Una novela de amor hacia su carrera literaria. Así nos define Juan Mendoza a su novela Mi reflejo en una montaña cubierta de nieve, en la que narra las peripecias, las trasnoches de Jaime mientras intenta terminar con su novela revolucionaria que cambiaria su vida -y la literatura universal- de un saque, vendrá la fama, vendrá Rebeca, ese amor esquivo, el reconocimiento, dejará de ser el raro y se unirá al panteón de los escritores malditos. Una novela con un personaje que no tiene historia en hablar lo que piensa, y así vive, y así también se desvive, porque las cosas, se irá dando cuenta nuestro amigo, no son tan fáciles. Ni tan claras.
En la entrevista, también hay tiempo para charlar de sus procesos de escritura, de la travesía de una historia que comenzó a ser trabajadaen 1999 hasta ver la luz en 2015, influencias, el ego de la escritor, un salpicado para conocer la obra y la persona detrás.

Arranquemos por el principio, ¿cómo surge Mi reflejo en una montaña cubierta de nieve?

Comienzo a escribir esta novela sin tener idea a dónde iba a llegar, sólo por el impulso de relatar algo. La primera versión la terminé en 1999, cuando tenía 21 años, y no volví a tocarla hasta el siguiente siglo. En ese primer borrador el protagonista resultaba tan solemne que rayaba en lo ridículo y caía mal. Se me hizo buena idea, entonces, aprovecharlo pero cambiando un poco el tono: que sus intentos por convertirse en escritor maldito resultaran sufridores pero también hilarantes. Una suerte de pequeña burla a todos esos aspirantes que insisten en escribir como traducción de Anagrama en lugar de agenciarse un diccionario. Una pequeña mofa a ellos, pero primero a mí mismo, claro.

Hoy en día, en estos tiempos donde lo nuevo tiene una fecha de vencimiento cada vez más corta, parece extraño, pero se suele hablar del escritor que hizo el retrato de una generación, alguien que capture el espíritu. En cierto modo, hay un cruce —descontracturado— con esto en tu novela, también porque nos encontramos a fin de milenio y es una linda etiqueta. ¿Cómo percibís esta idea de la novela como “retrato generacional” y cómo creés que fue variando, si lo hizo?

Que el protagonista se pase hablando de eso, de lograr escribir una genial novela revolucionaria que sea el retrato de su generación, es también una pequeña burla. Está muy bien como meta personal, pero el muchacho no tiene idea de lo que habla y no se da cuenta de que tampoco debería de importarle.

A la distancia la novela consigue un pequeño retrato de época y un poco de nostalgia a corto plazo. Pero no considero que hable por toda una generación, ni ganas tenía de hacerlo. En ese sentido me daba más ilusión usar la palabra “finisecular” que tanto me gusta y tan poca oportunidad tenemos de emplearla.

En un momento, el narrador nos dice que intenta crear una novela que reconcilie al lector con la humanidad. ¿Cuál es el fin de la lectura y la escritura?

Jaime, el narrador, se pone un estándar muy alto recordando quizá la manera en que algunas obras literarias le salvaron su propia vida. Y en eso nos parecemos un poco. El fin del acto literario siempre será el que le sirva al consumidor final, es decir, al lector. Como escritor no le debes nada ni a la literatura ni a los lectores y tu única obligación es quemar tus infiernos relatando historias y procurar todo lo que esté en tus manos para hacerlo bien. A uno puede hacerle el día el descubrimiento de esa novela y otro la encontrará aborrecible. Eso ya no depende del escritor. Al momento en que la obra escrita llega al consumidor final es cuando deja de pertenecer a quien la creó.

Personalmente, nunca he aspirado a escribir otra cosa que no me ayudara a dialogar con mis demonios internos para apaciguarlos. Si el resultado logra que alguien más encuentre algo para que sea parte de su vida, como me sucedió a mí mismo con incontables novelas, entonces siento que ya me reconcilié con la humanidad.

Claro, la más de veces puede que ni me entere.

Hay un tema que es interesante hoy en día y es la corrección política, a la que percibo como una nueva censura. En tu texto, el narrador no tiene filtro alguno. Si bien, esta tendencia ha crecido en estos últimos tiempos —posteriores a de la escritura de tu novela—, me gustaría saber si tuviste algún recaudo a la hora de definir el registro. Y, por otro lado, ¿cómo te llevás con esta corrección política?

Ningún recaudo, y se deriva de que no sabía que iba a ser publicada y leída unos años después. Al respecto, Eusebio Ruvalcaba tenía una recomendación hermosa de la que hago una transcripción libre: “escribe cuando estés solo y como si nadie fuera a leerte nunca, ni tu novia.” Cuando escribes con tal desparpajo y sinceridad, al texto no le puede ir mal, resistirá todos los embates. De otra manera no estarás escribiendo una novela sino un panfleto.

Con los años he descubierto que cualquier cosa que salga de tu boca, o de tus textos, será ofensiva para alguien más. Aún y si solo dices cosas buenas. Por tanto, el reto es ofender a la mayor gente que sea posible. Cuando comienzas a dar comezón, a causar escozor, a hacer que la gente se ría entre dientes, apenada, entonces te das cuenta de que tu obligación como escritor es seguirlos ofendiendo e incomodando, porque eso significa que su obra provocó algo en ellos. Ahí ya vamos avanzando.

El amor aparece como una oportunidad de salvación y redención para Jaime —y para muchos más—; sobre todo cuando no se lo tiene. ¿Podemos expandir esta idea?

En su versión primordial imaginé que el eje central de esta novela era el amor del protagonista hacia su musa, Rebeca. Sin embargo, en las siguientes lecturas, descubrí que las intenciones de Jaime a Rebeca se hermanaban más a las drogas, las trasnochadas, la bebida, la mala vida. El amor, y mejor aún, la ausencia del amor correspondido es para Jaime un medio para convertirse en escritor maldito. Se convence que para escribir una buena obra debe de sufrirla, y por eso redunda en esta chica que, en el fondo, sabe que no le hará caso, e ignora aquellas con las que tiene posibilidades de tener una relación decente. Ahí fue donde descubrí que, en efecto, es una novela de amor, pero no hacia la morra, sino hacia la idea de su propia carrera literaria.

Otro tema importante sobre la figura del escritor es el ego, palabra difícil de abarcar. ¿Cómo creés que opera el ego a la hora de escribir y de mostrar la obra?

En el año que pasé de los catorce a los quince me leí, entre otros libros, Música de Cañerías de Charles Bukowski, En el Camino de Jack Kerouac, El Almuerzo Desnudo de William Burroughs y Limbo de Bernard Wolfe. Tras esas lecturas me sentía como un individuo tocado por el Olimpo Literario que miraba a mis compañeros por debajo del hombro porque ellos no los habían leído. A la mayoría ni les importaba ni decía nada de su vida. Mucho había de ego. En mi idea de restregar en su cara que ellos podían ligarse a la morra más guapa de la fiesta pero eran incapaces de aguantarse cualquier novela de Burroughs hasta el final. Luego descubres que es pura vanidad. Jaime aún no lo descubre y mira cómo sus contemporáneos triunfan en lugares donde quisiera resaltar, pero con sus lecturas él tiene algo que otros desconocen y eso le da ventaja. Al menos, se convence de eso. Ahí su ego juega como mecanismo de defensa, o de supervivencia. Aunque sólo a él le importe.

Confieso que no lo he superado del todo y hoy por hoy dejo que salga un poco a relucir: cuando comparo mis logros profesionales con los de mis amigos de la escuela, siempre remato: “pero ellos no han escrito una novela que pueda ser publicada en la Nitro

Una vez terminada la novela nos encontramos con que empezaste la novela en 1999 y la concluiste en 2015. Casi la mitad de tu vida, al momento de finalizarla. ¿Cómo fue el trabajo de la novela y de qué manera fue variando a lo largo de la escritura?

Aunque suene a que pase 16 años escribiéndola, en realidad tiene una pequeña trampa.

La primera versión, que constituiría toda la esencia, la termine en 1999. En bruto, sin revisar siquiera ortografía quedó guardada en alguna parte de las carpetas de la PC. Muchos años después, cuando discerní la novela que presentaría a dictamen de Lilia Barajas y Mauricio Bares de Nitro/Press, regresé a ella. Tuve que actualizar algunas cosas y revisarla a marchas forzadas, si quería que algún día saliera publicada. En esa época viajaba mucho, por cuestiones laborales, y me dedicaba a trabajarla durante trasnochadas en cuartos del Holiday Inn o en salas de espera de los aeropuertos, hasta que cumplí el deadline impuesto por mí y decidí dejar de revisar. Ese momento llegó durante una tremenda cruda en el aeropuerto de La Paz, Baja California en Diciembre de 2015. Aunque no había cambiado mucho del formato original, parecía que la historia era distinta. Así que decidí colocar las dos fechas, como si la hubiera terminado dos veces.

Relacionado con lo anterior, ¿cómo es tu proceso de escritura, la cabeza cuando no se está frente al texto? ¿Qué aporta tu vínculo con la escritura a la hora de vivir el mundo, de qué manera afecta la manera en que lo percibís?

