EL ITINERARIO DEL MISTERIO
La cultura de la Grecia clásica, limpiamente expurgada del concepto de pecado, vinculaba el falo a los dioses de la fertilidad (Pan, por ejemplo) o a Príapo y los sátiros, quienes acompañaban a Dionysio en las celebraciones rituales orgiásticas; una representación itifálica (del griego ithys: erecto, y phalos: falo) que era el concepto con el cual en las culturas clásicas se designaba a dioses como Amón u Osiris resucitado en referencia a su capacidad regeneradora y fecundante. Entre los griegos, el falo no sólo simboliza la sexualidad sino también la salud y la buena fortuna; por ello no es de extrañar que en diversas festividades la gente ostentara falos artificiales, tal y como los lucían, para regocijo de los espectadores, los actores de las comedias de Aristófanes. De modo paralelo y complementario, convendría recordar que en el verso-capítulo 6 del Tao Te King (es el taoísmo la tradición que mejor se apropió de este libro) se lee: El Espíritu del Valle no muere nunca / Se lo llama lo misterioso femenino. Aludimos a estos dos órdenes de cultura y de pensamiento porque ambos convergen en la novela de José Ioskyn.
El protagonista se marcha a Río de Janeiro, retorna a Buenos Aires, recuerda un viaje de su adolescencia en compañía de un amigo (el viaje, obvio resulta aclararlo, es la metáfora fundacional de la narrativa occidental desde Odisea en adelante) y en todo ello se advierte un propósito que lo alienta: penetrar –en toda la extensión y polisemia del término- en el misterio de la mujer; la mujer es el vehículo privilegiado para conocer una ciudad; se siente (puerilmente, por cierto) “dueño de una mujer” (p. 162); reconoce que su vida entera se halla “pendiente de las mujeres” (p. 115); experimenta un sentimiento de consuelo “por el pensamiento de la eternidad femenina” (íd.). Es la mujer aquello que se ofrece y se hurta a su dominio; aquello que se pretende penetrar no aunque, sino porque es constitutivamente impenetrable; aquello que se erige en el centro geográfico del deseo para que el deseo, como no puede ser de otra manera, quede insatisfecho.
Con un estilo terso y limpio, alejado del ornato manierista, Ioskyn logra ahondar a suficiente profundidad como para interpelar al lector y socavar sus certidumbres: es lo que suelen alcanzar los libros donde confluyen la trama narrativa y un afán de trascendencia; no es conquista menor en este tiempo donde la irrelevancia ocupa el centro de la escena.
La ciudad de las mujeres, José Ioskyn, Paradiso, 2022, 189 páginas