Una lectura de Mi China. Diario íntimo de un viaje, Penguin Random House, Buenos Aires, 2020

Si algún acto simbólico le faltaba al gran pulpo editorial para declarar su supremacía sobre el cielo cultural argentino era esta re-edición del diario de viaje donde Ludovica Squirru volcó sus experiencias con en el año nuevo chino del dragón en enero-febrero de 1987.

Es que Ludovica Squirru es una parte esencial de ese cielo tan particular, satélite permanente de esta nueva aristocracia contemporánea que llamamos farándula en nuestro país, conocida con mucho más seriedad como showbizz en Estados Unidos. Y en parte llegó a ese lugar cuando el medio de comunicación más masivo no era Instagram, sino la tele y la industria editorial, dos negocios que la instalaron en un lugar exclusivo de la conciencia popular durante el alfonsinismo. Astrólogas famosas e influencers hubo muchas, pero ninguna con el monopolio absolutista del horóscopo chino –a nivel nacional e hispanohablante- que la convirtió en una de las bestsellers más exitosas de nuestro magro mercado.

La reseña de esta nouvelle autobiográfica nos permitirá radiografiar una porción importante del estado de salud de la cultura argentina en democracia, en el doble nivel que permite un análisis serio de la farándula: el de una caracterización del estado de la ideología de las clases dominantes y del nivel de conciencia de las clases dominadas.

 

Una aristócrata de fin de siglo

Se trata de un libro que entra redondo en ese género tan argentino que es, desde que David Viñas lo notara con tanta claridad, el del viaje iniciático del escritor aristocrático, obligación simbólica que, iniciada por Mansilla y Sarmiento a fines del siglo 19, durante todo el siglo 20 siguió poniendo el piso mínimo para que un escritor pudiera permitirse el éxito. Con dos notables diferencias a favor de Squirru: se trata de una de las pocas mujeres que intentaron el viaje iniciático pensado como otro privilegio patriarcal y además de ejercerlo sin ayuda de marido o padre, luego de cumplir con las metas clásicas de New York, París y Roma, lo extrema a un destino considerado exótico: China.

Hasta aquí los únicos aportes felices de la lectura. Todo lo demás constituye un retroceso a lo peor de este tipo de literatura, porque no sólo empuña la pluma en toda la gama de lugares comunes posibles, sino que además abreva en lo peor de la mirada racista y machista de los viajeros de la aristocracia artística nacional.

La autora confiesa que se trató de un viaje bisagra en su biografía. A los treinta años lo concibió a la altura de los viajes de Marco Polo. Después de leerla creemos que no alcanza ni de lejos al maravilloso veneciano del siglo 14 ni en el riesgo vital asumido ni el impacto para la cultura occidental de este diario dedicado en un cincuenta por ciento a describir sus tres comidas diarias. Durante la primera mitad del libro la autora se permite aburrirnos con una de las dos justificaciones que la llevaron a emprender el viaje y el diario, procesar en el pasaje a su madurez la herencia emocional de su padre, que fuera attaché civil de la embajada argentina en Shanghai entre 1946 y 1953.

Aquí nos salta el asombro de leer que la autora no ha corregido ninguna de las alabanzas groseras del machismo patriarcal consensuado de su familia después de treinta y tres años. Une podría comprender (aunque nunca justificar ni compartir) que en 1988 Squirru brindara un fresco meloso de una fascinación por su padre (complejo de Electra que reivindica orgullosamente sin reparar que se trata de la imagen elegida para describir el origen de patologías psicológicas) pero no nos entra en la cabeza por qué se permite hoy seguir reivindicando a su padre que describe como:

En la parte doméstica era un sultán al que le encantaba que sus geishas lo atendieran a pleno. Su máxima era: ´La mujer no debe molestar y en lo posible hacerse útil´.”

Y esto sin una gota de ironía, como vemos más adelante en la misma “Presentación”: “Con mamá y Margarita tratamos de no hacerle sentir mucho la falta del varón, y él no se cansaba de decirnos con su gracia típica: ´Mi hogar ha sido bendecido sin ningún hijo varón´.”

La descripción pormenorizada de la relación con su padre se complementa con la publicación de partes de su diario de viaje en el primer tercio del libro, lo que demostraría que la autora tuvo un enorme grado de libertad a la hora de publicarlo, debido a un éxito de ventas casi que garantizado, pusiera lo que pusiera. De allí empezamos a entrever los elementos constitutivos de la mirada que reseñamos, su padre llegó a asesorar la primer embajada argentina en China debido a que era heredero de una de las fortunas en tierras de la oligarquía nacional, ligado al gobierno filo-nazi y luego filo-yanqui del G.O.U. (Grupo de Oficiales Unidos) que diera el golpe de Estado del año 1943 para evitar que el ganador de las elecciones presidenciales de ese año rompiera la neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial.

El diario de Squirru padre es pródigo en todos los lugares comunes del romanticismo del siglo 19 en la descripción de una Buenos Aires bucólica que tiene como límites las confiterías de Florida y los límites de Recoleta. Cuarenta años después, Squirru hija no avanza un milímetro de su herencia de clase cuando se dispone a experimentar el mismo viaje. Comparte con su padre, a pesar de las décadas, un mismo desprecio de clase por el pueblo chino y sobre todo por el triunfo de su principal expresión política del siglo 20, el Partido Comunista. Mientras su padre propagandizaba las virtudes la intervención norteamericana que sostenía financieramente al gobierno liberal de Chang-Kai Sek (responsable de la derrota frente al invasor japonés y de un genocidio contra millones de obreros y campesinos comunistas) antes de la Revolución del 49 y se quejaba de la corrupción e ineficiencia esencial de los chinos, lo más desagradable del diario de la hija es la incontable cantidad de veces que vomita su desprecio por una población a la que considera sucia, desprolija, inmoral, corrupta y con una tendencia natural a robar a les extranjeres.

O bien Ludovica no tenía la guita suficiente para pagarse los mejores hoteles o bien decidió gastársela toda en las etapas previas de New York y París, lo cierto es que estuvo obligada a compartir los medios de transporte y fondas del pueblo de a pié en su excursión por Beijín, Xian, Nangkin y Shanghai. Nunca, ni después de varias re-ediciones en treinta y tres años la autora tomó la decisión de ahorrarnos el tedio y la vergüenza ajena de sus recurrentes insultos contra los olores, falta de higiene, desprolijidad, desorden de la población campesina y obrera con la que compartió combis, trenes y aviones y siempre con imágenes que los comparan peyorativamente con animales. Aquí también honra su herencia de clase, volviendo al recurso ideológico del racismo criollo, que pretendió justificar su genocidio contra pueblos originarios y afrodescendientes rebajándoles su condición de humanidad al nivel inferior de los animales.

Todo el diario de viaje de Squirru es, aunque no se pueda creer después de cien años, un retorno al dualismo positivista de civilización y barbarie. Lo mismo le vale a los pocos paquistaníes que conoció en dos paradas obligadas de su viaje en avión. Y no son pocas las veces que equipara estos defectos de las masas chinas con equivalentes que ella reconoce en la población argentina.

 

En el Tao de Mao

El otro rasgo que se impone en todo el relato es un anti-comunismo ramplón, del nivel intelectual de las películas yanquis de bajo presupuesto de los años 50 u 80. Los comunistas son aburridos, grises, fríos e inhumanos en su pretensión de distribuir la miseria y excluir a sus ciudadanes del disfrute de “la libertad”. Su oposición no surge de un análisis serio, al punto que sus propias experiencias de viaje no la obligan a revisar algunas notorias contradicciones. La más evidente, ya que nos lleva por todos los museos, universidades y registros arqueológicos posibles de visitar en esas ciudades, es que gracias a su odiado comunismo pudo acceder a ellos, porque mientras estuvieron bajo uso y usufructo de la nobleza aristocrática imperial ni el pueblo llano ni las plebeyas aristocráticas como ella tenían acceso a esos tesoros.  Mientras acusa –con razón- al régimen comunista de un exceso represivo autoritario contra las expresiones culturales del pasado, sobre todo las del tipo religioso, no se percata que la supervivencia de esas expresiones bajo el comunismo es la que le permite a ella estudiarlas y reivindicarlas de primera mano.

De seguir vigente el régimen feudal y semi liberal de la vieja China, Ludovica Squirru no podría nunca haber accedido a disfrutar como simple turista de esos “tesoros culturales”.

Todo el diario es una letanía de esa China milenaria y feudal que ya no existe, que Squirru intenta desesperadamente recrear en cada palacio. La viajera flaneur añora la época en que millones de almas eran torturadas en un sistema de explotación de los más criminales de la historia humana mientras desprecia el presente de ciudades industrializadas y pujantes. Cuando debería agradecerle a Mao el disfrute de palacios y sabidurías que fueron abiertas al pueblo y a ella misma, que nunca podría haberse sacado una foto dentro de ellos ni hacer ese viaje de existir aún el despotismo imperial.

 

Curro, invento, moda o tradición

Ella descubre en su relación afectiva con el padre y los varones de quienes se enamoró después una conexión, una herencia “kármica” que la ligó a la profesión que le garantizó su lugar en el entramado social argentino. Su padre la inició en el fanatismo por la cultura china con objetos, anécdotas y máximas filosóficas que le habría transmitido en la infancia y su primer amor a los 18 años le habría regalado el primer libro –de edición española- sobre el horóscopo chino. De ahí el segundo objetivo del viaje:

“Volver a mi país y gritar desde el obelisco que el Horóscopo Chino no es un curro ni un invento mío ni una moda.”

Debemos suponer que la autora sintetiza en esta oración la esencia de las críticas que habría recibido desde que se hizo famosa por encarnar el personaje de una astróloga en uno de los sketchs del programa de Tato Bores en 1983, donde se hizo amiga entre otres del reconocido comediante Carlos Percivale. Así nos enteramos que Squirru había estudiado en realidad actuación y que a través de esa profesión comenzó a colocar su pasión por el horóscopo chino entre las líneas del libreto generando tal repercusión que la extinta Editorial Atlántida le imprimió millones de tiradas todos los años desde 1984 con sus anticipaciones para cada signo, casi al nivel de ventas del otro gran betseller nacional, Horangel.

Lo cierto es que su diario de viaje no pasa de demostrar esta evidencia, a saber, que la mayoría de la población en China sigue confiando en las prescripciones de costumbres religiosas neolíticas, como la de guiar sus decisiones cotidianas por el calendario solar y lunar y las indicaciones de monjes taoístas y budistas. Otra vez debería preguntarse al menos cómo escaparon millones de personas a las persecuciones del autoritarismo comunista. No hacía falta hacer un viaje tan difícil y tortuoso para comprobar que estadísticamente los años considerados favorables, como el del dragón y la rata se disparan las estadísticas de casamientos, nacimientos y contratos de compra venta de propiedades.

Y aunque la auto-titulada astróloga y especialista en cultura China antigua haya entablado relación con profesores y estudiantes de las tradiciones que le interesan  (en universidades comunistas construidas después de la Revolución Cultural de los años sesenta que la autora rechaza de un plumazo sin argumentos) en este libro no nos brinda ni un solo concepto que demuestre la importancia o trascendencia científica y filosófica de la concepción china que la hizo famosa y multimillonaria.

 

De Nietszche a Jung

Tampoco encontramos en el libro una conciencia de la herencia cultural que asume Ludovica Squirru que vuele mucho más allá de los límites de la autorreferencialidad. Pareciera que su padre y ella descubrieron China como Colón, a pesar de que ya existiera mucho antes. En efecto, la fascinación por la religiosidad china de los sectores aristocráticos de las clases dominantes de occidente se remonta a los ejercicios del sistema de Shopenhauer, que importó las filosofías véddicas de la India, el taoísmo y el budismo para interpelar lo que él y su más famoso discípulo, Nietzche, consideraban la falta de espiritualidad de la filosofía iluminista, del racionalismo del siglo 18 que se impusiera como ideología dominante en las nuevas y triunfantes Repúblicas Burguesas en todo el siglo 19.

Como Squirru, aunque doscientos años antes, la aristocracia feudal europea le reprochaba a la burguesía industrial su desprecio por las motivaciones y virtudes espirituales, su rechazo ateo a la potencialidad del pensamiento religioso y por lo tanto la caracterizaban de una cultura materialista y gris, deshumanizante. Un evidente desprecio por las virtudes de la ciencia y el comercio, que habían logrado conquistar el máximo poder político y económico en Europa precisamente porque pudieron removerse mil años de atraso causado por la Santa Iglesia Vaticana.

El que Shopenhauer y Nietzcshe no fueran miembros plenos de la nobleza feudal terrateniente no desmiente que su situación de clase, intelectuales universitarios de rentas garantizadas por un estado semi-nobiliario como el de los principados alemanes, sostiene una crítica a la sociedad capitalista de corte reaccionario. Proponían el retorno a un paraíso idílico y utópico, el de una Europa fiel a sus raíces eslavas, germanas, francas y celtas, el de un orden bucólico de grandes príncipes, barones, castillos y banquetes del que es necesario eliminar la evidencia histórica de la horrible explotación de billones de campesines y esclaves bajo uno de los regímenes más criminales, etnogenocidas y femigenocidas de la milenaria historia de la barbarie humana.

Y eso que ellos fundaban las raíces del existencialismo contemporáneo. Más pesimista cuando Schopenhauer perdía en prestigio, cargos, sueldos y discípulos frente al auge del genio Whilhelm Hegel en su momento de apogeo; más optimista y revolucionario en un Nietzche casi un siglo después, que enfrentaba el nacimiento del imperialismo financiero, al mismo tiempo que sus camaradas de generación discípulos de la izquierda hegeliana, los también alemanes Karl Marx y Friederich Engels, aunque estos últimos fundando la filosofía en imprentas y asambleas, a salto de mata de bibliotecas públicas y exilios políticos, mientras la fundían con la Historia y la Política.

Miren todo lo que podría haber escrito Squirru y gozar de imprimir la mayor empresa editorial del momento si hubiesen leído alguna enciclopedia analógica o digital en los últimos treinta y tres años. Y no termina ahí. Después una parte importante de la revolucionaria burguesía protestante o atea que había derrotado al milenio eclesiástico se vio pariendo de sus más genuinas involuciones morales a la bestia nazifachista, forma pura y concentrada del nacionalismo romanticista de la aristocracia venida a menos del siglo 19. Y entraron en una crisis de identidad y de moral que llevó a intelectuales del prestigio científico del calibre de Carl Gustav Jung a rechazar el racionalismo materialista del liberalismo, que asignan a los orígenes judaicos del freudismo y el marxismo y culpan de la pérdida de espíritu y grandeza de las razas caucásicas. Y entonces, teniendo prohibido volver a las garantías políticas que les brindaban los Reinos Católicos, por impresentables ante las heridas de millones de familias campesinas, artesanas y burguesas tenían frescas del látigo feudal católico-romano en los propios huesos, Jung derivó otra vez en las filosofías religiosas “de oriente”. Uno tan amplio como para incluir cinco milenios de pensamiento humano de geografías tan dispares como la arabia española de Averroes, hasta la otra punta del Mediterráneo, las islas griegas, la medialuna de las tierras fértiles, la nigromancia egipcia, la kabbalah judía, los místicos sumerios y babilonios, la fantasía de los sacerdotes jhaveítas en el cautiverio persa y su Biblia, los cuentos del Corán y Las mil una noches.

 

Taoísmo y zapatos de goma

Aunque en ningún lugar lo reconozca ni lo mencione, seguramente Lodovica Squirru comenzó a leer el oráculo impreso en el Libro de las Mutaciones/ I Ching, de la edición que Jorge Luis Borges ya Ministro de Cultura sin cartera de varias dictaduras filonazis le obligó a imprimir al gran pulpo editorial de habla hispana Sudamericana en 1975. Con el prólogo de Jung presentando un breve ensayo sobre el aporte fundamental de las viejas filosofías alquimistas de las religiones imperiales antiguas, dos mil quinientos años antes de la Revolución Industrial, o sea, de un avance tan positivo como la penincilina.

Squirru demuestra en este libro que su fascinación con el taoísmo y la astrología china no pasan de un conocimiento superficial y la búsqueda de respuestas sencillas para las tragedias emocionales del occidente cristiano capitalista. Ni siquiera es capaz de cometer una correcta comprensión de la propia tradición que encarna. Como toda aristócrata, Squirru vive sin ninguna de las presiones materiales y simbólicas que sufrimos cotidianamente las personas que no gozamos del privilegio de ser propietarias de alguna riqueza que asegure prosperidad. Incapaz de empatizar con el pueblo gris y sucio, reduce dos mil quinientos años de una de las filosofías más dialécticas de la historia, la de Kong Fu Tszé (Confucio), equiparable a la de los materialistas de las islas griegas como su contemporáneo Heráclito, a banales frases hechas de autoayuda, del estilo “cree en ti misma y conquistarás tus sueños”, que sólo son verídicas si una es millonaria como Squirru.

