Pandemia y confinamiento.
El virus que se expandió por el mundo reveló una emergencia que no sólo es sanitaria sino política, estética, económica, en definitiva: ética.
Cuando Günter Gaus, en una entrevista para la televisión alemana en el año 1964 interroga a Hanna Arendt acerca de lo que ella creía que quedaba del viejo mundo anterior a Hitler, ella responde: “Queda la lengua materna” (Was bleibt? Es bleibt die Muttersprache). Una lengua como resto. Una lengua de restos. Una lengua muerta es aquella donde no se puede establecer el lugar del sujeto. Lo decible se cierra de tal modo que ya está privado de exterioridad. Cuando se rompe la relación entre cierta anomia que provoca la novedad de un afuera y la gramática, la lengua muere.
La lengua materna a que hace referencia Arendt, no sólo es la lengua nativa (en su caso, el alemán) sino la lengua del balbuceo, la lengua anterior al combate, antes del choque con el poder.
Henri Meschonnic expresa que en el lenguaje es la guerra. Dicha frase es una traspolación de aquello que decía Mandelstam: “en la poesía es siempre la guerra”. Contra la normalización de la sintaxis, contra la censura que imprimen los discursos del poder (político, religioso, médico, jurídico) el poeta guerrea.
Sin embargo, en la guerra el lenguaje es la primera víctima porque el poder toma el lenguaje, de modo que éste deja de enfrentarse y se asimila a su imperio. El lenguaje de la guerra termina siendo la muerte de la lengua, su ahogo, su arrasamiento sin restos.
La crisis sanitaria que padece el globo ha delcarado su imperium bajo la fórmula de “guerra” contra un enemigo invisible, el virus. El imperium biomédico en era cibernética ejerce su dictum desde una tecnología del gobierno de los cuerpos. En el capitalismo informacional el enemigo invisible manda sobre el ritmo (el tiempo) de las personas; su poética. Encerrados, confinados, aislados, los sujetos que fuesen los probables alojadores del enemigo se convierten en sospechosos, pero también en traidores.
La relación entre guerra y literatura ha sido abordada por el artista checheno Aslan Gaisumov cuando representa un libro en forma de alcancía rota de la cual se deshacen, desbordándose, pedazos de tierra. De modo que el libro se convierte en tierra desfondada en la fractura del libro.
La escritura o la literatura (más allá de la literatura impresa) comporta una relación entre aquel que promueve el espacio múltiple del lector y el lector en sí. La anunciada muerte del autor, referida por Barthes o anunciada por Foucault bajo la pregunta ¿qué es un autor? se resume en ese axioma que reza: “el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor”. La unidad del texto no está en su origen, sino en su destino. Ese destino no es personal, es un espacio socializado de un lector sin biografía, sin psicología. Es preciso ocupar el papel del muerto en el juego de la escritura, dice Foucault.
En mi preocupación por analizar las retóricas de guerra (en la pandemia: guerra contra el virus) y el lenguaje como víctima me detuve a pensar la escritura, la aniquilación de los rituales producto del confinamiento y el libro. Ante el desasosiego de encontrarme con un vacío en ese conjunto que es el artefacto cultural llamado lector, de observar los modos desritualizados de escritura y su devenir anestesiado que no es más que un signo de desvitalización, me puse a indagar junto con el cineasta Erik Hansen acerca del estallido de la lengua y la inquietud del mirar dentro del videopoema. Pensar en la trasgresión de los códigos apelando a nuevos modos de emisión y de transmisión con el fin de generar, a través de otro soporte, un lector anclado en su diagrama histórico.
Paul Celan en su poema Erführung (Stretta) o como se lo ha traducido al castellano: “Angostura” perteneciente a su libro “Rejas de lenguaje” analiza el desmembramiento del lenguaje en la deportación. A medida que el yo poético es desplazado, la voz se adentra en un silencio que reclama la mirada:
¡No leas más- mira!
¡No mires más- camina!
Camina, tu hora
no tiene hermanas, tú estás-
estás en tu casa. Una rueda gira,
lenta, desde sí misma; sus rayos
ascienden,
ascienden por el campo oscuro, la noche
no necesita estrellas, en ninguna parte
preguntan por ti.
El encierro que supone el “quedate en casa” mundial me hace pensar en un desplazamiento interior, en una diáspora celaniana, pero interna. En ese confín hogareño sin afueras el desvanecimiento de la lectura ya no se percibe como un desgaste de este tiempo, sino como un reclamo.
Así inicié una labor con el director de cine Erik Hansen, tomando en cuenta a Paul Celan, pero también a Blanchot en “El último en hablar”. En una extrema tensión del lenguaje, allí donde el mismo lenguaje puede construir barrotes encerrando, el desvelo consiste en tocar un decir hambriento y no escribir saciando. En esa constante insurrección de vincular el poema a un riesgo mayor dirigiéndose a lo desconocido.
Stretta titula Celan con ese vocablo italiano que significa estrecho y con el que se denomina en la ópera a la sección final de un acto en la que hay una ejecución de un fragmento menor a gran velocidad para enfatizar la rapidez, dando la sensación de los latidos acelerados del corazón.
Traducir en la velocidad una angustia o una alerta.
De modo tal que editamos una serie de videos, desde el primero que “mira” el avecinarse de una caída hasta el último donde los márgenes reclaman el malón desvanecido. Una turbación («un vacío turbado de vacío» escribe Blanchot) que deja ver una destrucción para que algo sea preservado. Las rejas de lenguaje permiten ver el corte, una fracción. El hombre que sobrevive, escribe Georges Didi- Huberman, es más que nada un hombre que se calla, un hombre que escucha, que actúa para vivir. Para sobrevivir a la superviviencia es necesario devenir en aquel que nombra. Ver es no tener tiempo de hablar. A falta de lenguaje, asumir la experiencia de aceptar delante de la imagen la pérdida de referentes, de las palabras ya nombradas. Aceptar el impoder, la desorientación.
Hemos cincelado los fragmentos de modo de acentuar los cortes siguiendo la proposición de Wittgenstein frente a las imágenes: “ver la imagen primero como una cosa y luego como otra diferente”.
Asumir el montaje como método de escritura y pensamiento de manera que no responda a un sistema cerrado sino a la idea de interrupción del discurso en el cual “no hay nada que explicar sólo mostrar”. La percepción entrecortada que disgrega la ilusión de continuidad.
Los textos de los videopoemas son fragmentos de mis poemas y el montaje corresponde a imágenes de películas de Béla Tarr, Claire Denis, Peter Greenaway, Saskia Boddeke, Christoffer Boe, Mariana Rondón, Irma Sharikadze.
Acerca de los videopoemas en youtube editados por Erik Hansen: Aquí la invitación a ver, a escuchar, a un lector que nombre: