La catástrofe que significó la Segunda Guerra Mundial certificó la idea de la fragilidad inexorable de todo lo existente: la del planeta, frente al poderío armamentístico que habían logrado alcanzar ciertas naciones convertidas en potencias, y la de la misma especie humana, presa ahora de la consciencia de su latente autodestrucción. Esta misma angustia se reflejó en los distintos órdenes de estas sociedades, entre ellos, el campo del arte no quedaba ajeno de imaginar en qué podría derivar la relación crecientemente tensa entre el ser humano y el mundo que habita.

La Tierra permanece (Earth Abides, 1949) se adentra en una de estas especulaciones que por entonces se presentía sino inminente al menos totalmente posible. ¿Qué habría de suceder si el impulso de la ciencia en aras de controlar el planeta terminaba degradando al Homo sapiens a una escala subalterna a la del resto de los seres?

En esta novela de George R. Stewart un virus del que se sabe bastante poco  aniquiló a gran parte de la humanidad, apenas unos pocos hombres y mujeres, naturalmente inmunes, lograron subsistir a este exterminio natural. La historia está narrada a partir del testimonio del geógrafo Isherwood Williams, a través de las acciones y cavilaciones de un individuo que irá superando sus temores, poseedor de una inteligencia apenas superior a la de los otros sobrevivientes quienes respetan su liderazgo. A él pronto lo acompañará Em, una mujer de color (dato no menor en una época de lucha creciente de los derechos civiles de los afrodescendientes) con quien conformará una familia en este entorno hostil infectado de alimañas e insectos al asecho.

Esta refundación gregaria producto de lo que aquí se denomina el Gran Desastre no deja de referir un tanto a la primera colonización de los nuevos americanos llegados de Europa. Como cualquier historiador que se precie de tal, Stewart se mostró gran lector de su tiempo, y tiene en claro el problema del hombre en su intento por domesticar la variables de su entorno.

La alegoría del origen de los Estados Unidos en tanto nación está acompañada aquí por otra proveniente de la antropología, que resulta todavía más interesante: nuevas leyes se irán estableciendo a partir de formas novedosas de experimentar la existencia, las cuales exigirán mayor equilibrio cultural con el ecosistema.

El estilo frontal y sin ambages de las acciones de Ish se irá intercalando con unos pasajes reflexivos de un narrador omnisciente revestido de cierto vuelo poético, los cuales en conjunto agregan información sobre las transformaciones y los avatares que se van sucediendo en esta historia signada por un espíritu de defensa vital.

Las opiniones sobre esta obra al día de hoy resultan múltiples. Hay quienes la consideran notable por la novedad que supuso durante la época, no solo al haber sentado las bases del subgénero apocalíptico sino también por atreverse a un mensaje de trasfondo pro-ecologista. Para otros su escritor carece de la audacia suficiente para sobrellevar con interés las peripecias del personaje; incluso también se le objeta que este no se haya apoyado en el rigor científico para sostener el conflicto. Ciertamente, tales apreciaciones son válidas. Aunque quizá la mayor falla estriba en que la morosidad de las acciones por momentos se dilata en demasía sin aportar con ello a las escenas de mayor espesor dramático. En cualquier caso, no deja de ser apreciable el intento de plantear la existencia de una comunidad que se halla obligada a reformular no solo sus vínculos sociales sino más aún su dialéctica con la Naturaleza.

En español circula la versión de 2004 de la editorial Minotauro, que se lanzó dentro de la Colección Kronos encargada de rescatar clásicos del rubro, y que cuenta con la traducción del escritor Gregorio Lemos. La novela ganó el primer International Fantasy Award, el de 1951, y a fines de los ochenta la revista especializada Locus la consideró (con cierta imprudencia aún cuando el género sentara nuevas bases para su propia legitimación) como lo mejor de la ciencia ficción de todos los tiempos. Tuvo además un radioteatro financiado por la CBS protagonizado por el experimentado John Dehner.

Dicho esto, en La Tierra permanece trasunta la imagen de que un cubilete recién estrenado se está agitando… unos dados se arrojan sobre el paño de este mundo castigado por la civilización moderna, un mundo que se ha transformado a sí mismo, y que pese al hombre seguirá girando.

 

 

Sobre El Autor

Licenciado en Ciencias de la Comunicación graduado en la Universidad de Buenos Aires. Fue redactor y corrector en distintos medios en los que trabajó temas sociales, culturales, deportivos y de medio ambiente. Entre otras actividades, integró la Agencia de Noticias de Ciencias de la Comunicación y el grupo de estudios Narrativas Dibujadas.

Artículos Relacionados