Borradas las realidades concretas de las clases sociales en lucha de la realidad, la que pudo ser actriz y llegar a la fama televisiva gracias a las rentas de las tierras heredadas en Córdoba y Morón, la que tiene amigues y relaciones políticas entre las clases acomodadas en medio planeta, no puede desprender al taoísmo de su peor defecto, el de haber sido una ética construida al servicio del poder patriarcal de los nobles y emperadores. En el mejor de los casos, si se recupera un método para pensar el universo del taoísmo en una época muy primitiva del desarrollo de la conciencia humana, como hacen los grandes filósofos del presente o incluso enormes pensadores como el mismo Jung o Nietzsche, debería apreciarse que su verdadera potencialidad se desenvuelve cuando es ubicado en la realidad concreta de cada individuo colocado en su situación de clase y género.

¿Cuál es el sentido de un horóscopo capaz de decir todo sobre une individue gracias a una comprensión holística del funcionamiento de la realidad, si se toman en cuenta la ubicación de más de 300 astros en el mismo instante de su nacimiento pero no nos fijamos en si nació campesine o dueño de campesines, si nació mujer, varón o trans?

Es la banalización fatal de una filosofía tan diversificada y rica como el taoísmo en las manos de una intelectual encerrada en el disfrute de sí misma y de sus intereses más primitivos como son el seguir alimentando su prestigio, fama y riqueza con una difusión superficial de la astrología china. Lo que Squirru no comenta en el diario de viaje es que confirmó en China lo que había fascinado a su padre cuarenta años antes a juzgar por su diario, el efecto de fidelidad irracional que provoca en las masas del pueblo empobrecido la idea neolítica según la cual haciendo rituales muy sencillos une explotade puede controlar a su favor una parte de la realidad.

Este “descubrimiento” nos lo hizo notar otro gran divulgador de filosofías ancestrales de la farándula argenta, el Negro Dolina en su programa radial de culto La venganza será terrible, también nacido en el “destape” del alfonsinismo tardío aunque con mucho mejor nivel, que ya había sido alcanzado antes por Joseph Campbell, el profesor universitario yanqui que releyó los registros arqueológicos y antropológicos en 1944 con la mirada de Jung y nos donó el mejor manual para escribir ciencia ficción y literatura maravillosa, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, que inspiró obras tan geniales como la de Úrsula K. Le Guin, Jorge Luis Borges, Philip Dick o les Wachowtski y Guillermo del Toro.

Que nos llevaron de la mano al filólogo británico más famoso y delirante, Sir James Frazer, que metió en miles de páginas la mayor compilación de mitologías de todo el planeta que se conozca para explicarse un solo cuadro. Allí el cerrado cerebro del victoriano imperialista descubrió que el fetichismo, el animismo y el pensamiento mágico simpatético son las manifestaciones más antiguas de les homo sapiens sapiens por interpretar la realidad, comprenderla y transformarla. Como subrayaba Engels: en sus primeros intentos la humanidad primitiva acertaba en lo esencial del éxito del método científico moderno. Imitar a la lluvia para hacer llover. Hace doscientos mil años era revolucionario hoy nos parece una banal superchería.

 

La China de Bertolt Brecht

La decadencia de la aristocracia feudal devenida productora de fantasías en los medios masivos de comunicación, nos deja con lo peor del asunto, la nostalgia y la construcción de paraísos pasados y utópicos. Comparten con las burocracias de intelectuales al servicio del Estado Imperial chino, y las de todas las religiones al servicio del Estado en nuestra historia, la función de elaborar conjuros y artificios alquímicos para mantener a las poblaciones oprimidas y explotadas en una nube de estupefacción, en un espejismo de ilusiones que les consuele la pena, les permita una esperanza, que les ayude a sobrellevar la miseria y la muerte en vida del trabajo explotado. Eso es lo que deja vivo el estalinismo cerrado de autócratas como Stalin o Mao Tse Tung, la peor herencia del taoísmo, aunque no borra de la mística popular de las masas que sigue manteniendo en la miseria y la explotación aún después de expropiar colectivamente al feudalismo y el capital. Porque como a los emperadores del pasado, a los nuevos explotadores de la burocracia estalinista y maoísta les convienen estos dispositivos de control de masas del pasado.