Omar Delgado, otro de mis escritores mexicanos favoritos, dijo alguna vez que un escritor en realidad siempre está escribiendo. No importa si está poniendo gasolina al auto o comprando el super, la mente y la imaginación están trabajando y relatando como si estuviera frente a la hoja en blanco. Un poco parafraseando a Henry Miller, con eso de que la mayor parte de la literatura se hace lejos de la máquina de escribir. Concuerdo completamente con ambos. No voy a descubrir el hilo negro, en la literatura como en el rock ya todo está inventado y sólo importa la manera en que lo describas. Me descubro dictando el comienzo de una historia cuando llevo esperando casi una hora en la fila de un banco. O cuando al paso escuché a una pareja discutiendo, luego me pongo a imaginar en qué terminaba la discusión, termino colocando nombres, inventando dramas, haciendo un hilo y pensando en finales alternos. A veces salen cosas buenas para relatar, la mayoría es sólo práctica.

Si pudieras darle un consejo al buen Jaime, ¿cuál sería?

Serían tres. 1) Escribir novelas está bien, pero para enamorar a una mujer a veces lo único que hace falta es una buena franeleada. 2) El Tonayán combinado con leche te acerca más a la cirrosis hepática que a la genialidad literaria. 3) Y no te tomes tan en serio.

El Tonayán, por cierto, es la marca de un licor de agave bastante malo pero muy barato y, por tanto, popular en México.

 El asunto de las becas es algo común cuando uno habla con los escritores mexicanos, da la impresión de afuera que están siempre en busca de una, algo que acá en Argentina es casi inexistente. Nos podrías contar este apartado para aquellos que no estamos en contacto con esa posibilidad / realidad.

Podría contar poca cosa porque ¡tampoco he estado en contacto con alguna! Pertenezco al 10% de los escritores mexicanos que nunca han solicitado una beca. Y quizá el porcentaje sea menor. Las causas por las que no lo he hecho pueden hacer que pase por una persona muy inocente o muy sobrada.

Lo que sé de las becas es que todo mundo desea una. Incluso cuando ya la tienen, entonces quieren otra. Poco importa si acaso la necesitan. Muchos escritores anteponen sus becas a su obra literaria. Quiero decir que hacen de sus becas su curriculum, dando igual o más importancia que a sus propias obras. Por eso Jaime daba por sentado que para tener un “éxito literario” debería ganar un concurso o una beca por fuerza.

He leído que las becas que el gobierno otorga para la creación artística nacen de la corrupción y la alienación. Aunque seguramente es cierto, conozco a personajes que nada tienen que ver con una ni con otra que han estado becados. También los hay que llevan toda su vida viviendo de una beca que le otorga su compadre en el poder que es quien decide a quien darle y a quien no.

Sé de obras fabulosas que han sido escritas cuando los escritores recibían cierto apoyo. Y aunque seguro resultó de mucha ayuda, estoy convencido que esas obras se hubieran escrito y serían igual de grandiosas de no haber contado con él. Sin embargo, hay muchos escritores que parece que han escrito más solicitudes para becas que obra literaria.

Estoy convencido que actualmente tener una beca habla más de la capacidad de vender un proyecto que del proyecto en sí mismo, que quizá ni resulte tan bueno, y lamentablemente, a veces ni siquiera llega a ser terminado o publicado. Pero insisto, en ese tema tengo nula experiencia y lo más seguro es que cualquier cosa que diga lo haga desde la envidia.

Ya me callarán el hocico todas esas personas que sí saben.

Para cerrar, ¿cuáles fueron tus influencias a la hora de escribir Mi reflejo en una montaña cubierta de nieve?

 Recién descubría a John Fante vía Pregúntale al Polvo que me había descargado de la red, pues era un poco complicado entonces conseguir cualquier libro suyo en español. Evidentemente el primer capítulo de Mi Reflejo… tiene todo el tufo de su influencia. Asimismo ese primer capítulo fue la primer ficción que publiqué en mi vida en la revista defeña de cultura alternativa Generación, cuyas lecturas, así como las de la revista Moho y la propia Nitro/Press (que entonces también sacaba una revista), fueron influencias. Algunos capítulos llevan por nombre un pasticho de obras de Hubert Selby Jr, Phillip Roth, Charles Bukowski y Hunther S. Thompson, y una veintena de canciones que no escatimé en mencionar en el desarrollo de la novela. Existe un playlist en Spotify.

El título del libro, por cierto, es una estrofa de Landslide, una canción de Fleetwood Mac que en los noventa versionaron los Smashing Pumpkins y que el buen Jaime no paraba de escuchar en esos tiempos.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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