voz, la voz más propiamente mía, que va apareciendo –creo– en el tránsito de Pavese a Kodak, pero Javier Cófreces me convenció de incluirlo y entonces ahí está ese libro y ahí estoy yo, asumiendo toda palabra que hice pública.

Escribís poesía, narrativa, ensayo, literatura infantil, teatro, ¿qué llegó primero?

Lo primero fue la poesía (no la que publiqué, sino otras cosas, borradores, intentos), eso fue lo primero, pero bajo esos borradores había ya relato, yo creo que debajo de todas las expresiones artísticas, más escondido o más visible, más condensado o expandido, siempre hay un relato, está bajo el poema, bajo una pintura, una fotografía, ni que decir en una obra de teatro, de danza, en una película, incluso de un modo más abstracto, también está en la música instrumental que es sonido en el tiempo. La narración es tiempo, transcurrir, y la vida es eso, transcurrir.

 ¿Qué determina el género con el que trabajás?

No lo sé exactamente, es intuición muchas veces y también oficio, a esta altura entrenamiento que me permite percibir en algo que vislumbro o escucho o siento, un núcleo más poético o más narrativo, más expandido hacia la novela o más condensado en un cuento. Lo he dicho otras veces, a la poesía (se me da poco la poesía, he pasado años sin escribir un poema) suele ir lo mas propiamente mío, lo más íntimo, ahí esta quizás lo más autobiográfico, aunque por supuesto no creo en el traspaso liso y llano desde la vida a la escritura, creo en el trabajo de cocción que la escritura hace con la vida, pero ahí está lo más cercano al yo propiamente mío, como dice Patrizia Cavalli.  La narrativa tiene, al menos en su origen, en el comienzo del proceso de escritura, más que ver con los otros, muy especialmente con eso que Susan Sontag llama el dolor de los demás. Algo de otro, algo que veo, algo que me interroga, conmueve o desconcierta, que me hace intentar un camino de comprensión de la verdad oculta que ese otro tiene, o que podría tener, para hacer lo que hace, porque más allá de que a algunas cosas las califiquemos como buenos o malos comportamientos, cada persona en el mundo tiene razones o condiciones favorables o adversas, internas o externas, para hacer lo que hace. Lo que sucede las más de las veces es que intentando comprender a ese otro, meterme en su mundo, me doy con que descubro algo más acerca de mí, algo de lo humano que me parece– me vuelve a mí más humana, o eso quisiera. Veo la escritura como un profundo camino de aprendizaje. ¿Aprendizaje sobre qué?, sobre la vida misma, sobre la condición humana, sobre su inmensa, interminable complejidad.

¿Cuándo nació el amor por la lectura y de qué manera se construye el mapa de tus influencias?

Nació desde muy chica, en un pueblo y una época en los que los modos de salir de la aldea eran imaginarios. Leía vorazmente, casi diría más que ahora, porque leía todo lo que llegaba a mí, indiscriminadamente, desde prospectos médicos, hasta vidas de santos, desde fotonovelas hasta relatos de crímenes, desde poetas patrióticos hasta letras de canciones populares, desde libros de la colección Robin Hood hasta diccionarios. Después eso fue decantando, aprendí a moverme en el mundo de las lecturas y los libros, a descubrir autores, editoriales, colecciones, géneros, asuntos. La formación en la carrera de Letras fue muy rica para mí en la construcción de un modo de leer y también lo fue, mucho más adelante, mi trabajo en un centro especializado en literatura para niños y construcción de lectores, también la docencia en general que he ejercido por muchos años y muy intensamente, porque ahí se lee y se relee para trasmitir o entusiasmar a otros. De cualquier manera, con el valor que para mí tuvieron y tienen esas matrices, siempre conservé cierto modo salvaje de leer, por momentos más intenso que otros, un leer buscando, rastreando, un modo –diría– joven, aun a esta edad que tengo.

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Artículos Relacionados

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.