El genial dramaturgo alemán Bertolt Brecht encaró a su tiempo esa fascinación aristocrática del proto nazismo de la clase social dominante en su sociedad, durante los años 30, reconstruyendo magníficas piezas de teatro donde se ataca la inutilidad de la casta de intelectuales burócratas del Palacio para predecir y adivinar la crisis final del Emperador, ubicada en el funcionamiento de su economía monopolista, fiscalista y mercantilista combinada con el crecimiento del poder de lucha de las masas explotadas. En su Turandot o el Congreso de los Blanqueadores inaugura su saga contra los Tuis, apócope de Intelectuales, destila lo mejor de su ingenio en mostrar la inutilidad de las antiguas percepciones filosóficas para comprender el funcionamiento de la realidad frente a sus ojos, segados por los miserables intereses de casta y de clase.

Una denuncia por elevación a todes les adoradores de estes héroes del Espíritu y la Idea de occidente.

Caja boba y falopa, la rebarba que deja la banalización de la filosofía taoísta. Lo que llega al pueblo a través de divulgadoras como Squirru es el paco de uno de los más impresionantes aportes al conocimiento humano de la historia, mientras que Brecht encontró en las artes dramáticas antiguas los ladrillos que le faltaban para su revolucionario teatro de la distancia o el distanciamiento.

 

Ni astronomía ni astrología

En su Cosmos, escrito y representado en los mismos años 80 que Squirru viajaba entre fama y misticismo, el físico Carl Sagan se quejaba de su época porque mientras poníamos sondas en el confín del universo, sus camaradas de especie agotaban millares de ejemplares de revistas y libros de astrología en los kioscos de revistas de las grandes ciudades. Sin saberlo nombraba a Squirru y el ámbito de su éxito y fama. Sin embargo, Squirru ni siquiera se toma el enorme trabajo de medición técnica y observación astronímica de los astrólogos de la Antigüedad, que definían no sólo los momentos del año más favorables casamientos y embarazos, sino la construcción de todas las obras de infraestructura y los tiempos de las siembras y cosechas de todo el imperio.

Ni siquiera en el plano más científico de las pretensiones de prácticas como la acupuntura, el tai-chi, el feng-shui o la astronomía antigua se concentra Squirru. Una viajera que se dedica con tanta pasión y algo de poesía a reflejar cómo el cambio de hemisferio desordena y vuelve a ordenar de otra forma las moléculas de una persona en un viaje de un año, sin embargo no es capaz de apreciar que lleva treinta y seis años realizando observaciones sobre cartas natales que no ubican la exacta localización de los astros con instrumentos científicos modernos y que no son adaptadas a las diferencias estacionales de los hemisferios.

Los chinos, como centenares de miles de pueblos agrario dependientes, colocan su oráculo astronómico ordenado desde el inicio del ciclo solar, la primer luna nueva de primavera. Squirru no ha adaptado ese calendario a la estacionalidad del hemisferio sur, donde vive la mayor parte de la población obrera y campesina que conforman sus fans. Debe admitirse al menos un desfasaje de seis meses en la aplicación del calendario chino al hemisferio sur, lo que invalidaría una buena parte de las predicciones que llevan ya treinta y seis anuarios y una participación permanente en la televisión y portales de diarios de habla hispana del tamaño del Grupo Clarín-Canal 13-El País.

 

China en Argentina

Después de tantos años de fascinación y estudio de la cultura china en Occidente, sólo un grado tóxico de narcisismo autoreferencial importante puede concederle a Squirru el privilegio de ser su única referente.

En la cultura argentina, por ejemplo, también se sintió el profundo impacto de esa bomba atómica que generó en el planeta la Revolución China del 59 y la Revolución Cultural de Mao del 68, que llevó a la victoria en Vietnam y Corea, que rompió relaciones con la coexistencia pacífica del estalinismo, alentó revoluciones de todos colores en más de medio planeta hasta que firmó la colaboración con el imperialismo yanky paralelamente a la Perestroika. Raúl González Tuñón, Bernardo Kordon, Andrés Rivera y los muy jóvencites Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Felipe Piglia eran chinos en la jerga de izquierda argentina de los setenta. Casi todes dejaron sus impresiones de viajes a la China de Mao en el periodismo de la época. Fueron les promotores de avances serios en la filosofía con pensadores de la envergadura de Alfredo Llanos.

