Penumbra moral en la provincia capitalista
No hay regiones… es más bien difícil precisar el límite de una región…
Pongamos por ejemplo dos regiones: la pampa gringa y la costa.
Son regiones imaginarias. ¿Hay algún límite entre ellas,
un límite real, aparte del que los manuales de geografía
han inventado para manejarse más cómodamente?
Juan José Saer
Perros de tribunales, de Daniela Rafael, inventa una mitología profana a partir de personajes memorables y de un espacio común: el pueblo y la ciudad de provincia. Pero la construcción de los espacios no es baladí sino que se trata de la producción de una zona literaria, en el sentido que le da Juan José Saer al término “zona”.
El primer cuento empieza como un relato policial. Se ha producido un triple crimen. Pero no hay un enigma para resolver. Sabemos que el criminal es Domingo. El centro es el clima: lentamente, el lector ingresa en una atmósfera enrarecida, una que excede al modo estético del cuento policial. El relato perfila a Domingo, un peón de campo o un empleado de pueblo. Él se encarga de llevar a la niña de un lado a otro, de acompañarla. La niña evocada en ese pasado que reconstruye el texto es la abogada que, en el presente, narra la historia. «Un domingo cualquiera» inventa un clima, una zozobra, un desasosiego: estamos ante la evocación que propone una relación cruda entre Domingo y la niña. La autora rearma la vida de un pueblo a través de la lupa de una narradora que evoca el pasado en un hotel, en una avenida. El mundo periurbano de un pueblo de provincia se esparce en el cuento como el aire que se respira después de un crimen.
En los cuentos “Las chicas de Fernández” y “La reina del trigo” la autora trabaja con los rincones del ámbito pueblerino para colocar en el seno conflictos y miserias escuetas que se amplifican con la lupa de la literatura. En “Las chicas de Fernández” la primera oración es un cross a la mandíbula. El cuento construye un espacio imaginario y real, un cruce de realismo de la escoria y reflexión sobre la estupidez moral. El texto genera una expectativa impúdica: ¿la narradora verá nuevamente a las chicas que se besaron antes? En el final, la última oración le da una vuelta de tuerca al cuento ya que tuerce el sentido desde lo opuesto al conservadurismo.
Perros de tribunales propone la historia de una mujer que ha perdido su propiedad. Unos cordobeses ufanos se apropiaron del campo. El cuento es la versión condensada de una historia larga, con vericuetos elididos y con episodios sintetizados. Al ser el cuento más largo de la serie se podría pensar que la autora ha compuesto una especie de versión breve de una futura nouvelle. En el centro de la trama, el padre de la mujer desposeída muere y después circulan por el palacio de la injusticia una serie de personajes que merecen formar parte de una galería bizarra. Sobre el final, el cuento se acelera y adopta la velocidad apropiada para resolver los hilos que se han abierto en el desarrollo. El juez esperado es también una especie de víctima impensada. Un conjunto de peripecias conforman un mapa preciso del sentido de la historia.
En estos relatos penumbrosos –menos claroscuro óptico que moral– la autora maneja el ritmo narrativo y ha encontrado el tono justo: los relatos dan cuenta de una penumbra triste en territorios aparentemente alejados de los centros capitalistas, una escoria moral que se vincula con cierto modo del policial negro aunque los cuentos vayan más allá del género ya que no replican sus reglas. En todo caso, la autora se apropia de ciertas marcas del noir –las atmósferas, los personajes mafiosos, la corrupción– y escribe unos cuentos ambientados en un pueblo y una ciudad y consigue crear una zona ficcional. En este sentido, Daniela Rafael ha creado su Santa María o su ciudad hecha de podredumbre y evocación, una zona que escapa al idealismo kitsch y a las recetas literarias de cartón. Estemos atentos a los libros de la autora nacida en Santiago del Estero: tiene un ojo que escapa a los clichés literarios.
Daniela Rafael, Perros de tribunales, Edunse, 2022.