Mientras éstes le sacaban el jugo a la dialéctica materialista más refinada del marxismo para ponerle aceite a las estrategias y tácticas que buscaban fundar una sociedad sin explotación de clases, el existencialismo borgeano hundía en el pesimismo humanista al desapego idealista de las clases poderosas, aburridas frente al avance del liberalismo y el comunismo.

Lejos de todes elles, Squirru padre e hija, no salen de su propio mambo. Aunque equiparen sus miradas de turistas ignorantes y pajuearanos a las de eminencias del cine como Kurosawa (papá Squirru cita Rashomon de 1950) o Steven Spielberg (hija Skirru cita El imperio del sol del mismo 1987), se terminan pareciendo al fiasco que vive el protagonista de M. Butterfly (1995) de David Cronemberg, un asesor civil de la embajada francesa en Beijing que cree saber todo sobre su cultura pero se enamora de un actor de la ópera clásica a quien creyó una mujer. El colmo de la mirada del visitante como invasor, de superioridad civilizatoria y racial asumida, que ve al otro tan diferente como una especie distinta y no registra que ese olor fétido y falta de higiene tienen como causa la miseria permanente que permitió a Europa construir paisajes perfectos, armónicos, limpios y elegantes.

Y ya que estamos en identidades de género, el diario íntimo de Squirru nunca termina de brindarnos los ingredientes necesarios para construir la imagen de una mujer libre y autónoma que Squirru prometió. Si la descripción honesta y desnuda de su apasionado romance con el estudiante marroquí de acupuntura Aziz en dos o tres noches de hotel nos había ilusionado, nunca sale de los límites que le impone su “karma” de mujer deseante limitada por los hombres de su deseo. Así como reivindica su amor por el padre machista y lo ve reflejado en los hombres que amó durante su juventud, admite como máximo nivel de amor posible para ella anhelar el reencuentro imposible “con el instinto que tienen las hembras cuando extrañan al macho”. Por eso no vamos a encontrar en ningún lugar del libro una crítica evidente para cualquiera que haya leído el I Ching al menos en diagonal, sobre la enorme carga del machismo patriarcal feudal, en donde las hijas, esposas y concubinas son consideradas esclavas de sus padres, hermanos y esposos en distintos niveles; la de Squirru es una mirada, al menos en este texto, que no sólo evita corregir o adaptar los límites de clase y de género del confucianismo, sino que revive los prejuicios más viejos para describir sus impresiones y premoniciones en el presente.

No ejercemos una crítica farisea del rol indiscutible de Ludovica Squirru como formadora de una conciencia colectiva de masas en nuestro país durante las tres décadas y pico de régimen democrático. Mucho menos nos vamos a burlar de la urgencia ansiosa de la gran mayoría del pueblo explotado y oprimido para encontrar cosmovisiones que le expliquen su lugar en el universo –a nivel colectivo e individual- y le permitan encontrar caminos para que su deseo tenga alguna chance de satisfacción y guíe su lucha en consecuencia.

Pero nos queda claro que no es inocente la selección de relatos sobre un tema tan popular y marketinero como la filosofía china de Penguin Random House, que habiendo reimpreso el I Ching de Borges y Jung en el último auge de orientalismo favorecido por la presidencia de Mauricio Macri, admirador y promotor del gurúes hindúes, ahora reimprime sin ninguna revisión crítica esta aproximación y ninguna de las que aquí hemos ido reseñando de Brecht a Kordon. Deciden seguir promoviendo las ilusiones metafísicas y ramplonas antes que las armas críticas con potencial revolucionario de esa tradición filosófica.

No sea cosa de alentar nuevas rebeliones masivas contra las ideologías supersticiosas de las religiones estatales y para-estatales, ni de dejar de vender libros como caramelos.

Sobre El Autor

Leo Grande Cobián (1977) publicó dos libros, "El retrato de Santos Capobianco", 2015 de relatos y "La Asunción, informe de actividades" en 2016, novela de ciencia ficción. Trabaja como docente en escuelas medias del Estado, fue militante trotskista en frentes sindicales, barriales y universitarios y Editor Jefe del Mensuario Cultural "El Aromo" entre 2003 y 2006.Sostiene un blog con ensayos, reseñas y producción literaria propia desde 2014, Los viajes de Mburucuyá Capobianco Cigalí Paraná, tal su nombre artístico en esta etapa de su transición.

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